
Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están, ¡ay!, los que fueron
honra del libre, y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía».
Difícil es encontrar en España una figura tan detestada como la de Fernando VII.

Debido a su actitud y no solo en política, y de su carácter solapado y rencoroso, no hace falta esfuerzo para estigmatizar su imagen, sobre todo su nefasto papel en la historia del país, cuya modernización retraso incluso más allá de lo previsible en un monarca absolutista que sobrevive de manera intempestiva.

Su reinado dura veinte años con un breve paréntesis del Trienio Liberal, impide convertirlo en el chivo expiatorio de todos los males patrios.

Tampoco cabe caricaturizarlo como un demonio sin mezcla de bien alguno.

Es el fundador del Museo del Prado, inaugurado en 1819 lo que se lleva no solo a cabo a expensas de la Colección Real sino sufragado con su bolsillo privado.

Y aunque muchos de los artistas hubieran colaborado con José I, fueran o no afrancesados o cuando hubieran profesado simpatías liberales, no les aplicaba la misma vara de medir que a otros estamentos.

Como se demuestra al subsidio personal que concede al depurado y ya anciano Maella, o la transigencia que manifiesta con Goya, aun cuando este se autoexilia a Burdeos.

Con los artistas de la nueva generación como José Madrazo, José Aparicio, Juan Antonio Rivera o Rafael Tejeo, no parece tener problemas, si bien su pintor preferido es Vicente López.
Gran retratista que tiene que sufrir el recibir tan decidido apoyo por parte de un odiado monarca, además de haber estado ensombrecido por la figura de Goya.
En España los profesionales del arte salvo los escritores están lejos de plantearse problemas intelectuales, morales y políticos, con lo que mas que persecuciones ideológicas, lo que padecen son estrecheces económicas del momento, así como la mezquindad general de la sociedad española.
Dada la actitud de Fernando VII, no cabe la realización de otro arte que no sea más que de naturaleza histórica, dedicado a exaltar las hazañas épicas de la guerra de la independencia, convenientemente despejadas de alusiones a la Constitución de Cádiz y de todo lo que tuviera la más mínima relación con esa visión del país.
Por lo menos hasta la muerte de Fernando VII, porque el Trienio Liberal da poco de si al respecto.
Por otro lado las guerras carlistas aplazan la posibilidad de una revisión critica de la historia contemporánea de España, que no empieza a manifestarse en el terreno artístico hasta pasada la mitad del XIX.
La primera generación de pintores de historia se da a conocer a partir de 1860 con Casado del Alisal o Antonio Gisbert Pérez, formado el último en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Roma y sobre todo en París, donde cae bajo la influencia del pintor Paul Delaroche.

Su salto se produce al conseguir con sus Comuneros de Castilla la primera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1860, cuadro que avisa del credo liberal del pintor.

Pero la obra que ha quedado en la memoria del arte español del XIX, es el Fusilamiento de Torrijos, un encargo del gobierno de Sagasta, cursado por un Real Decreto del 21 de enero de 1886, siendo ministro de Fomento Eugenio Monteros Rio.

‘El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga’ es el único caso de un cuadro de temática histórica encargado por el Estado a un pintor y destinado al Museo del Prado. El gabinete liberal de Práxedes Mateo de Sagasta seleccionó a Antonio Gisbert en 1886 para realizar la obra, que se convirtió en un elemento simbólico de la construcción de la nación española desde la perspectiva de la defensa de la libertad y del triunfo sobre el absolutismo. Representa el instante anterior al fusilamiento del general José María Torrijos y sus compañeros el 11 de diciembre de 1831, ordenado por Fernando VII. Habían sido víctimas de una emboscada preparada por el gobernador de Málaga, Vicente González Moreno, quien les había asegurado el éxito de una rebelión contra el rey. Se les acusaba de «alta traición».
El pintor con 50 años se toma muy en serio el encargo y tarda dos años en terminarlo en su estudio de Paris.
El hecho de afrontar el tema en su madurez pictórica y personal le permite afrontar el desafío.
Le beneficia sus dotes de observación y que Paris ya es capital de la vanguardia que en ese momento tiene los inicios del movimiento postimpresionista y el simbolismo.
No es que a esas alturas de la vida, Gisbert tuviera que estar a la última, pero asentado en una tendencia realista pudo asistir a la consagración internacional de Velázquez y mirar sin complejos el legado de Goya.
El Fusilamiento de Torrijos tiene muy en cuenta los Fusilamientos del 3 de mayo de 1808, aunque interpretado de manera personal.


