El templo de Salomón

La tradición bíblica atribuye a Salomón, rey de Judá, la construcción del primer templo dedicado a Yahvé en Jerusalén, que tras la destrucción de la ciudad por los romanos perdura como alegoría de la sabiduría y lo sagrado.

El shofar (un cuerno de carnero, chivo, cabra montés, antílope o gacela) se usaba en el antiguo Israel en diversas celebraciones religiosas, así como para llamar al combate. Foto: Scala, Firenze.

En la Biblia, el rey Salomón anuncia a los embajadores del monarca fenicio de Tiro que se propone construir un templo dedicado a Yahvé, dios de Israel. Estas palabras, que recoge el primer libro de los Reyes, son el cumplimiento de la promesa que el propio Yahvé le había hecho al rey David, cuando le aseguró que su hijo Salomón construiría un templo

La Torá, símbolo del Judaísmo. Oración en la sinagoga durante la celebración de la festividad de Yom Kippur. Detalle de un óleo obra del pintor judío polaco Maurycy Gottlieb. Siglo XIX. Museo de Arte, Tel Aviv. Foto: Bridgeman / ACI.

Efectivamente, existe en la Antigüedad un Templo a Yahvé en Jerusalén, capital del pequeño reino de Judá, aunque no sabemos exactamente cuándo se edificó. La Biblia sitúa su primera construcción en la época de Salomón, en el siglo X a.C., pero no existe ninguna evidencia arqueológica que lo corrobore, y atribuir la autoría de su construcción al mítico rey Salomón parece más bien una forma de dar un prestigio imperecedero a su origen, muy en línea con las intenciones del relato bíblico de evocar la época de David y Salomón como el glorioso pasado del pueblo de Israel.

Rollo de la Torá confeccionado en 1828, con su puntero o yad. Miniatura en pergamino conservada en la Biblioteca Nacional, París. Foto: RMN-Grand Palais.

Más certezas tenemos sobre la existencia del Templo algunos siglos más tarde.

En época de Josías, rey de Judá (640-609 a. C.), se reformó el antiguo Templo y, de manera milagrosa, el sumo sacerdote Jilquías encontró allí el Libro de la Ley, presumiblemente la Torá. Es difícil de decir si tal acontecimiento milagroso ocurrió realmente o no, pero lo cierto es que Josías convirtió el Templo en el lugar central y único de culto a Yahvé, donde, además, se guardarían en adelante las copias autorizadas del Libro de la Ley, custodiadas por los sumos sacerdotes.

Del segundo templo a las mezquitasDurante la Edad Media, en el espacio que ocupó en su día el Templo de Jerusalén se levantaron dos espacios de culto islámico: la Cúpula de la Roca (en la imagen) y la mezquita de Al-Aqsa, donde tuvo su sede la orden del Temple. Foto: Luigi Vaccarella / Fototeca 9×12.

Aquel Primer Templo fue destruido por los babilonios en el siglo VI a.C., cuando conquistaron Jerusalén. Durante el período de dominio persa y en la época helenística, después de la conquista de Alejandro Magno, el recinto se reconstruyó lentamente. Fue Herodes el Grande (74-4 a.C.), rey de Judea vasallo de Roma, quien realizó una notable ampliación de este Segundo Templo, convirtiéndolo en un edificio de impresionantes dimensiones del cual quedan restos significativos, entre ellos el famoso Muro de las Lamentaciones.

La biblia de Cervera. El texto de la masora de esta Biblia hebrea es de Josué ibn Gaón; la caligrafía del texto bíblico, de Samuel bar Abraham ibn Nathan, y las ilustraciones, de Yosef Hatsarfatí. Inicios del siglo XIV. Foto: Photoaisa.

No obstante, tras las revueltas judías que comenzaron alrededor del año 66 d.C., los romanos, al mando de Tito, hijo del emperador Vespasiano, arrasaron Jerusalén y destruyeron su Templo, hecho que marcó la evolución del judaísmo en los siglos venideros. Los tesoros del Templo fueron saqueados y llevados a Roma, entre ellos la menorá, el candelabro de siete brazos que pasó a convertirse en símbolo del judaísmo.

El Templo de Salomón, en una recreación de Balage Balogh, con el «mar de bronce», sobre doce toros también de bronce, así como una pila portátil y, a la derecha, el altar de los sacrificios. Foto: Balage Balogh / Scala, Firenze.

