
Es un recorrido de 20 piezas que se articulan en 4 secciones pero que, podrían ser muchas más.
La primera sección es el mito de la tierra plana con El paso de la laguna Estigia (1520-1524) de Joachim Patinir, las constelaciones contempladas con terror, la fascinación por la luna y el arrobamiento de las estrellas.
Monserrat Villar doctora en astrofísica del CSIC, propone en Reflejos del cosmos, un viaje en el espacio y en el tiempo, reflejando cómo evoluciona a través de los siglos la percepción e interpretación del firmamento a medida que avanzan los hallazgos científicos y como se refleja en arte.
Con obras de El Bosco, Rubens, Murillo, Zurbarán, Patinir o Tiepolo, ninguno de los cuadros se mueve de su emplazamiento habitual.

Ubicadas en 15 salas, cada obra elegida por la científica tiene en su parte delantera una cartela explicativa similar a las que acompañan a cada una de las obras expuestas en la colección permanente.

La ruta científica esta hasta el 16 de octubre.

Su financiación corre a cargo de la asociación de Amigos Americanos del Prado.
El museo trabaja en otros recorridos específicos para enriquecer la visita, pero, por el momento, el director prefiere mantener silencio.
Montserrat Villar es doctora en Astrofísica en el CSIC.
Su investigación está enfocada en las galaxias activas, aquellas que albergan un agujero negro gigantesco en el centro con signos de actividad frenética.
Hace su tesis en el Observatorio Europeo Austral (ESO, Garching, Alemania, 1996).
Dedicada a la divulgación científica, se encuentra la creación del proyecto Cultura con C de Cosmos.
Familiarizada con el significado de las estrellas, cuenta que, desde tiempos remotos, los humanos quieren conocer cada detalle del Universo.
Los artistas han tratado de reflejar los movimientos de la luz en el cielo, o los eclipses. Según los conocimientos científicos de cada época, las nuevas aportaciones se recogían en las obras.
Montserrat Villar descubre que la pintura es una de las mejores maneras de transmitir el conocimiento sobre el universo, tanto para el público adulto como para los más jóvenes.
Elige 20 obras del Prado, pero podrían haber sido 100.
La selección de piezas muestra la fascinación humana por el cosmos, el terror y la reverencia que suscita el infinito y la inquietud y reverencia hacia la eternidad. Destacan también los vínculos de los descubrimientos con cuestiones políticas, religiosas y económicas.
La primera, El mito de la Tierra plana, hace hincapié en las ideas falsas en torno a aquella creencia.
Los pensadores griegos como Aristóteles o Erastótenes, manejan teorías sobre la esfericidad del planeta y aunque en la Europa medieval se tiene la convicción generalizada de que la Tierra es plana, aquel conocimiento científico de los griegos se mantiene vivo.
En el primer medievo, los pensadores más influyentes y probablemente la mayoría saben que es esférica, como se deduce de la lectura de los textos de san Agustín, santo Tomás de Aquino o el monje benedictino Beda el Venerable.
La gran duda es el tamaño de esa esfera y se discute, si existe vida en las Antípodas.
En el siglo XVII, toma fuerza la posibilidad de que la Tierra no fuese un globo perfecto sino elipsoidal.
En el XVIII, los científicos se dividen entre quienes creen que esta achatado por los polos (Isaac Newton) o por el Ecuador (Cassini).
Para averiguar quién tiene razón, la Academia de Ciencias de Francia envía dos expediciones al Virreinato de Perú y a Laponia que confirman que el grado polar ofrecía mayor longitud que el ecuatorial.
Forman parte de este primer apartado El paso de la laguna Estigia de Patinir, en el que la línea del horizonte marca el fin del mundo.
El exterior del Tríptico del Jardín de las delicias de El Bosco cuya bóveda cristalina, que todo lo cubre, puede aludir a las aguas de encima que cita el Génesis o Las siete artes liberales de Giovanni dal Ponte, obra en la que aparece, sentado a los pies de la Astronomía, Ptolomeo, quien plantea un modelo de cosmos cuyo centro ocupa una Tierra esférica inmóvil.
En El nacimiento de la Via Lactea (1636-1638) de Rubens es una de las 20 paradas artísticas por las que transcurre el nuevo relato en forma de recorrido ideado por la astrofísica Montserrat Villar.
Cuenta que para que Hércules, hijo bastardo de Júpiter, pueda gozar de inmortalidad, es necesario que se alimente de leche de Juno, esposa de Júpiter.
Pero mientras lo hace, ella despierta sobresaltada y lo arroja lejos de sí.
En la pintura, el chorro de leche que sale disparado del pecho de la diosa parece dispersarse en multitud de estrellas.
La leche esparcida entonces por el cielo, forma la Vía Láctea.
Rubens alude así a la Vía Láctea según observa Galileo Galilei a través del telescopio.
https://elpais.com/cultura/2022-07-11/el-prado-se-inventa-un-paseo-entre-las-estrellas.html