
Un joven Felipe II sometido al criterio paterno se deja pintar por Tiziano, pintor que por esta época ya es retratista oficial de Carlos V y la familia imperial.



Tiene 21 años, y es pintado en Augsburgo cuando el príncipe inicia o termina su viaje por Europa que dura hasta 1551 o bien en Milán en 1548.

Cualquiera de las dos hipótesis es avalada porque Tiziano esta por aquellos años tanto en una como en otra ciudad.

Sea como sea, la reacción de Felipe II ante el retrato de Tiziano no es muy positiva, porque a tenor de lo que escribe a su tía Margarita de Hungría, le desconcierta su presteza, entendida simultáneamente como rapidez y como precipitado descuido en su ejecución, quizás porque esta todavía acostumbrado el príncipe a la prolijalidad de detalles y al preciosismo de la factura de estilo flamenco arraigado por entonces en España.


No tarda en cambiar de opinión convirtiéndose en un apasionado fanático del pintor veneciano, al que ya en nombre propio no deja de encargarle todo tipo de obras, una buena cantidad de las cuales adorna hoy los muros del Museo del Prado y del Monasterio del Escorial.


Hablo de otros retratos, pero también de obras religiosas y profanas entre las que destacan las fabulas mitológicas llamadas poesías, como Dánae recibiendo la lluvia de oro (1550), Venus y Adonis, Perseo y Andrómeda (1556), Diana y Acteón y Diana y Calixto (ambas de 1559) o El rapto de Ganimedes (1562), algunas de las cuales terminan en museos británicos o americanos.

En realidad, hasta la muerte del longevo pintor en 1576 Felipe II no deja de abrumar al artista con encargos, llegando a monopolizar casi por completo su producción, como así lo atestigua el numero y la calidad de los cuadros conservados en las colecciones españolas que habrían sido muchos mas de no haber mediado el incendio del Alcázar y de otros sitios reales donde se atesoraban.


Siendo notable la pasión que Carlos V y Felipe II sienten por Tiziano, no ocuparía este libro la relevancia que le damos si no fuera por las decisivas y fértiles consecuencias que acarrea a la hora de encauzar el gusto artístico español, cuya personalidad habría sido muy distinto sin la personalidad y la impronta del veneciano.





Tan intensa y profunda es su huella que no solo alcanza a los maestros españoles del XVII, en particular Velázquez, sino que se extiende hasta alcanzar a Goya.

































Por supuesto el sentido del color forma parte de este legado, pero también lo hace esta pintura de manchas que exige mirar al cuadro desde cierta distancia que es una vía de modernización de la pintura.




A Tiziano también hay que atribuirle que la corte española también se fije en otros maestros venecianos como Veronés y Tintoretto o que el pobre Greco sufriera el engorro de ser continuamente comparado con él.



Volviendo al retrato de Felipe II, hay que subrayar que es una obra crucial a la hora de explicar el desarrollo del retrato español, concebido a partir de este precedente como un retrato de cuerpo entero, de gran tamaño, casi a escala real, que recorta la figura sobre una mesa ricamente cubierta, si se trata de una versión mas solemne, como esta, en la que el monarca aparece revestido con su rica y vistosa armadura, con la mano izquierda prendida en la empuñadura de la espada, y la diestra apoyada sobre la celada que yace sobre el rojo tapete.

Pero que también puede tener al fondo de un desnudo bufete, si la ocasión es de una impostación menos heráldica.
Es cierto que al filo de 1600 una tradición flamenca iniciada por Antonio Moro y continuada por Alonso Sánchez Coello o Sofonisba Anguissola contribuye también a afianzar este modelo de retrato cortesano, pero ninguno de estos pintores deja de sentir la huella de Tiziano, que da vida, brío, frescura y brillantes a lo que hasta ahora es más convencional y acartonado.


















De manera que hay que insistir una vez más, en sea cual sea el género artístico del que se trate, lo tizianesco y lo veneciano constituyen los cimientos mas decisivos para el desarrollo de la Escuela Española.

Calvo Serraller Francisco, Juan Pablo Fusi, El espejo del tiempo, Taurus, Madrid 2009.
Trianart fotografía


