
Es difícil encontrar en el XIX un artista más esquivo y polémico que el madrileño Eugenio Lucas Velázquez, del que hasta hace nada se desconoce todo.

1840 irrumpe en la escena artística española, con tanta determinación, fecundidad y fortuna que no tarda en ser reconocido y apoyado incluso por las más altas instancias -la familia real.

Es uno de los más grandes maestros de la pintura española del siglo XIX.
1850-1860 despliega una actividad frenética, que no solo se limita a pintar, sino que animado por los más diversos lances y aventuras, entre los que se cuenta su afición al viaje.

Pero a pesar de estos éxitos la fama de Lucas Velázquez cae en picado con la misma rapidez que su ascensión, sobre todo por la parodia que hace de Goya, lo que muchos atribuyen a su deliberada intención de engaño o por oportunismo.

No hay duda de su talento para parodiar a Goya, cuyo prestigio internacional crece a lo largo del XIX.

De formación autodidacta, fraguada a la sombra del Prado, que se inaugura a finales de 1849, Lucas tiene al alcance, no solo a Goya, sino a todos los maestros quienes también empiezan entonces a producir una admiración universal.

Pudo encontrar en la obra del de Fuendetodos un enorme filón que le permitió crear una pintura imaginativa, de pasiones desatadas, visiones fantásticas, con escenas de intenso dramatismo, imbuidas del más genuino espíritu romántico, sobre todo en escenas de la Inquisición, los aquelarres, las de brujerías, romerías, manolas y toros y toreros, temas todos ellos inspirados por los de Goya, y que constituyen el núcleo más interesante de su prolífica carrera.
1830 lo español y no solo sus artistas, se pone de moda por todo el mundo, lo que determina que los nacionales, fuera cual fuera el papel asignado, se acomoden al papel asignado.

Hay seguidores de Ribera, Velázquez, Murillo, Goya y a la vez para realizar toda clase de visiones pintorescas de lo español, fuera de sus paisajes o costumbres.

Lo que le distingue del montón de artistas españoles que desde entonces hasta ahora explotan la vena castiza, en la interpretación goyesca de la misma, circunscrita no solo a la manera de pintar sino a la manera de juzgar la historia y la vida de su país.

El Museo del Prado de Madrid alberga las obras más interesantes y representativas del artista, la mayor parte procedentes del desaparecido Museo de Arte Moderno, en 1969.
Es uno de los representantes de la veta brava o el costumbrismo goyesco que se contrapone al costumbrismo andaluz, de acento folclórico más amable y en las antípodas de cualquier atisbo crítico.

Los seguidores y falsificadores de Goya abundan en mayor número de lo que se cree, por lo que no tiene sentido convertir a Lucas en chivo expiatorio.

Pero en el siglo XIX no son tantos los que dan una visión agria de lo español.
Leonardo Aleza (1807-1845) se aproxima al talento artístico goyesco de Lucas, ocupando ambos el protagonismo del costumbrismo de veta brava.
En la pieza con el equívoco título de La Revolución, hay que puntualizar que el cuadro, el estilo o el tema nada tiene que ver con Episodio de la revolución de julio de 1854, exhibido con éxito de crítica en la Exposición Universal de París de 1855 junto a Plaza Partida.

No está claro que el cuadro aún necesitado de investigación, pues ni siquiera está datado ni por conjetura ni por el Prado, ni por el catálogo razonado de Arnaiz, aunque supongamos que se hace en la década de 1850, representa un episodio revolucionario contemporáneo.
Se ven exaltados grupos de hombres armados, uno de los cuales, muy realzado, es un fraile que lleva en la mano derecha un crucifijo, mientras que en la izquierda porta un mosquetón, dejando ver una pistola asomando en la faltriquera.
El resto de los personajes, en su mayoría, tipos populares mal encarados, excepto uno que lee ávidamente un papel provisto de antiparras, poniendo así de relieve otro cariz.
Estamos ante un motín popular presidido por un cura trabucaire, de aquellos que pululan desde la guerra de la independencia y cuya presencia se prolonga, por uno u otro motivo, hasta décadas posteriores.
Sea cual sea el verdadero motivo representado, el de una acción revolucionaria o contrarrevolucionaria, el cuadro es una fiel estampa de esa España atribulada y levantisca, interpretada de manera goyesca.
Por lo demás no solo el ardor guerrero de los españoles contra el invasor francés, esta motivado mayoritariamente por un patriotismo monárquico y religioso, sino que toda la secuencia de acontecimientos posteriores, por lo menos hasta mitad del XIX.
Eugenio Lucas se contagia por el estilo goyesco tanto en la forma como en la visión moral reticente de la alocada, violenta e impredecible fiebre popular.
Foto Trianart
CALVO SERRALLER Francisco, FUSI AIZPURÚA Juan Pablo, El espejo del tiempo. Editorial Taurus. MADRID 2009.
