El polifacético Darío Regoyos, Viernes Santo en Castilla

Viernes Santo en Castilla

Nació el 1 de noviembre de 1857, en Ribadesella, Asturias.
Se formó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, en la que ingresó en 1878, teniendo  como maestro a Carlos de Haes.

Nace en Ribadesella, Asturias, pero se forma en Madrid, donde su padre trabaja como arquitecto.

En 1979, aconsejado por Carlos de Haes, el que fuera su maestro años atrás, viajó a Bruselas para recibir clases del pintor belga Joseph Quinaux, con el que estudió dos años, convirtiéndose Quinaux en su verdadero maestro, según el mismo Regoyos reconocería años más tarde.

El año de nacimiento de Darío Regoyos (1857-1913) coincide con el de acceso a la cátedra de paisaje de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando del que será su maestro, el pintor hispano-belga Carlos de Haes, cuya enseñanza sobre la interpretación realista de este género es determinante para la modernización artística de nuestro país en la segunda mitad del XIX.

Al mismo tiempo se matriculó en L’École Royale des Beaux-Arts de Bruselas, en la asignatura Dessin d’Après la Tête Antique, donde fue discípulo de Van Sevendonck.

En la todavía artísticamente atrasada España, de la primera mitad del XIX, la enseñanza de un género tan crucial para el arte de la época contemporánea como es el paisaje, no se fragua hasta la catedra de San Fernando por una Real Orden del Ministerio de la Gobernación de la Península, fechado en mayo de 1844, a instancias del consagrado pintor romántico, Genaro Pérez de Villaamil.

Simultaneó su residencia de 1881 a 1893 entre Holanda y Bélgica, aunque durante ese tiempo visitó España con frecuencia.
Influenciado por su círculo artístico de entre sus amigos belgas, en muchas obras utilizaba la espátula en lugar del pincel sobre el lienzo.

Este ocupa dicha catedra hasta su muerte acaecida en 1854, siendo sustituido en el cargo por Fernando Ferrant, fallecido a su vez dos años después.

En 1888 recorrió España con el poeta Émile Verhaeren, quien a su regreso a Bélgica publicaría en una revista las impresiones del viaje.

Pero antes de que Haes acceda por oposición a la catedra de Paisaje, hay un significativo intento académico, finalmente frustrado, de eludir la convocatoria del concurso público, proponiendo que fuera ocupada por Vicente Camarón, nominado interinamente para ello.

Diez años después, los artículos fueron traducidos e ilustrados por Regoyos con xilografías, dando como resultado el conocido libro España negra.
Dedicó numerosos óleos, pasteles, acuarelas con esa España oscura, alternándolas hasta finales del siglo con ricos y luminosos paisajes impresionistas.

Con lo apuntado se puede suponer que ocurre en el país con la enseñanza artística oficial y en particular con la pintura de paisaje, un género que alcanza una pujanza insólita a partir del romanticismo, sin que decline después en ningún momento.

Dos de las obras paradigmáticas de este momento, son «Víctimas de la fiesta», de 1894, y «Viernes Santo en Castilla», de 1904, cargadas de un duro y crudo simbolismo.

Pérez de Villaamil nace en 1807, no se especializa en paisaje hasta 1833, año en que conoce la obra de David Roberts, cuyas maneras románticas cultiva ya muy pasado 1830.

En 1887, tras conocer en París y Bruselas el neoimpresionismo, se interesó por el divisionismo, que practicaban sus iniciadores, George SeuratPaul Signac y Camille Pissarro

Aunque no se puede devaluar el papel pionero de Pérez Villaamil, ni su calidad artística, no parece que ni su forma de interpretar el paisaje, ni su enseñanza que hace del mismo, suscite el más mínimo interés entre sus coetáneos.

Realizó, aunque sólo durante dos años, de 1892 a 1894, ya que la citada técnica no le permitía pintar «au plain air» (al aire libre), dos pinturas significativas: «Las redes», de 1893, considerada una obra maestra de este periodo, y «Mercado en Compostela», de 1892.

Villaamil constituye ese caso aislado cuyo interés se acrecienta al compararlo con la mediocridad circundante.

Su pintura pasó por diversas etapas, la primera, más conectada con el período belga, en la que realizó sobre todo retratos.
La segunda, donde predominó su serie de «La España negra», fue una etapa más filosófica o presimbolista.

