
El Greco firma el contrato para pintar El entierro del conde Orgaz el 18 de marzo de 1586 con 45 años.

Nace el 1541 en Candía, Creta, por entonces lleva 9 años en España donde llega procedente de Italia en 1577, y donde muere en 1614.

A esta edad que marca la madurez biológica y artística, el destino del Greco parece trazado, porque en efecto este trotamundos de personalidad altiva, carácter excéntrico y temperamento , no se mueve ya de Toledo, ni modifica su estilo pictórico.


Tras esa fecha en la que se formaliza el encargo del monumental cuadro para la modesta iglesia de Santo Tome quedan cerrados otros episodios en la vida del artista.


Así el del traslado de su isla natal a Venecia, donde quizás llega a ser discípulo de Tiziano, hacia 1567, lo que revoluciona su horizonte personal y artístico.


También el de su posterior traslado a Roma en 1570 ciudad en la que se ven cumplidas sus expectativas.


Y el de su instalación definitiva en España a partir de 1577, donde tras fracasar su designio de triunfar en la Corte, decide orientar su carrera en Toledo, lugar en el que recibe importantes encargos, como la serie para Santo Domingo el Antiguo o El Expolio para la catedral, una señal de alto aprecio del que se llega a disfrutar entre el importante clero local, alguno de los mas conspicuos representantes frecuenta en Roma en el Concilio de Trento.

El cuadro rescata un milagro acaecido dos siglos y medio antes, cuando el piadoso Don Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de la villa de Orgaz y notario mayor de Castilla, muerto en 1323, es agraciado con la presencia sobrenatural de San Esteban y san Agustín durante su entierro.
El rescate de este hecho excepcional pero con el tiempo olvidado, se debe a la militancia contrareformista que por entonces impera fervorosamente en España.

Pero no menos por otra a la diligencia del párroco de Santo Tomé, quien pleitea por conseguir el beneficio de las mandas testamentarias incumplidas que el señor de Orgaz lega a favor de esta iglesia, la cual se ve favorecida por la sentencia favorable.
Con el beneficio de esta pingue canonjía, el párroco Andres Nuñez no duda en contratar al Greco, ya muy famoso por entonces, para que pinte por todo lo alto la conmemoración de tan rentable milagro, lo que da como resultado la realización de una de las obras maestras de este pintor.
La monumental composición dividida verticalmente en dos partes, consta en la inferior terrenal de un friso de una treintena de personajes, mientras que en el superior celestial aparece otro amplísimo coro de figuras sobrenaturales, con la presencia destacada de Jesucristo y la Virgen y el propio difunto acompañados por ángeles y almas benditas.

La composición resulta sorprendente, pues no existe comparación con los contemporáneos del Greco.

Así la extraña estructura del arco conopial que toma su vertice en el triangulo formado por el Cristo glorioso y las figuras de la Virgen Maria y San Juan Bautista que lo flanquean, se abre mediante nubes, como una cortina de un pabellón a cuya sombra se desarrolla el friso de la parte baja.
La comparación de la composición con la de un arco conopial tiene su razón en la España en la que vive inmerso El Greco, dominada todavía por el gótico flamígero que abunda este tipo de arco en Toledo de entonces.
Pero es que además existe una relación entre esta manifestación del gusto de la baja Edad Media y el manierismo que profesa el artista cretense, con su canon figurativo alargado y serpenteante.
Por lo demás el irracional espacio manierista de este cuadro es tal que el suelo desaparece y no hay profundidad de campo de ningún tipo.
Tanto la contención expresiva, que evoca el modelo de los primitivos, como la imponente verticalidad de la composición, que elude toda referencia al suelo e ignora la profundidad, se consideran los rasgos mas sorprendentes del cuadro, incidiendo en reforzar el aspecto espiritual, místico que lo preside.
Hay renuncia a efectos patéticos.
El entierro tiene unidad y síntesis de dos partes diferenciadas como corresponde al contraste entre lo natural y lo sobrenatural.
La inferior horizontal con el grupo de personajes que asisten a un solemne oficio de difuntos de un señor principal.

La superior, de marcada verticalidad a cielo abierto, dominado por un triángulo en cuyo vértice se halla la figura de Cristo triunfante.

Hay otros efectos importantes, como el que en la escena de abajo discurre en un ambiente sombrío, nocturno, donde no sabemos si se trata de la oscuridad de una noche a cielo raso o de una cripta, frente al luminoso resplandor que baña a la de arriba, condimentada por el gusto del Greco por lo extraño.

Respecto a la tenebrosidad de la parte inferior mas alumbrada por los brillos áureos de las resplandecientes vestiduras de los santos y del cura que oficia que por la blanca ignición de los hachones del fondo, se señala que refleja esa fascinación moderna por la luz lunar presentes en mas de un drama de Shakespeare como Hamlet y Macbeth.

El contraste entre las dos iluminaciones incide en las tonalidades cromáticas de cada una de las partes, de manera que es posible apreciar una gama convencional veneciana, mas calida.

Mientras que la de arriba es fría y aguada, lo que refuerza las impresiones enfrentadas entre lo que se corresponde con lo terrenal material y lo que se coresponde con lo celestial inmaterial.

Ese violento contraste es la causa del desprestigio critico que injustamente padece El entierro prácticamente hasta el siglo XX.

Los contemporáneos del Greco, juzgan la composición superior como producto de la extravagancia, tachándola de locura y descuido, sin percatarse de la extraordinaria dificultad que supone en un modesto espacio tamaña escena y sobre todo la originalidad conceptual y expositiva con la que el Greco resuelve.
San Agustin y San Esteban toman en sus brazos como una pluma al difunto señor de Orgaz y lo sostienen a pesar de llevar una armadura.

Velázquez aprecia los retratos del Greco.
Algunas fotografías Trianart
Calvo Serraller Francisco, Fusi Aizpurua Juan Pablo. Historia del Mundo y del Arte en Occidente. Galaxia Gutemberg.
