
Hieronymus van Aken nace en Hertogenbosch, el bosque del duque.

Firma no con su nombre, sino con el del lugar donde ha nacido, algo habitual a la época, Bosch o Dembosch, castellanizado en El Bosco.

Hertogenbosch, pequeña localidad de Brabante, una de las provincias más meridionales de la actual Holanda, pese a ser una población importante, no alcanza a competir con las grandes ciudades comerciales de los Países Bajos como Amberes.

En la época en la que nace El Bosco, el norte de los Países Bajos es más pobre que el sur y los habitantes de Hertogenbosch se dedican al trabajo artesano y el pequeño comercio, lo que da como resultado una sociedad cerrada, compacta e inmóvil.

De este ámbito cerrado de menestrales surge El Bosco, hijo y nieto de pintores, en un contexto artesanal que nada recuerda al ámbito cultural de un artista del Renacimiento.

Siempre se le considera un personaje anacrónico ya que en plenitud del Quattrocento y a comienzos del Cincuecentto, momento en el que los artistas dan la bienvenida a las nuevas maneras.

El Bosco arrastra un sentido gótico característico de la Baja Edad Media, con su mundo imaginario colmado de complejos símbolos, creencias religiosas exaltadas y ante todo, impregnado por escasa confianza en el hombre, confianza que va a convertirse en la nueva enseña del humanismo renacentista.

El Bosco es un superviviente de una época en declive.

Esto es algo no exento de polémica, no porque exista dudas de que se nutrió de la tradición, no tanto del folclore religioso como del popular, sino porque su figura se inserta profundamente en la cultura occidental, en la que el hombre cuanto mas convencido esta de su autosatisfacción racional, ve como irrumpen en su pensamiento elementos que no caben en el esquema racional y que generan una tensión entre lo real y lo fantástico.

Esta dialéctica entre lo racional y lo que no controla la razón se produce a lo largo de toda la historia de occidente y no solo en este momento de tensión entre la fusión de la Baja Edad Media y el Renacimiento.

Platón advierte contra la mimesis fantastike, la imitación fantástica, a la que define la combinación arbitraria de las apariencias que como en la mitología, una criatura puede tener el cuerpo de un caballo y el torso de un hombre.

Esta combinación arbitraria de las apariencias es considerada por el filosofo el estado más degenerado del arte.

A pesar de esta pulsión platónica presente hasta ahora, no ha habido manera de sofocar la fantasía, es decir de la capacidad del hombre de no conformarse con lo que ve y hacer combinaciones de libre arbitrio.

El ahogo que sentimos ante lo racional es una de las pulsiones que nos hacen acudir a la fantasía.

La mente nunca puede controlar las razones del corazón, todas las razones de la vida de lo orgánico.

De ahí que El Bosco reivindique lo orgánico como se ve en todas sus obras, que están presididas por una naturaleza exuberante.

La vida del Bosco (1450-1516) coincide con una de las épocas mas convulsas de la historia de Occidente.

A comienzos del XVI se inaugura la modernidad en la que juega un papel determinante el descubrimiento de América por Colon, que se produce cuando El Bosco tiene 42 años.

La sensación de la reubicación completa del planeta, el desconcierto que crea la aparición de un nuevo mundo, de una flora y fauna además de una nueva raza desconocida, conmueve frenéticamente a una Europa que acaba de hacer viable la revolución de la imprenta, lo que permite la rápida difusión de estos descubrimientos.

En este contexto, marcado por la ansiedad colectiva, convive con el encuentro de un mundo nuevo, los comienzos de un nuevo humanismo y con una nueva religión en cierne, dado que es un año después de su muerte cuando la Reforma protestante divide por vez primera la identidad occidental.

Y es que pese a vivir refugiado en su pequeña aldea El Bosco debe de tener noticias de estos acontecimientos y este artista es coetáneo de Leonardo, otro personaje gótico y que de la realidad se remonta también a la fantasía.

Su obra se encuentra cargada de simbología.

En su obra se encuentra una dialéctica entre lo que ata y desata, lo que une y separa, es una metáfora del delirio humano en la tierra.

Una metáfora que fascina pese a que mantenga muchas claves que son desconocidas.

Hay un laberinto narrativo y un conjunto de lenguajes diferentes.

Infinidad de hipótesis se han hecho para intentar explicar el intrincado universo de su discurso artístico.

Se subraya las diferentes claves de alquimia, que las tiene pero hoy se contempla mas como un producto directo de la sabiduría popular, gran transmisora de los proverbios y tradiciones que como cita directa a la alquimia.

Ha sido a través de diversas fuentes como canciones populares, refranero, libro de devociones iluminados o grabados, lo que ha permitido reconstruir su mensaje.

El Bosco pese a estar retirado en su pequeño pueblo suscita dentro de los parámetros de la época una gran atención.

Lo cita Giorgio Vasari y se refieren a él todos los tratadistas de arte del siglo XVI y XVII en especial los españoles.

En España el primer interprete y coleccionista de su pintura es Felipe de Guevara, integrante del cortejo flamenco de Carlos V, que define el arte del Bosco como un muy instructivo mundo de quimeras y fantasías.

Posteriormente es Felipe II quien pese a mantener la consideración paterna por Tiziano colecciona apasionadamente sus tablas tal y como se constata en las colecciones del Escorial y del Museo del Prado.

Un interprete sagaz del pensamiento de Felipe II es el padre Jose de Siguenza, quien en su libro sobre la construcción del Escorial se explaya hablando del Bosco.

Es curioso que en la España contrareformista, tan temerosa de las herejías, se defienda al Bosco de quienes lo tachan de herético, manifestando que lo que hace es pintar el interior humano.

El Bosco tiene reconocimiento inmediato e importantes seguidores, pero ante todo cuenta con la afiliación de un rey gótico como Felipe II y de un país muy gótico como lo es todavía España y que lo acoge y lo hace suyo a través de los siglos.

No ocurre lo mismo en el resto de Europa donde el artista pasa casi cuatro siglos en el olvido, debido a la fantasía calenturienta de su pintura y a su falta de respeto a la razón y a la realidad tal y como el intelecto la construye.

Se ha de llegar a esta época, caracterizada por un arte escasamente narrativo, para contemplar la completa adoración universal rozando el fanatismo.

La adhesión irracional a su figura solo puede entenderse en la propia antítesis de sus creencias y las nuestras, y el atractivo que suscita se pone de manifiesto en la fijación del surrealismo con su obra.

Una por la que mas fascinación sienten es por El jardín de las delicias, que es destinada por Felipe II al Escorial.

Permanece allí hasta la Guerra Civil y en el 1939 es depositada en el Prado.

El tríptico representa en grisalla el tercer día de la Creación.

Están Adan y Eva ante Dios en el Paraiso, a cuyos pies aparecen extraños animales que anuncian los sinsabores del pecado de la humanidad.

A su izquierda hay un drago que representa al árbol de la vida.

En la zona central, la fuente de los cuatro ríos del Paraíso, y a su derecha el árbol de la ciencia del bien y del mal, con la serpiente enrollada en el tronco.


La tabla derecha representa una lúgubre estancia infernal, donde los condenados son sometidos a toda suerte de tormentos.






Destaca la figura del hombre árbol asociada con el demonio, así como cantidad de instrumentos musicales utilizados para torturar a los pecadores.

En la tabla central hay infinidad de figuras humanas desnudas entregadas al disfrute de placeres carnales.







Ahí es donde brilla con mayor esplendor la fantasía del Bosco, con sus alteraciones de tamaño insólitas, los símbolos mas sofisticados y extravagantes y en general una atmósfera onírica insuperable.