De los escasos paisajistas románticos que aparecen en España durante la primera mitad del XIX, pocos merecen una mención tan especial.

Y la tercera, que constituye la parte más conocida y notable, cuya técnica y paleta de colores está más próxima al impresionismo.
Respecto al impresionismo escribió en 1905: «El impresionismo es un infinito capaz de renovarse siempre, al ser el reflejo de ese otro infinito —la naturaleza— que se transforma constantemente».

El catalán Luis Rigalt, pintor elegante de salón y bien medidas composiciones, nunca llega a superar el buen tono académico.

Sus trabajos de esta época son más osados  que la de sus contemporáneos Joaquín Sorolla e Ignacio Zuloaga,  en la que realizó numerosos paisajes del País Vasco.

Javier Parcerisa, también catalán, solo consigue para sus laminas de viaje, una gran pulcritud.

En 1881 pasó a formar parte del círculo L’Essor, uniéndose al grupo de artistas que más tarde, en 1883, fundaría el famoso grupo de Les XX, siendo el único miembro fundador que no tenía nacionalidad belga.

Hay que esperar a la segunda mitad de siglo para que comience una pintura de paisaje con cierto interés.

El paisaje le permitió investigar sobre la luz y el color en sus distintas gradaciones y matices. Fiel a las propuestas impresionistas, que conoció directamente en Bélgica y París, quiso expresar en sus obras la impresión inmediata que produce la apariencia de las cosas. Para ello adoptó una paleta clara y una técnica a base de pequeños toques de pincel, rápidos y cortantes. (M. Thyssen).

Hay que esperar a la primera generación de pintores realistas, los Marti Alsina, Martin Rico y De Haes y muchas veces no tanto por la obra en si de ellos sino por la fecunda proyección de los buenos modos en la generación siguiente, hecho a raíz del cual se va a reproducir el primer intento serio de volver a conectar España con las corrientes europeas más avanzadas.

De sus obras, una parte importante de ellas están alojadas en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Museo del Prado de Madrid, el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Cataluña y en el Museo de Carmen Thyssen de Málaga.

Entre los pintores realistas antes citados, De Haes le corresponde el merito de ejercer de influjo más determinante.

En parte por haber ocupado la cátedra de Paisaje de San Fernando durante casi toda la segunda mitad del XIX.

Su pintura ha sido definida como admirable en el color, aunque simple en el dibujo, a veces casi naif, pero fue un caso prácticamente aislado del impresionismo en el norte de España.
Durante toda su carrera viajó inasequible al desaliento, buscando los lugares que eran propicios a su estilo, viajó al País Vasco de forma regular entre 1884 y 1912.

Pero no menos decisiva es también la orientación que sabe dar a su enseñanza, como bien explica uno de sus más fieles discípulos, Aureliano de Beruete:

Al igual que otros pintores contemporáneos, creía que existían sitios más o menos próximos a la sensibilidad de cada artista, él prefería trabajar bajo la luz suave del Cantábrico, que le permitía pintar a cualquier hora del día.

La característica de Haes, es que la gran novedad en aquellos tiempos en el que el paisaje no se cultiva interpretando directamente la naturaleza, sino por el recuerdo o todo lo más por apuntes ligeros tomados del natural, que este gran artista hacia tomar del natural.

Las salidas y puestas de sol, los días nublados, la luz crepuscular y los nocturnos, los vendavales y aguaceros, fueron sus temas preferidos.
En obras como «Lumière électrique» (Luz eléctrica), de 1901, o «La Concha, nocturno», de 1906, supo captar con gran maestría los efectos sobre el paisaje de la luz eléctrica.

La nómina de alumnos y discípulos es impresionante en cantidad y calidad, como refleja que entre ellos este Sainz, Morera, Riancho, Beruete, Regoyos, Avendaño, Lhardy, Lupiañez etc.

Se hace evidente este interés por reflejar distintos fenómenos relacionados con la luz, alcanzando su máxima expresión en la representación de un mismo motivo en dos momentos distintos del día, un ejemplo: «Plaza de Burgos por la mañana» y «Plaza de Burgos al atardecer», ambas de 1906.
De él escribieron:
«Regoyos es el poeta sensible y su pintura, exenta de toda literatura, es la expresión pura de la verdadera alma en su íntima y profunda realidad». Gustavo Cochet

Carlos de Haes, además de adelantar la pintura de plein air, inculca en sus jóvenes seguidores la inquietud cosmopolita, animándoles a completar su formación en el extranjero, con Agustín Riancho, Aureliano de Beruete y Darío Regoyos, que son los tres mejores paisajistas españoles de fin de siglo XIX.