En el grupo se encuentra quienes van a ser inmediatamente ejecutados por el pelotón que se vislumbra a sus espaldas, dejándose ver en el primer término, desparramados los cadáveres por la playa, aquellos que les han precedido en la masacre.

Al ser las figuras de los protagonistas mayores y estar todas ellas tan cuidadosamente individualizada, además del hecho de estarse enfrentando a su cruel destino con la visión de la muerte a sus pies, el efecto del grupo resulta de una objetividad inquietante, sin caer en patetismo grandilocuente.



El general Torrijos que en el momento de su ejecución cuenta 40 años, se adelanta ligeramente al resto de condenados, cuya alineación oblicua, encabeza.

El militar ejemplifica el liberalismo insurreccional español que se rebeló contra la monarquía absolutista para establecer un régimen constitucional. Torrijos luchó en la Guerra de la Independencia, es encarcelado tras la restauración de Fernando VII y en el Trienio Liberal (1820-1823) es nombrado ministro de la Guerra. Hombre culto, amigo del marqués de Lafayette, héroe de la independencia de EEUU, y de los grandes poetas románticos como José de Espronceda, se exilió en Inglaterra tras negarse a ir a América para luchar contra el independentismo. Desde Gibraltar orquesta un nuevo pronunciamiento, pero en el trayecto a Málaga su embarcación es abordada por el guardacostas Neptuno. Le arrestan junto a sus hombres de confianza, les condenan a muerte y les ejecutan en la playa de San Andrés de Málaga.
Con su mano izquierda toma la mano del anciano caballero de ojos vendados Francisco Fernández Golfín, mientras que con la derecha toma a Manuel Flores Calderón.

Es el personaje de mayor edad entre los fusilados. Hijo del IV marqués de la Encomienda, había ingresado muy joven en el ejército, combatiendo como coronel de Infantería en la Guerra de la Independencia. Tras ser nombrado ministro interino de la Guerra en Cádiz en 1823 se exilió al año siguiente; y como miembro de la Junta de Lisboa fue uno de los que ofreció la Corona española a don Pedro, emperador de Brasil. Tal y como lo pintó Gisbert, a Golfín «no [le] hacen falta los ojos en la cara del vendado para expresar la audacia con que se levanta su espíritu libre sobre las pequeñeces de la tiranía, ni para expresar la arrogancia con que el representante de las libertades populares desdeña a los que no podrán aprisionar la idea por la que va a verter su generosa sangre».

Si Torrijos representaba la máxima autoridad militar de la “Junta ejecutiva para el alzamiento de España a favor de la causa de la libertad”, tal y como firmaban sus documentos en busca de apoyos, Flores Calderón era la civil. Fue el presidente de las Cortes durante el Trienio Liberal, se exilió a Londres tras la restauración de Fernando VII y fue uno de los firmantes del ‘Manifiesto a la Nación’. El fray Antonio Martín Moyano, su confesor antes del fusilamiento, encomió en una carta “su semblante apacible en aquella noche, su tranquilidad y bello modo (…) Nada de lamentarse de su suerte, ninguna queja contra persona alguna; nada de enemigos, los que decía [que] no había conocido”.
Junto a este están Juan López Pinto, Robert Boyd, y Francisco Borja Pardio.

