Murillo, El sueño del patricio Juan, 1665

1617 nace en Sevilla, ultimo de los 14 hijos de un barbero cirujano, es poco lo que se sabe de su infancia y juventud, ni tan siquiera quien es su maestro, aunque siguiendo a Palomino sería el taller de Juan Castillo.

1663 tiene la intención de embarcarse a América, y durante un tiempo hace cuadros de temas religiosos con dicho destino, lo cual es practica habitual entre los pintores sevillanos, incluso Zurbarán lo hace, pero lo común es que lo hagan jóvenes pintores que empiezan.

1645 primer encargo importante, fecha de su matrimonio, consiste en una serie de pinturas para el claustro del convento de San Francisco de Sevilla.

Su fama empieza a fraguarse en la segunda mitad del siglo XVII, tras la peste que diezma la ciudad en 1649.

Por entonces solo queda restos del esplendor de esa Sevilla que es la ciudad mas poblada de la Península Ibérica, tras Lisboa a fines del XVI, al disfrutar del beneficio de ser la metrópolis atlántica donde recalan los cargamentos de metales preciosos procedentes de las Indias.

Quebrantos de todo tipo van desmembrando el esplendor sevillano, que lo había sido en todos los órdenes.

En Sevilla destacan Murillo, Francisco Herrera el Mozo y Juan Valdés Leal, aunque estos dos últimos a diferencia del primero realizan muchos trabajos fuera de su ciudad natal.

La paradoja del sostenimiento de la calidad artística en medio de un estado de decadencia general del país, no es solo de Sevilla pues Madrid, que es la Corte destacan Francisco Rizi, Juan Carreño de Miranda y Claudio Coello, a lo que se añade Herrera el Mozo que trabaja en Madrid el último periodo de su vida.

Hay varias razones que explican la excepcional situación de la pintura frente al decaimiento de todo lo demás.

En primer lugar que es un arte que se resiente menos del empobrecimiento generalizado de la sociedad. Pero la causa no es solo material.

Carlos V y la dinastía Habsburgo da un inusitado vuelo a las colecciones pictóricas reales y como no podía ser menos, su alto rango, su ejemplo cunde entre la nobleza española, al tiempo que sirve de estimulo a los artistas locales, que no tardan en destacar.

Los nombres de Ribera, Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano y otros todavía en la primera mitad del siglo XVII, así lo acreditan.

Y con semejantes precedentes, a veces convertidos en maestros, era imposible que las generaciones siguientes cayeran en picado.

Por otra parte el interés por la pintura cuaja en la sociedad española al margen del patrocinio real y del obligado mecenazgo eclesiástico, como lo demuestran las colecciones acopiadas y no solo por los nobles, así como las publicaciones de tratados de arte como el de Gaspar Gutiérrez de los ríos, Pablo de Céspedes, José de Sigüenza, Juan de Butron, Vicente Carducho, Francisco Pacheco, Lázaro Diez del Valle, Jusepe Martínez, Félix de Lucio Espinosa y Malo, José García Hidalgo y Antonio Palomino.

También la literatura artística de muy diversas formas, desplegada por los mejores escritores españoles de la centuria, o los múltiples memoriales publicados en defensa de la nobleza de la pintura para lograr la exención de impuestos fiscales.

Hay también proyectos de creación de academias de pintura, algunas de las cuales datan de principios del XVII, que fraguan en Madrid, Sevilla, Valencia y Barcelona, por no hablar de la promovida en Roma en 1680.

En el caso de la academia sevillana, sus directores son en un principio Murillo, Herrera el Mozo y Juan Valdés Leal.

Estos detalles muestran como la pintura cuaja en España durante el siglo XVII y como el lustre de esta no se extingue al caer el país en picado.

Estilísticamente, esta generación de pintores de la segunda mitad del XVII, del barroco maduro, esta muy marcada por los flamencos Rubens y Van Dick, pero también por los ecos  neovenecianos y las ínfulas decorativas del arte italiano de la segunda mitad del XVII.

Ninguno de los maestros españoles alcanza la calidad, el refinamiento y el virtuosismo, de Murillo, el cual hace gala de una cantidad de registros admirables.

Murillo se aprovecha de los flujos informativos de los comerciantes holandeses, flamencos y británicos de Sevilla, el cual no en balde es el primer pintor español en alcanzar un reconocimiento internacional.

Incluso antes de terminar el XVII, Murillo goza de notoriedad más allá de las fronteras españolas, reputación que sigue aumentando en los siglos XVIII, XIX, y al margen de la fortuna de la escuela española que no es reconocida hasta el XIX.

Durante el primer tercio del XX, Murillo cae en un injusto descrédito.

El sueño del patricio Juan 1662-1665.

Su gran formato de medio punto ya avisa de que su destino es decorar, con su simétrico La visita del Papa Liberio, la iglesia sevillana Santa María la Blanca.

Ambas composiciones relatan la historia de la fundación de la iglesia Santa María Mayore de Roma que tiene lugar en el siglo IV, después de que la virgen se aparezca en sueños al patricio Juan y a su mujer comunicándoles que debían proveer lo necesario, para que fuera construida una iglesia con advocación mariana en el monte Esquilino,  la cual debería adoptar una planta según el sobrenatural diseño que habría de revelarse mediante una nevada.

El primer medio punto revela el sueño y el segundo la visita que el matrimonio hace al papa Liberio

Murió en Cádiz, al caer desde un andamio cuando pintaba los frescos del Convento de los Capuchinos, el 3 de abril de 1682.

Como había pedido el propio pintor, el día 4 de abril de 1682, al día siguiente de fallecer, fue enterrado en la antigua Iglesia de Santa Cruz, destruida durante la ocupación francesa.

El solar está actualmente ocupado por la Plaza de Santa Cruz, y bajo su suelo, y en lugar que se ignora, descansan los restos del pintor.

Fotografía Trianart

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

2 comentarios sobre “Murillo, El sueño del patricio Juan, 1665

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