
1702 el napolitano, Luca Giordano fa presto, Il Espagnoleto, emigra movido además de por su edad, pues cuenta 69, sobre todo por la turbulenta situación de una guerra en ciernes con incertidumbre dinástica, pues intuye que ya nada será igual para él con el nuevo monarca, da igual quien fuera.

Es uno de los más importantes retratistas del rococó francés que realiza casi toda su carrera como pintor de corte de los reyes Luis XV de Francia y de Felipe V de España.
Deja tras sí un gran vacío en la pintura española, a pesar de que tiene una legión de mediocres seguidores locales, quienes tratan de emular sobre todo la decoración de las iglesias provinciales.

Más tarde marcha a París donde continua su aprendizaje con el retratista Hyacinthe Rigaud, del que posteriormente es ayudante.
Todos los grandes maestros están muertos antes de 1700, Murillo, Carreño, Rizi, Herrera o Claudio Coello y sus discípulos o imitadores están muy lejos de la calidad e invención que los anteriores acreditan, por no hablar de su anacronismo.

Ni Francisco Ignacio de la Iglesia, Ni Juan García de Miranda, ni Acisclo Antonio Palomino y Velasco por nombrar a los mas sobresalientes, entre los que cabe añadir a Isidoro Arredondo, Manuel de Castro, José García Hidalgo, Matías Torres, Pedro Ruiz González o Francisco Pérez Sierra, están a la altura de las circunstancias.

Aunque la guerra de sucesión termina en 1714, se tarda una década en aclarar cuál es la orientación del gusto pictórico oficial en la España de la nueva dinastía borbónica.

No se trata de que el país se vea inmerso en una guerra dinástica durante 12 años, sino de la no fácil acomodación de Felipe V, a la sociedad e instituciones de sus súbditos y de la prácticamente nula ante su rey, que se presenta en España adolescente y muy aleccionado por sus ancestros galos, sobre todo por su abuelo Luis XIV.

Ni siquiera en el retrato aciertan a cumplir las expectativas los pintores españoles en activo durante los primeros años de su reinado.

Por lo que Felipe V se rodea de pintores franceses.
Para explicar esta inclinación del joven monarca recién llegado, no se debe sólo apelar a la nostalgia de su país, ni a una cuestión de gusto.

Porque al filo de la centuria el arte francés es el que cimenta las subsiguientes tendencias artísticas.

Es el aparato creado por Colbert de las academias estatalizadas que articulan absolutamente todos los campos del saber de Francia y de cuyo modelo se hacen replicas en toda Europa del XVIII.

El fundamento de este sistema descansa en la unificación ideológica del país propia de un estado absoluto.

En el cuadro aparecen, además del rey, su segunda esposa, Isabel Farnesio, sentada. De pie están el infante Fernando y el príncipe Luis, hijos del primer matrimonio del rey con María Luisa Gabriela de Saboya. Junto a su madre aparecen los infantes Felipe – todavía en faldas – y Carlos, quien señala un retrato ovalado con la figura de Mariana Victoria de Borbón, prometida de Luis XV, aunque luego fue devuelta a España y prometida al príncipe José de Portugal con quien terminó casándose en 1729. Al fondo se encuentran una criada y un eclesiástico.
En el caso del arte , la academia estatal se apropia de la enseñanza hasta la última fase culminante, la obtención del premio de Roma, donde los tentáculos del estado siguen aún operativos.

Con el fin de completar el ciclo tutelar sin permitir fisuras se crean industrias suntuarias y un vasto programa de construcciones que convierten al estado en el principal cliente o mecenas.

De tal manera que en 1700 el aparato artístico del estado francés está tan sólidamente pertrechado que no hay posibilidad de cambios de ningún tipo que no sea promovido desde la cúpula de poder.

Durante el último tercio del XVII dominado en Francia por el superintendente de las artes, el pintor Lebrun, el gusto francés está ya unificado mediante un estilo de clasicismo severo, inspirado en el modelo de Poussin.