El teniente coronel de Artillería era amigo de la infancia de Torrijos. Ambos participaron en 1823 en la defensa de Cartagena, en el marco de las operaciones de resistencia contra los Cien mil hijos de San Luis y las tropas absolutistas. López Pinto se exilió en Francia, Bélgica e Inglaterra hasta que su colega le llamó ya desde Gibraltar, donde se reencontraron. En una carta fechada el 1 de octubre de 1831, hablaba de las dos posibilidades a las que se enfrentaban: “… si la suerte coronase nuestros esfuerzos tendremos la dicha de haber contribuido con cuantos sacrificios han estado a nuestro alcance al triunfo de la libertad, y si la fatalidad quisiera lo contrario, moriremos con honra y la posteridad nos hará justicia”.


Robert Boyd, fusilado con 26 años, dejó atrás una vida “limpia, clara, sin mácula”, según le confesó a su hermano en su última carta. Fue el personaje que contribuyó a incrementar el carácter internacional del suceso debido a su nacionalidad británica –había nacido en la ciudad de Londonderry, Irlanda del Norte–. De cabello rojizo y tez pálida, Boyd se hizo amigo y benefactor de Torrijos durante el exilio inglés de este, de quien admiraba su condición de héroe de la Independencia contra la invasión napoleónica. Abrazó la causa liberal hasta la muerte, que ni siquiera pudo evitar el cónsul inglés en Málaga por muchas gestiones que intentó.

Este militar ya estuvo a punto de ser fusilado durante la Guerra de la Independencia tras caer prisionero de los franceses. En julio de 1820, al comienzo del Trienio Liberal, se encontraba en Madrid y le nombran comisario de guerra. Luego se vio obligado a exiliarse a Gibraltar en 1823. Es el hombres que en el cuadro de Gisbert enlaza con los personajes populares, formando un grupo con el hombre de la barretina y con el marinero vendado que viste camisa de rayas y faja.
De los restantes ajusticiados nada se sabe.

El cuadro pronto se convirtió en un elemento simbólico de la construcción de la nación española. En el fusilamiento se producía la unión del pueblo con la burguesía revolucionaria, que había sido la base del triunfo del Sexenio Democrático (1868-1874). Gisbert lo pintó en un periodo en el que se restablecieron algunas de las medidas progresistas acordadas durante el Sexenio, como el sufragio universal, la Ley de Asociaciones, que favoreció la libertad sindical, y la Ley del Jurado, que lo establecía para asuntos de importancia social.
El pintor reúne a distintos prototipos sociales conjurados por la causa de la libertad.

En primer término del cuadro, Gisbert, para conferir dramatismo a la composición, colocó a tres compañeros de Torrijos ya ejecutados en un recurso que recuerda a ‘Los fusilamientos’ de Goya. Nada más conocer sus muertes, Espronceda le cantó al militar y a sus seguidores un poema que decía: «Helos allí: junto a la mar bravía / cadáveres están, ¡ay!, los que fueron / honra del libre, y con su muerte dieron / almas al cielo, a España nombradía».
El cuadro retrata fondo y forma, la cara mas siniestra del absolutismo de Fernando VII.
La rebelión es urdida desde España para embarcar en la aventura a los exiliados liberales que conspiran desde el Reino Unido, a los que el gobernador de Málaga, Vicente González Moreno, engaña con la promesa de que a su llegada desde Gibraltar seria acogida por una insurrección local, la cual serviría como cabeza de puente para el consiguiente levantamiento popular generalizado.

Perfectamente preparada la emboscada, los engañados conspiradores son obligados a desembarcar en las playas de Málaga, donde vencida su resistencia, también son pasados por armas con un previo juicio sumarísimo, momento elegido para su rememoración pictórica.

Si el cuadro de Gisbert se inspira en Goya, su calado moral recrea aún más el espíritu de este, al enaltecer el sacrificio de los vencidos como una victoria, revolucionando de esta manera el sentido tradicional de la representación épica.


Obra impactante
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Preciosa totalmente
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Gracias
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La verdad, cuando empecé a vivir en Madrid y vi que Fernando VII tenía una estatua por Calle Toledo, flipé. No me imagino monarca menos digno de ser celebrado así. De momento.
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Que bien dices, un impresentable, quitando que retrasó la modernización del país, un encanto de gestión, lo tenía todo. Tendrían que haber empezado no poniéndolo después de la Guerra de la Independencia.
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