Se hace evidente este interés por reflejar distintos fenómenos relacionados con la luz, alcanzando su máxima expresión en la representación de un mismo motivo en dos momentos distintos del día, un ejemplo: «Plaza de Burgos por la mañana» y «Plaza de Burgos al atardecer», ambas de 1906.
De él escribieron:
«Regoyos es el poeta sensible y su pintura, exenta de toda literatura, es la expresión pura de la verdadera alma en su íntima y profunda realidad». Gustavo Cochet

Para los dos últimos citados, miembro de familias acomodadas y muy cultivadas el salir fuera no resulta tan imprescindible, pero si para el primero, que es determinante.

«La espiritualidad en su pintura está por encima de la técnica, como ocurre con los buenos pintores impresionistas, en contraste con otros paisajistas de su tiempo, que resultan vulgares y fotográficos». Pío Baroja.

En el caso de Darío Regoyos, también sus amigos Albéniz y Fernández Arbós le animan a realizar su viaje a Bruselas.

«La espiritualidad en su pintura está por encima de la técnica, como ocurre con los buenos pintores impresionistas, en contraste con otros paisajistas de su tiempo, que resultan vulgares y fotográficos». Pío Baroja.

Allí permanece durante una década, se integra en una relevante vanguardia belga, llegando a formar parte de los grupos Essor y Les vingt, entre los que están figuras tan determinantes como Meunier, Seurat, Rodin, Whistler, Rhysselberghe, Ensor o Khnopff.

En 1912 Regoyos se trasladó junto a su familia en Barcelona con el fin de pasar en ella el invierno, aunque ya estaba gravemente enfermo.

La cercanía e intimidad que Regoyos llega a tener con esos artistas, es muy fecundo en todos los órdenes, pues además de compartir ideales estéticos, les anima a que viajen a España.

Pudo realizar en la ciudad condal dos importantes exposiciones incluso pintó varias obras al aire libre, paisajes de diversas comarcas catalanas.

1888 el mismo realiza un amplio recorrido por España con el poeta Emile Verhaeren, fruto del cual es el celebre libro, España Negra, para el que Regoyos incluye 24 grabados suyos.

Realizó también varias vistas urbanas de Barcelona, donde murió, el 29 de octubre de 1913.Participó a lo largo de su carrera, sobre todo, en exposiciones colectivas en las que se propugnaba la libertad en el arte. Expuso en Francia, frecuentemente en el Salón de los Independientes de París y en las Galeries Durand-Ruel, en Bélgica, Alemania, Holanda, Italia, Reino Unido, México y Argentina.

Pero si en sus años belgas se empapa de Simbolismo, su paso por el París de 1890 le convierte en un seguidor de la técnica postimpresionista del puntillismo.

Durante esta década, Regoyos reside en Barcelona y finalmente, tras contraer matrimonio, fija su residencia en el País Vasco, aunque sin dejar de viajar periódicamente al extranjero.

A partir de todos estos datos, resulta fácil entender que su moderna forma de entender el paisaje no tuviese paragón en nuestro país.

Viernes Santo en Castilla es un cuadro que compendia a la perfección las perfecciones y el espíritu de la pintura de Dario Regoyos que además de constituir un fiel reflejo antropológico de su visión de España, en muchos sentidos idéntica a la de los miembros de la Generación del 98.

Así el hecho de tomar Castilla como lugar de inspiración, con su adusta faz que Regoyos acentúa con la negra fila de mujeres vestidas de negro que acompañan la procesión religiosa.

El interés del cuadro se acrecienta por el fuerte contraste existente entre la cola de feligreses en procesión y la cegadora luz solar que los envuelve, así como por las circunstancias de que el grupo atraviese en vano un viaducto por donde en ese momento pasa un tren.

No creo que se pueda hallar otra estampa tan rotunda y significativa de lo que es España al filo del cambio de siglo, atrapada en su permanente contradicción entre tradición y progreso.

CALVO SERRALLER Francisco, FUSI AIZPURÚA Juan Pablo, El espejo del tiempo. Editorial Taurus, Madrid 2019.

Trianart foto

Dario Regoyos, Playa de Almería de noche 1882

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

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