Antes de su destrucción, el Templo era el lugar en que se rendía culto a Yahvé, principalmente con dos sacrificios rituales diarios de animales, en los que todos los judíos participaban simbólicamente mediante el pago anual de medio shékel al Templo. 

Además, en el Templo se realizaban otros actos de culto, como la lectura de himnos y salmos, y se impartía la bendición de los sacerdotes a la congregación. En el Santo de los Santos, el lugar más sagrado del Templo, se guardaba el Arca de la Alianza con las tablas de la Ley, que Yahvé había entregado a Moisés. A este lugar solamente podía acceder el sumo sacerdote una vez al año, el día de la festividad de Yom Kippur, o día de la expiación de los pecados. 

El único vestigio conservado. El Segundo Templo, ampliado por Herodes, estaba rodeado por un grandioso muro del que se ha conservado una parte: el Muro de las Lamentaciones, lo único que resta en pie de aquel imponente conjunto. Foto: Thomas Coex / Getty Images.

Pero con la destrucción del Templo por los romanos y la dispersión de los saduceos –la clase sacerdotal que lo regentaba–, los judíos quedaron de la noche a la mañana sin el principal elemento de expresión religiosa que los cohesionaba. Fue entonces cuando los fariseos se hicieron cargo de la situación. Se trataba de un grupo judío enfocado en el estudio de la Torá (el libro de la ley de los judíos, que incluye los cinco libros bíblicos del Pentateuco) y en sus enseñanzas aplicadas a la vida diaria.

La lámpara de siete brazos. Pintura de la sinagoga de Dura Europos, del siglo III d.C., con la menorá dentro del Tabernáculo, el santuario portátil que los hebreos construyeron en el Sinaí, representado aquí como un templo helenístico. Foto: Alamy / ACI. 

Ante el reto de la desaparición del Templo y de la competencia que suponía el naciente cristianismo, los fariseos –que entre ellos se llamaban rab, «gran [maestro]», origen de la palabra «rabino»– tomaron dos decisiones de gran calado en una o varias asambleas que han pasado a la historia con el nombre de concilio de Yavne (o Yamnia). En primer lugar, se estableció una liturgia de oraciones que sustituiría el culto en el Templo. En segundo lugar, la centralidad religiosa del Templo se traspasó a la Torá, que a partir de entonces sería el elemento más sagrado para todos los judíos, y se fijaron los libros que se considerarían parte del Tanaj o Biblia hebrea junto a la Torá.

La nueva liturgia de oraciones se celebraría en comunidad y en el ámbito de la sinagoga, lugar de reunión que ya existía antes de la destrucción del Templo, dedicado al estudio. De ese modo, los judíos de cualquier comunidad, allá donde esta se encontrase, podrían celebrar la nueva liturgia simplemente designando o construyendo un lugar que sirviera de sinagoga. Algunos elementos del antiguo culto en el Templo se traspusieron simbólicamente en la organización de la liturgia. Por ejemplo, en la principal oración obligatoria del oficio litúrgico, llamada amidá shemoné esré, se incluyó la bendición sacerdotal que impartían los sacerdotes en el Templo. Además, los oficios litúrgicos que se celebran en la sinagoga por la mañana (shajarit) y por la tarde (arvit), simbolizan los dos sacrificios diarios que se celebraban en el Templo, uno por la mañana y otro por la tarde. El recuerdo del Templo también hizo que muchas sinagogas se construyeran orientando hacia Jerusalén el muro del hejal o aron ha-kodesh, el gabinete donde se guarda el rollo de la Torá. 

Asimismo, en la festividad de Yom Kippur hay dos elementos litúrgicos directamente relacionados con el Templo: uno, el toque del shofar o cuerno de carnero, que también se hace sonar en la fiesta de Rosh Hashaná (año nuevo) pocos días antes, tal y como ocurría en el Templo; y otro, un oficio litúrgico adicional al final del día, que se llama ne‘ilat she‘arim, «cierre de puertas», y que recuerda el momento solemne de cierre de las puertas del Templo al finalizar el Yom Kippur.

