
La llave de la pintura del Renacimiento es de Masaccio, que ni siquiera alcanza los 30 años, ya que muere envenenado con 27, muy poca edad para cualquier cosa, pero más en arte, cuya calidad se amasa con la experiencia, esto es con vivir años.

Masaccio es el apocope de desaliñado, pertenece a una generación excepcional, casi a la de Lorenzo Ghiberti, Filippo Brunelleschi y Donatello, y también a la de León Battista Alberti.
Todos los cuales mueren bastante después, pero son los que crean las bases teóricas y prácticas en todas y cada una de las artes del Renacimiento.
A Masaccio en este grupo genial e interrelacionado, le corresponde la renovación pictórica, y es la clave que enlaza, Giotto con Piero de la Francesca.
Es reconocido así por sus contemporáneos como lo muestra el cronista Vassari, y aunque no se sabe demasiado de su vida, si cuando se incorpora al gremio de pintores en 1422 con 21 años y solo le quedan 6 de producción antes de morir.
Poco tiempo, pero bien aprovechado.
1428 hace un viaje a Roma quizás por el jubileo y que su fallecimiento es tan repentino que deja desconcertado a quienes lo presencian.
1422 realiza su primera obra en el Tríptico de San Juvenal, algo anclado todavía en el siglo XIV, pero en su torpeza se adivina la voluntad del pintor de rescatar los modelos clásicos, además de que le aplica perspectiva.

1426 hay un salto gigantesco en El Retablo de Pisa en la Iglesia del Carmine de Pisa, donde hay algún desajuste en la perspectiva.


1426-1428 como si adivinara su próximo final llega a la perfección con La Trinidad en la Iglesia de Santa María Novella de Florencia, donde a sus mejoras en la perspectiva se une un sentido escenográfico de la arquitectura, logrando una síntesis entre Bruneleschi y Donatello.

Reivindica un nuevo estilo naturalista para los fondos, paisajes y arquitectura, dota a las figuras con peso, volumen y monumentalidad solemne, usa la luz ambiental y construye el espacio mediante la aplicación de leyes ópticas y un sistema muy avanzado de perspectivas.


De todo lo que pinta y se conserva, que se establece gracias a las restauraciones del XIX y el XX, nada se puede comparar a lo que hace en la capilla Brancacci de la Iglesia del Cármine en Florencia.

Dedicada a la Madona del Popolo, la capilla pasa a ser patrocinada en 1386 por la familia Brancacci en 1386, un patrocinio que se mantiene hasta 1780.

Estos frescos son encargo de Felipe Brancacci, un rico comerciante de sedas, que alcanza las mas altas responsabilidades políticas y diplomáticas como la de ser Cónsul del Mar y en 1422 embajador de Egipto, posición de privilegio que mantiene hasta la caída de su estirpe, cuando se imponen los Médicis y son desterrados en 1436.

La obra es encargada en un inicio a Masolino en 1424 y es este abrumado por diversos encargos, quien solicita ayuda a Masaccio, el cual acepta colaborar y cuando se marcha a Hungría en 1425, se encarga de todo, aunque no lo llega a terminar dada su prematura muerte.

Los frescos de Masaccio son: La expulsión de Adán y Eva del Paraiso terrenal, El tributo, El bautismo de los neófitos, San Pedro sana con la sombra y La distribución de los bienes de Ananias.




Al morir Masaccio, concluye la labor interrumpida Filippino Lippi.
El hecho de que el tema de estos frescos gire en torno a la figura de San Pedro entra dentro de una tradición consolidada, aunque según los especialistas, usando la vida de este con la de la vida de Felipe Brancacci, cuya esfigie esta representada al lado de la figura de Cristo en la escena del Tributo.
Hay muchas interpretaciones, una de ellas la demanda de que la Iglesia debe estar exenta del pago de tributos seculares de la época, por no hablar de la reforma tributaria emprendida entonces en Florencia donde hay que hacer una declaración de bienes, para hacer una reforma impositiva más equilibrada.
El tributo resta emplazada en la parte de la izquierda de la capilla y está dividida en tres episodios:
El central en el que un recaudador reclama a Cristo el pago de un impuesto;

El de la izquierda en el que se ve como San Pedro atendiendo a la demanda de Cristo, extrae del agua un pez, en cuya boca hay una moneda.

En la derecha el discípulo le entrega la moneda al recaudador.

Es una escenificación de la sobrenatural provisión divina a través de su Iglesia.

Impacta como está representada la escena, porque está compuesta mediante un sistema de perspectiva en relación visual con el espectador, de tal forma que la escena parece una continuación visual del espacio real de la capilla, algo que deriva de Brunelleschi.

Masaccio se ayuda además de la construcción pintada a la derecha como elemento que encuadra la profundidad del campo visual, cuyo eje central es la cabeza de Cristo.

De esta forma unifica tres momentos del relato en un mismo espacio y lo encuadra en tres planos de profundidad.

El más alejado es el horizonte montañoso, el intermedio, el de la figura de San Pedro extrayendo la moneda de la boca del pez.

El primero ocupado por Cristo y sus doce discípulos más la figura de un recaudador reclamante, que está de espaldas, y a la derecha, la de San Pedro entregando a este el tributo.

El grupo central está dominado por la figura de Cristo, cuyo brazo derecho señala hacia la ribera activa y dinamiza toda la acción dramática del relato.

Todo este primer plano está organizado como si se tratara de un relieve clásico bien trabado por la unidad de acción, pero modelando cada una de las figuras de una forma perfectamente individualizada, siguiendo la pauta de Lorenzo Ghilberti.

Utiliza la luz y el color para establecer la profundidad, enciende el cromatismo del primer plano y atenúa o suaviza la del horizonte según se aleja.

El Tributo de Masaccio establece con claridad meridiana, el discurso por el que discurre la pintura del Renacimiento, diferenciándose por esta vía más estructural, conceptual y geométrica, del realismo de los primitivos flamencos, pero sin perder de vista la fuerza dramática de Giotto.
