No es el nombre de ninguna fruta, pero es donde comí la mejor fruta.
Soy del sur del sur, la huerta de Europa, donde consideramos que nuestra fruta y verdura la mejor del mundo, y mataríamos por ello a quien insinuara lo contrario
Se casaba un sobrino de mi marido que era ya, un pollo con espolones, un ingeniero de caminos que ante la falta de trabajo en nuestro país había emigrado a EEUU.
Educado en el Trinity, no tenía dificultad con el idioma. Allí conoció a una abogada de Medellín y se enamoró y como la cuadrilla de los toreros, fuimos de comparsa, pero sin mucha idea de pasarlo bien.
El plan era una semana en Cartagena y otra en Medellín.
Llegamos a las 6 a un hotel a la orilla del mar, frente a un manglar, en el que nos recibieron con calidez.
Legos de sentirnos bendecidos por las maneras y el entorno, miramos con recelo tanta amabilidad, pensando que nos tomaban el pelo. Piensa el ladrón que todos son de su condición.
El caso que llegamos con el jet lang puesto y nos caíamos de sueño a media tarde y teníamos que aguantar para normalizar el cambio horario.
Y nos fuimos al comedor, un lugar al aire libre con un techo de madera espectacular, en medio de un jardín del Edén.
Pero me fije en las vigas y estaban llenas a rebosar de los pájaros de Hitchcock, era como un colegio de grajos negros, atestado…que nos miraban con curiosidad.
Me acerque al bufet y me fije en la fruta tan espectacular que tenían, venia desidratada de un vuelo largo y a pesar de que había una colección de tartas increíbles, me decidí por la opción healthy.
Los viajes largos hay que hacerlos en business class por la cuenta que te trae so pena de llegar a trozos, pero era un viaje en grupo, los hoteles resorts, pero el avión, lo habían sacado de la película Aterriza como puedas…
Cuando llevaba un plato hasta arriba de fruta, muchas de ellas ni las había visto en mi vida, en vuelo rasante como camicaces al sentarme, vinieron los grajos de la película Los pájaros de Hitchcock y se apoderaron del botín.
Me sentía Tippi Hedren, no sabía si presa del pánico salir corriendo del antro.
Con premura y enfadada, avise a la camarera y reclame (menuda tonta debió pensar).
El caso es que mirando al techo y con mucha gracia les grito a las Maria Mulatas, que dejaran en paz a sus huéspedes recién llegados.
Y lo más curioso es que los grajos miraron al suelo pidiendo perdón por la fechoría, yo pensé ¿en qué planeta he aterrizado?
Madre mía, como había tardado tanto en conocer este país, me enamoro a la primera.
Mi marido y yo con las niñas nos íbamos a la ciudad a verla y después al primer taxista que veíamos le pedíamos que nos llevara donde le diera la gana, mercados y lugares donde va la gente común (nos llevaron a comedores de trabajadores de comida barata riquísima) y pasábamos el día.
No entendíamos el slang en el que nos hablaban a veces, nos preguntaban si nos gustaba ¿sancochado? ¿?, machucado ¿?, era castellano del siglo XVI lo menos…
Veíamos a personas de color con ropas llamativas con bandejas de fruta cortada en la cabeza que vendían por nada y era lo más reparador y rico del mundo cuando hacía calor.
Pasaron los días y seguíamos enganchados todo el grupo a esa fruta tan deliciosa y espectacular que cuando volví, compre en España y no sabía igual, ni de lejos.
Los novios se casaron fueron felices, viven en Miami, tienen 4 críos y la vida les va bien, pero desde entonces nunca he vuelto a decir que la fruta y verdura de mi tierra sea la mejor.
Viajar tiene eso.