Fue en la Torá donde la fuerza simbólica y la sacralidad del Templo se mantuvieron con mayor viveza. Los responsables de ello fueron los rabinos, que situaron la Torá y su estudio como elemento unificador y vertebrador del judaísmo tras la destrucción del Templo. Al hacerlo, permitieron que el centro del judaísmo ya no dependiera de un lugar geográfico, sino de un objeto que estaría presente en cada comunidad judía. De este modo facilitaron el sentimiento de pertenencia de comunidades dispersas, sobre todo entre los siglos III y V, cuando surgieron nuevas comunidades judías en lugares tan alejados entre sí como Yemen y la península ibérica, y estas comunidades necesitaban nexos que los unieran con sus correligionarios de los centros judíos más importantes, en Palestina y Babilonia.

La lectura de la Torá tiene un lugar principal en la liturgia del shabbat, el sábado, día festivo de la semana en el judaísmo. Su lectura, y la liturgia que la acompaña, es el momento más importante del oficio litúrgico del sábado por la mañana. Después de sacar el rollo de la Torá del hejal, éste se lleva en procesión hacia la bimá, o estrado, donde se realiza la lectura de la porción que corresponda, llamada parashá. Cada sábado se lee una parashá, además de en festividades señaladas, de manera que al cabo de un año se ha completado la lectura de la Torá en su totalidad. La sacralidad del rollo de la Torá se manifiesta en el hecho de que no se puede tocar directamente, por lo que lleva dos soportes o agarres, uno a cada extremo del rollo, y el lector sólo puede guiarse en la lectura por medio de un puntero llamado yad, «mano», pues tiene la forma de una mano que señala.

La Torá se sigue leyendo en la sinagoga a partir de un rollo de pergamino, pues ése era el formato del libro en la Antigüedad, y en ese formato se conservaba la Torá en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción. Sin embargo, a partir del siglo X, la Torá y el resto de libros de la Biblia hebrea se empezaron a copiar en formato de códice (es decir, en forma de libro tal como lo conocemos hoy en día), pues así era más fácil estudiar los textos sagrados. Como estos códices se dedicaban al estudio y no se tenían que usar en la liturgia podían incorporar elementos que estaban prohibidos en los rollos de la Torá, como iluminaciones (imágenes) o textos adicionales.

El Templo sigue teniendo en el judaísmo una significación especial.

No en vano siempre ha sido considerado el lugar donde mora la divinidad, la casa de Yahvé, y el deseo de reconstruirlo ha estado presente en las oraciones de los judíos desde el mismo momento de su destrucción. Para las comunidades judías más ortodoxas, la reconstrucción del tercer y definitivo Templo vendrá con la futura llegada del mesías, que anunciará el final de los tiempos y verá la resurrección de los muertos.

Conviene no olvidar que la significación del Templo trasciende el judaísmo y tiene un lugar importante en las otras dos religiones del Libro: el islam y el cristianismo. El Corán se refiere al milagroso viaje nocturno de ida y vuelta que Mahoma hizo desde «la mezquita sagrada» (en La Meca) a la «mezquita más lejana», que la tradición musulmana identificó con el lugar del Templo de Salomón en Jerusalén, en el monte Moria. No hay que obviar que, en el Corán, Salomón es un profeta y se lo presenta, igual que en la Biblia, como constructor del Templo y culmen de la sabiduría.

El Templo ocupa también un lugar destacado en el cristianismo gracias a las escenas de la vida de Jesús que tanto los Evangelios canónicos como los Evangelios apócrifos sitúan en él y que han sido inmortalizadas en numerosas obras de arte, desde la presentación de Jesús en el Templo al poco tiempo de nacer, hasta la discusión de Jesús niño con los doctores del Templo –donde su precoz sabiduría tiene un claro paralelismo con el propio Salomón– o la expulsión de los mercaderes del recinto sagrado.

Conviene no olvidar que la significación del Templo trasciende el judaísmo y tiene un lugar importante en las otras dos religiones del Libro: el islam y el cristianismo. El Corán se refiere al milagroso viaje nocturno de ida y vuelta que Mahoma hizo desde «la mezquita sagrada» (en La Meca) a la «mezquita más lejana», que la tradición musulmana identificó con el lugar del Templo de Salomón en Jerusalén, en el monte Moria. No hay que obviar que, en el Corán, Salomón es un profeta y se lo presenta, igual que en la Biblia, como constructor del Templo y culmen de la sabiduría.

El Templo ocupa también un lugar destacado en el cristianismo gracias a las escenas de la vida de Jesús que tanto los Evangelios canónicos como los Evangelios apócrifos sitúan en él y que han sido inmortalizadas en numerosas obras de arte, desde la presentación de Jesús en el Templo al poco tiempo de nacer, hasta la discusión de Jesús niño con los doctores del Templo –donde su precoz sabiduría tiene un claro paralelismo con el propio Salomón– o la expulsión de los mercaderes del recinto sagrado.

