
Fallece prematuramente a los 37 años cuando se halla en la cumbre de su gloria y se convierte inmediatamente en un mito, considerándosele junto a Leonardo y Miguel Ángel, como uno de los grandes artistas del Renacimiento ya en toda la literatura artística del XVI.

Con el tiempo la gloria de Rafael aumenta y su prestigio crece aún más durante los siglos XVII y XVIII.

Pero en el XIX se convierte en una figura polémica, no porque su obra deje de ser apreciada, sino porque empieza a discutirse su genialidad en arte.

En el XIX Rafael representa el prototipo de clasicismo tradicional y cuando se empieza a poner en cuestión la búsqueda del ideal en arte, empieza a cuestionarse la figura de Rafael, aprovechando su figura para poner en duda los valores artísticos del pasado en general.

Esto es lo que hicieron los primeros vanguardistas del XIX, los llamados primitivos, que buscan modelos artísticos anteriores al XVI, fijándose en los pintores de los siglos XIV y XV calificados como primitivos, trazan una línea demarcatoria aludiendo a todo lo pintado antes por Rafael.

En el XIX se usa su perfil como prototipo de la encarnación de toda tradición del clasicismo académico contra la que se rebela el nuevo arte de la nueva época y por otro lado como reacción a cierto cansancio frente a lo ejemplar de un modelo sistemáticamente repetido, sobre todo por las academias.

Esta recusación no es unánime, porque Eugene Delacroix, Stendhal y Honore de Balzac muestran admiración.

Pero Rafael no es un artista popular para el gran público que se inclina más por otro creador más expresionista, exaltado, excesivo.







Su obra exige mucho del espectador porque no es un pintor que arrebate a primera vista, necesita de una segunda lectura más reflexiva y profunda, pero además reclama a quien lo contempla de cultura a través de la cual descifrar las referencias intelectuales que dan sentido a muchas de las composiciones.








El prestigio artístico que alcanza se debe a su capacidad de idealización, su gracia y su decoro.

Según el principio de belleza clásica que demanda una imitación selectiva de la realidad, Rafael es un perfecto idealizador.

Según el principio de decorum, que alude a saber representar lo conveniente en una historia, Rafael es uno de los mejores creadores.

A eso se suma la grazia italiana, que alaba la libertad de un artista para dotar de gracia un rostro, una figura y hasta la forma de lograr un acorde cromático.

Rafael es un versado anticuario, un relevante teórico del arte y un correcto poeta.


Hijo del pintor Giovanni Santi, comienza su forma artística con Perugino, cuya influencia se nota en su primera obra.

Se traslada a Florencia porque sabe que sin su paso por la cuna del renacimiento su formación queda coja.



Allí estudia a Miguel Ángel y Leonardo y se labra una reputación como pintor que lo lleva a Roma.






En 1507 Julio II que es elegido papa 4 años antes continua la obra de promoción artística de su tío que le precede, reforzando el sentido propagandístico de la misma y proyecta la decoración del apartamento que se habilita en el segundo piso del palacio apostólico y reclama ideas a artistas para el proyecto a artistas notables como Lorenzo Lotto, El Sodoma o Perugino.

El Pontífice no está demasiado satisfecho y es entonces con la mediación de Bramante que es de Urbino también además de pariente, cuando invita a concurrir a Rafael ante el Papa y este satisfecho despide al resto de artistas.

Así se inicia la carrera de éxitos de Rafael que ya está instalado en Roma el 13 de enero de 1509, aunque se supone que ya lleva un año allí.

El gran desafío es decorar las estancias privadas del papa a pocos metros donde Miguel Ángel pinta la bóveda de la Capilla Sixtina y donde han trabajado los mejores pintores del Renacimiento.









Comienza con la estancia de la Signatura, que le debe el nombre al más alto tribunal de la Santa Sede, La Segnatura Gratiae et Iustitiae, que suele reunirse en esa sala, aunque en un inicio se diseña como biblioteca privada de Julio II.

Este dato es importante para entender el programa iconográfico que desarrolla allí Rafael, un sofisticado programa al estilo de las complejas alegorías renacentistas cuya invención lógica no debe corresponder al artista.


Aunque no hay documentación que lo avale, todo apunta a que es el cardenal Francesco Alidosi, muy próximo al papa y que también se encarga de proporcionar la orientación básica para el programa de la bóveda de la Capilla Sixtina.

Como es normal en este tipo de decoración al fresco lo primero que acomete es la bóveda sonde se cree que ya había pintado algo Sodoma, compone allí figuras femeninas, alegorías de la justicia, Teología, la Poesía y la Filosofía.

En los muros representa tres escenas, La disputa del Santo Sacramento, El Parnaso y La Escuela de Atenas, nombre dado a posteriori lo que ha dificultado el desciframiento del significado de cada una de las escenas y del conjunto.


Es uno de los últimos resultados del ideal humanismo cristiano, según lo interpreta la escuela neoplatónica de Florencia.

El programa se desarrolla a partir de la idea platónica entre verdad y belleza.

La verdad revelada se corresponde con la teología.

La verdad racional con la filosofía.

El bien con la justicia

Y la belleza con la poesía.

Cada uno de estos principios tiene un fundamento cosmológico, pues se corresponde simbólicamente con los cuatro elementos naturales, con el fuego, la tierra, el aire o el agua.

Logra una representación pictórica fiel a la letra y al espíritu del programa.

Consigue llevar el ideal de la pintura histórica.

Equilibra la integración de los elementos, geométricos, escenográfico e históricos con naturalidad, sin que se note el plano abstracto y el concreto, entre el ideal y lo real, entre el pensamiento y la vida.


En La Escuela de Atenas, desarrolla el esfuerzo de la Filosofía por hallar la verdad a la luz exclusiva de la razón.


Lo hace dentro de una construcción arquitectónica de inspiración bramantesca, que algunos identifican con el proyecto que estaba llevando a cabo del nuevo San Pedro.

En el centro esta Platón y Aristóteles, llevando un libro cada uno que los identifica.






Platón tiene los rasgos de Leonardo, levanta el dedo índice hacia el cielo, mientras que Aristóteles extiende su mano libre en un gesto que quiere abarcar la extensión terrestre.

Franqueando a los dos pensadores hay todo un conjunto de figuras históricas, que se pueden identificar con personajes contemporáneos, como Bramante que es Euclides, o Miguel Ángel que encarna al huraño y enigmático Heráclito.





Este fresco representa el saber humano tal y como lo entiende y ordena el humanismo renacentista, que conserva la división escolástica del saber en los sistemas del trívium y el cruadrivium.


