


La sala Alcalá 31 de Madrid inaugura la primera de las dos muestras del artista madrileño, que murió prematuramente, a los 48 años, en la cima de su carrera.

En el apartamento de Londres donde vivía mientras preparaba Double Bind para la Sala de Turbinas de la Tate Modern, tenía en la pared un cartel de la película Scarface, en el que está Al Pacino ensangrentado, pistola en mano.


Interviene la imagen colocando en la cara del actor un pósit con una cita de la poeta rusa Anna Ajmátova: Everything I See Will Outlive Me (Todo lo que veo me sobrevivirá).


Aquella muestra en la Tate se convierte en su testamento artístico, poco después de la inauguración fallecía en Ibiza a los 48 años a causa de un aneurisma. Muere prematuramente en la cima de su carrera, cuando el mundo del arte se rinde a su talento. Fue un shock.


En 1984 realiza su primera exposición individual en la galería Fernando Vijande de Madrid.


En 17 años desarrollar una sólida y coherente carrera. Su vida se apaga cuando más brillaba. El 17 de junio de este año habría cumplido 70 años. Para conmemorar la efeméride se ha organizado una doble exposición, comisariada por Manuel Segade, director del Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles. La primera, inaugurada ayer, en la sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid, reúne, hasta el 11 de junio, la producción de su última década, la más reconocida. La segunda se abre el mismo día de su 70 cumpleaños en el museo de Móstoles, con sus primeros trabajos.


La muestra es una instalación de instalaciones, donde aparecen todas las obsesiones de Juan Muñoz, que siempre tenía un as en la manga: la magia, la ilusión y el engaño, las trampas y trucos de trileros, el teatro, el circo, el Barroco, el trampantojo, los ventrílocuos, los naipes y juegos de azar, los espejos, balcones, suelos ópticos… Le interesaban todos los límites entre realidad y ficción.

La sala Alcalá 31 le va como anillo al dedo a la obra de Juan Muñoz (Madrid, 1953-Ibiza, 2001).

La exposición recibe al visitante con una pieza que se ha visto poco, Dos centinelas sobre suelo óptico (1990), de la Colección Meana Larrucea.

Lector de Borges, recrea con ansiedad espacial un teatro de sombras y recupera los suelos de los palacios barrocos romanos en una historia basada en uno de sus libros favoritos: ‘El desierto de los tártaros’, de Dino Buzzati.

El recorrido lleva hasta una de sus primeras piezas icónicas de nanas, Sara con vestido azul, de la Colección Juan Várez. Sara y George, presente en otra obra en la muestra, son enanos, reminiscencias de los bufones velazqueños. Son personajes con una gran dignidad. Contaba el artista que un día se encontró con un enano en un semáforo, esperando para cruzar la calle. Tuvo sensación de culpable.


Se destaca el carácter lúdico, teatral, mágico y poético de la obra de Juan Muñoz, que ejerce como maestro de ceremonias de excepción en este circo de tres pistas. Muñoz incluye a los espectadores como parte del espectáculo.

Un circo en el que hay chinos, enanos… Hoy no sería políticamente correcto, pero Juan Muñoz nunca quiso serlo. Siempre anheló la libertad creativa por encima de todo.

En su trabajo juegan un papel importante los accidentes. Siempre tiene una parte siniestra, pero también otra que emociona. Cuelga de la pared un barco varado cuyo motor no funciona. En la sala de arriba, un coche accidentado, cuyo interior encierra los laberintos arquitectónicos de Piranesi, que formó parte de una instalación en Santa Fe.

El universo de Juan Muñoz está poblado de tentetiesos vigilantes, tambores silenciados, personajes enrollados en alfombras orientales (no sabemos si quieren esconderse o están atrapados), balcones interiores a los que nadie puede asomarse, columnas torsionadas de terracota creadas para una casa de Mies van der Rohe, personajes metamorfoseados en persianas o sentados en sillas colgadas de la pared y a punto de caerse, vitrinas que semejan gabinetes de curiosidades decimonónicos que encierran objetos para el baño, pero también fetiches para el placer… Sus figuras de resina son de una escala un 20% menor que la real. Juan era daltónico, de ahí que el color de las mismas sea grisáceo.

La pieza más destacada, que ocupa el espacio central de la muestra, es Plaza, restaurada para la ocasión por la Comunidad de Madrid. Creada para la exposición que le dedicó al artista el Reina Sofía en el Palacio de Velázquez del Retiro en 1996.

Hoy propiedad de un museo de Düsseldorf. Es una instalación de 27 de sus célebres chinos, personajes con rasgos asiáticos. Siempre ríen. Todos tienen el mismo rostro (están sacados de un mismo molde que descubrió el artista en una tienda de antigüedades), pero sus cuerpos tienen posturas y expresiones distintas. Originalmente eran 30, pero Juan Muñoz donó tres al museo.

Esta es la segunda vez que se exhibe en Madrid. Cuelga del techo de la sala Con la corda alla bocca (1997). Una figura inquietante, es Miss La La, una célebre trapecista del siglo XIX, que sujeta su cuerpo a una anilla con la boca, pintada por Degas.