Según la biblia, el rey Salomón, hijo de David y rey de Judá, mandó construir en su capital, Jerusalén, un templo para guardar el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley que Yahvé había entregado a Moisés. No se conservan restos arqueológicos de esta construcción, que los babilonios habrían destruido en 586 a.C., cuando se apoderaron de Jerusalén. El edificio era una versión en piedra y en mayor tamaño del Tabernáculo, un santuario portátil construido por los israelitas en el Sinaí, antes de llegar a Palestina, también según la tradición bíblica. Como éste, el Templo de Salomón estaría dividido en tres salas: un pórtico (ulam), el Santo (hejal) y el Santo de los Santos (debir), donde se guardaba el Arca, sobre la piedra en la que Abraham iba a sacrificar a su hijo Isaac. Ante él había un enorme altar para los sacrificios y entre éste y el Templo se situaba una inmensa pila para abluciones sacerdotales, el llamado «mar de bronce», y había otras diez pilas menores, también de bronce, para lavar los sacrificios que se iban a quemar.

La destrucción del templo por los romanos dejó pocos restos de la magnífica construcción que Herodes el Grande había realizado, aumentando notablemente el área y las dimensiones del Segundo Templo. A la vista sólo quedó una parte del muro occidental de su perímetro, lugar que, con el paso del tiempo, los judíos empezaron a visitar para lamentarse por la destrucción del Templo. Junto a ese muro se extiende el barrio donde se trasladaron a vivir los judíos de Jerusalén después de la conquista musulmana. Este muro occidental, o Muro de las Lamentaciones, sigue atrayendo en la actualidad a judíos de todo el mundo, y también a no judíos, y entre las rendijas de sus impresionantes sillares de piedra es costumbre introducir papelitos con las peticiones que escribe cada visitante.

La menorá, o candelabro de siete brazos, es uno de los utensilios del Templo de Jerusalén descritos en la Biblia. Era de oro y, según el historiador Flavio Josefo, el propio Pompeyo la contempló cuando entró al Templo. Después de la destrucción de éste por los romanos en el año 70 d.C., los utensilios, incluyendo la menorá, fueron saqueados por los romanos, como puede verse en un famoso relieve del arco de Tito, en el Foro de Roma. No obstante, existe una leyenda según la cual la menorá pudo ser salvada justo antes de la destrucción del Templo y escondida para evitar que los romanos se la llevaran como parte del botín. En la novela El candelabro enterrado, de Stefan Zweig, los judíos siguen su rastro sin descanso. Símbolo inequívoco del judaísmo, la menorá forma parte del escudo nacional del Estado de Israel.

Entre los judíos de la península ibérica arraigó con fuerza la idea de que los códices de la Biblia simbolizaban lo divino de la misma manera que lo hacía el Templo en la Antigüedad. Para ellos, los códices de la Biblia, como objetos, representaban el propio Templo. Por eso, durante la Edad Media se copiaron numerosos códices de la Biblia hebrea en los que se incluyeron iluminaciones (es decir, pinturas) de los utensilios del Templo que, según la tradición, servían para realizar las actividades de culto, como la menorá, el Arca de la Alianza, la mesa de los panes de proposición, el velo o el altar del incienso. Estas iluminaciones se realizaban por lo general a toda página, y en los códices preceden al comienzo de la Torá, para recordar al lector la identificación de la Torá con el Templo. Además, en los colofones (las notas que los copistas escribían al final de un códice para dejar constancia de su labor), muchas de estas Biblias reciben el nombre de miqdash-yá, es decir, «Templo de Yahvé», con lo que verbalizaban la misma idea que se reflejaba en la representación de los utensilios del Templo.

El Templo de Salomón inflamó la imaginación de los artistas durante siglos. Si desde la Edad Media se lo representó con frecuencia de forma circular, por confusión con la Cúpula de la Roca, su imagen varió en la Edad Moderna a raíz del descubrimiento de los modelos arquitectónicos clásicos y el desarrollo de la perspectiva.

Javier del Barco. Profesor de lengua y literatura hebreas. Universidad complutense de Madrid.

https://historia.nationalgeographic.com.es/edicion-impresa/articulos/templo-salomon-2_18354

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

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