Pero coincidiendo con el cambio de siglo, el cambio operado en la cúspide del sistema por la presencia del teórico Roger de Piles abre las puertas a una concepción del arte más sensual y relajada que pronto deriva en el arte Rococó.

La predilección que siente De Piles de Rubens frente a Poussin, supone anteponer el color al dibujo, pero también en un terreno moral, una interpretación del contenido artístico resumida resumida en la frase de que no hay que estar siempre entre los dioses.

Un fundamento tan firme para algo tan aleatorio como es el arte no solo unifica el gusto del país, sino que engrasa su funcionamiento per impide o atenúa la calidad media de los artistas, algo que no ocurre en España, donde todo depende de lo que haga la nueva generación de artistas, con el único paliativo para frenar la decadencia de la importación de algún genio extranjero, como había ocurrido con Luca Giordano.

A lo largo del XVIII continúan viniendo a España buenos artistas extranjeros como el napolitano Conrrado Giaquinto que trabaja en España entre 1753-1766.

El veneciano Giacomo Amigoni, que está en nuestro país 5 años.
El bohemio Anron Raffael Mengs que reside en España entre 1761-1770 y entre 1774-1776.

O los venecianos Tiépolo, el padre Giovanni Battista y sus dos hijos, Giovanni Doménico y Lorenzo que se afincan en la corte española a partir de 1761, muriendo en Madrid el progenitor y el menor de los dos hijos.

Hay mas entre ellos los franceses que abundan durante el reinado de Felipe V, sobre todo Jean Ranc y Michel Ange Houasse.
Pero lo relevante es que la importancia de estos artistas extranjeros deja de ser tan relevante, entre otras porque la nueva dinastía borbónica importa el sistema de control académico centralizado propio de Francia.
Para saber que ocurre en el terreno del arte durante el reinado de Felipe V que ocupa la primera mitad del XVIII, hay que acudir a los inventarios reales, en concreto a partir del incendio que en diciembre de 1734 destruye el Alcazar, la principal residencia de los reyes en Madrid, una catástrofe que se ceba con la soberbia pinacoteca que allí se atesora.
Afortunadamente el rey alterna como residencia el vetusto edificio con los palacios del Buen Retiro y la Granja con lo que algunos cuadros importantes son trasladados y salvados de su destrucción.
El inventario de 1728 realizado tras el incendio, que contiene además un epilogo con una especifica relación de las obras adquiridas por Felipe V, permite rellenar los huecos informativos, así como abordar el criterio estético del nuevo monarca.
Estos inventarios resultan cruciales para la comprensión del cuadro de Felipe V a caballo de Jean Ranc, un discípulo de Hiacinthe Rigaud que viene a Madrid para cubrir el puesto rechazado por su maestro.
Retratista convencional a la manera clasicista francesa, lo que implica ampulosidad y aparato, Jean Ranc sabe adaptarse a la exigencia del momento, no fácil sin duda, pues durante el reinado de Felipe V existe una tensión hispano Francesa que tampoco es cuestión de excitar a través del arte.
Aunque el estilo artístico de ambos países no puede ser mas diferente, a Felipe V le impresiona la galería de retratos de los reyes españoles emplazada en el Salón de los Espejos del Alcázar, la mayor parte de los cuales esta formada por retratos ecuestres.
Por lo que es indiscutible que Felipe V encarga a Ranc que le haga un retrato cortado por el mismo patron como los que han realizado maestros como Tiziano, Rubens, Velazquez.
El trasfondo de la prolongada guerra de Sucesión y los cambios institucionales promovidos por el nuevo monarca, causan recelo y desconcierto en la corte española, impulsan la figura del rey en la serie tradicional, pero también proporcionan una imagen aguerrida de Felipe V como se muestra en el retrato ecuestre.
CALVO SERRALLER Francisco, FUSI AIZPURÚA Juan Pablo, El espejo del tiempo, Editorial Taurus, Madrid 2009
Fotografía Trianart
