

Se formó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, en la que ingresó en 1878, teniendo como maestro a Carlos de Haes.
Nace en Ribadesella, Asturias, pero se forma en Madrid, donde su padre trabaja como arquitecto.

El año de nacimiento de Darío Regoyos (1857-1913) coincide con el de acceso a la cátedra de paisaje de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando del que será su maestro, el pintor hispano-belga Carlos de Haes, cuya enseñanza sobre la interpretación realista de este género es determinante para la modernización artística de nuestro país en la segunda mitad del XIX.

En la todavía artísticamente atrasada España, de la primera mitad del XIX, la enseñanza de un género tan crucial para el arte de la época contemporánea como es el paisaje, no se fragua hasta la catedra de San Fernando por una Real Orden del Ministerio de la Gobernación de la Península, fechado en mayo de 1844, a instancias del consagrado pintor romántico, Genaro Pérez de Villaamil.

Influenciado por su círculo artístico de entre sus amigos belgas, en muchas obras utilizaba la espátula en lugar del pincel sobre el lienzo.
Este ocupa dicha catedra hasta su muerte acaecida en 1854, siendo sustituido en el cargo por Fernando Ferrant, fallecido a su vez dos años después.

Pero antes de que Haes acceda por oposición a la catedra de Paisaje, hay un significativo intento académico, finalmente frustrado, de eludir la convocatoria del concurso público, proponiendo que fuera ocupada por Vicente Camarón, nominado interinamente para ello.

Dedicó numerosos óleos, pasteles, acuarelas con esa España oscura, alternándolas hasta finales del siglo con ricos y luminosos paisajes impresionistas.
Con lo apuntado se puede suponer que ocurre en el país con la enseñanza artística oficial y en particular con la pintura de paisaje, un género que alcanza una pujanza insólita a partir del romanticismo, sin que decline después en ningún momento.

Pérez de Villaamil nace en 1807, no se especializa en paisaje hasta 1833, año en que conoce la obra de David Roberts, cuyas maneras románticas cultiva ya muy pasado 1830.

Aunque no se puede devaluar el papel pionero de Pérez Villaamil, ni su calidad artística, no parece que ni su forma de interpretar el paisaje, ni su enseñanza que hace del mismo, suscite el más mínimo interés entre sus coetáneos.

Villaamil constituye ese caso aislado cuyo interés se acrecienta al compararlo con la mediocridad circundante.

La segunda, donde predominó su serie de «La España negra», fue una etapa más filosófica o presimbolista.
De los escasos paisajistas románticos que aparecen en España durante la primera mitad del XIX, pocos merecen una mención tan especial.

Respecto al impresionismo escribió en 1905: «El impresionismo es un infinito capaz de renovarse siempre, al ser el reflejo de ese otro infinito —la naturaleza— que se transforma constantemente».
El catalán Luis Rigalt, pintor elegante de salón y bien medidas composiciones, nunca llega a superar el buen tono académico.

Javier Parcerisa, también catalán, solo consigue para sus laminas de viaje, una gran pulcritud.

Hay que esperar a la segunda mitad de siglo para que comience una pintura de paisaje con cierto interés.

Hay que esperar a la primera generación de pintores realistas, los Marti Alsina, Martin Rico y De Haes y muchas veces no tanto por la obra en si de ellos sino por la fecunda proyección de los buenos modos en la generación siguiente, hecho a raíz del cual se va a reproducir el primer intento serio de volver a conectar España con las corrientes europeas más avanzadas.

Entre los pintores realistas antes citados, De Haes le corresponde el merito de ejercer de influjo más determinante.

En parte por haber ocupado la cátedra de Paisaje de San Fernando durante casi toda la segunda mitad del XIX.

Durante toda su carrera viajó inasequible al desaliento, buscando los lugares que eran propicios a su estilo, viajó al País Vasco de forma regular entre 1884 y 1912.
Pero no menos decisiva es también la orientación que sabe dar a su enseñanza, como bien explica uno de sus más fieles discípulos, Aureliano de Beruete:

La característica de Haes, es que la gran novedad en aquellos tiempos en el que el paisaje no se cultiva interpretando directamente la naturaleza, sino por el recuerdo o todo lo más por apuntes ligeros tomados del natural, que este gran artista hacia tomar del natural.

En obras como «Lumière électrique» (Luz eléctrica), de 1901, o «La Concha, nocturno», de 1906, supo captar con gran maestría los efectos sobre el paisaje de la luz eléctrica.
La nómina de alumnos y discípulos es impresionante en cantidad y calidad, como refleja que entre ellos este Sainz, Morera, Riancho, Beruete, Regoyos, Avendaño, Lhardy, Lupiañez etc.

De él escribieron:
«Regoyos es el poeta sensible y su pintura, exenta de toda literatura, es la expresión pura de la verdadera alma en su íntima y profunda realidad». Gustavo Cochet
Carlos de Haes, además de adelantar la pintura de plein air, inculca en sus jóvenes seguidores la inquietud cosmopolita, animándoles a completar su formación en el extranjero, con Agustín Riancho, Aureliano de Beruete y Darío Regoyos, que son los tres mejores paisajistas españoles de fin de siglo XIX.

De él escribieron:
«Regoyos es el poeta sensible y su pintura, exenta de toda literatura, es la expresión pura de la verdadera alma en su íntima y profunda realidad». Gustavo Cochet
Para los dos últimos citados, miembro de familias acomodadas y muy cultivadas el salir fuera no resulta tan imprescindible, pero si para el primero, que es determinante.

En el caso de Darío Regoyos, también sus amigos Albéniz y Fernández Arbós le animan a realizar su viaje a Bruselas.

Allí permanece durante una década, se integra en una relevante vanguardia belga, llegando a formar parte de los grupos Essor y Les vingt, entre los que están figuras tan determinantes como Meunier, Seurat, Rodin, Whistler, Rhysselberghe, Ensor o Khnopff.

La cercanía e intimidad que Regoyos llega a tener con esos artistas, es muy fecundo en todos los órdenes, pues además de compartir ideales estéticos, les anima a que viajen a España.

1888 el mismo realiza un amplio recorrido por España con el poeta Emile Verhaeren, fruto del cual es el celebre libro, España Negra, para el que Regoyos incluye 24 grabados suyos.

Pero si en sus años belgas se empapa de Simbolismo, su paso por el París de 1890 le convierte en un seguidor de la técnica postimpresionista del puntillismo.

Durante esta década, Regoyos reside en Barcelona y finalmente, tras contraer matrimonio, fija su residencia en el País Vasco, aunque sin dejar de viajar periódicamente al extranjero.

A partir de todos estos datos, resulta fácil entender que su moderna forma de entender el paisaje no tuviese paragón en nuestro país.

Viernes Santo en Castilla es un cuadro que compendia a la perfección las perfecciones y el espíritu de la pintura de Dario Regoyos que además de constituir un fiel reflejo antropológico de su visión de España, en muchos sentidos idéntica a la de los miembros de la Generación del 98.

Así el hecho de tomar Castilla como lugar de inspiración, con su adusta faz que Regoyos acentúa con la negra fila de mujeres vestidas de negro que acompañan la procesión religiosa.
El interés del cuadro se acrecienta por el fuerte contraste existente entre la cola de feligreses en procesión y la cegadora luz solar que los envuelve, así como por las circunstancias de que el grupo atraviese en vano un viaducto por donde en ese momento pasa un tren.
No creo que se pueda hallar otra estampa tan rotunda y significativa de lo que es España al filo del cambio de siglo, atrapada en su permanente contradicción entre tradición y progreso.
CALVO SERRALLER Francisco, FUSI AIZPURÚA Juan Pablo, El espejo del tiempo. Editorial Taurus, Madrid 2019.
Trianart foto
