
El muy longevo Ingres pinta mucho y dibuja más, con lo que se puede entender que ejecuta alguno de los mejores hitos de la pintura europea del XIX.

Su mejor género es el de los desnudos y los retratos femeninos, muy acordes con su técnica y estética.

Personalidad tenaz, obsesiva y perfeccionista, no considera nunca que un cuadro este terminado, además de que recicla las figuras de cuadros pintados que le han gustado incluyéndolas en otros nuevos, como La bañista de Valpinçon que aparece en otras obras posteriores, y en concreto en su tardía obra maestra, El baño turco (1849-1863) a la que Picasso le dedica una serie.
La huella de Ingres en los pintores de vanguardia de los siglos XIX y XX es increíble como se percibe en Edgar Degas, Henri de Toulouse Lautrec, Henri Matisse, Amedeo Modigliani, Costantin Brancusi, Edward Hopper, Roy Lichtenstein etc

Nacido en Montauban, pequeña localidad de Aquitania hijo de un artista local de poca monta, es difícil encontrar un pintor tan superdotado con una trayectoria tan singular y una fortuna tan contradictoria y desconcertante, alguien considerado el epitome del academicismo a pesar de ser uno de los pintores mas influyentes en la vanguardia.

Esta claro que el relato histórico de cada época es diferente en función de la sensibilidad imperante.

¿Por qué hay predisposición hacia Ingres?

Quizás por el prejuicio humano hacia el empollon.

Ingres es el primero de la clase siempre, en la casa, en la escuela, en su iniciación artística en Toulouse, en Paris, da igual que fuera en la Ecole de Beaux Arts o en el taller de Jacques Louis David, nadie lo apea del numero uno.

Ingres gana a la primera por unanimidad el Premio de Roma en 1801.

Mientras afincado en Paris desde 1796 con solo 16 años ingresa en el taller de David, su brillo frente al resto de jóvenes aspirantes es deslumbrante.

Pero como buen superdotado es tímido, introvertido e indescifrable, por lo que no se sabe que hay en Ingres adolescente de buen chico o de incendiario, cuando sus compañeros rebeldes los barbudos se revelan contra el maestro y son expulsados todos menos Ingres, cuando el cuadro del maestro Las sabinas (1799), discrepan porque no es nada etrusco, la formula patentada como el no va mas de la estética primitivista que era el ultimo grito entre los emergentes.


Tras el choche son expulsados todos menos Ingres quizás porque tira la piedra y esconde la mano.

Otra de sus cualidades es el buen conformar ante la adversidad, pues una vez ganado el Gran Premio de Roma y atrapado por la inestabilidad y militar del momento, se encuentra en Roma con todos los diplomas pero sin poder cobrar la pensión.

Contradicciones y paradojas de su reconocimiento que le asedian a lo largo de su muy dilatada existencia, cargada siempre de malentendidos.

Es curioso que al que se nos presenta como triunfador hasta los 40 años no conoce la fama y por casualidad, cuando obtiene éxito por uno de sus cuadros mas mediocres, el Voto de Luis XIII, mostrado en el Salón de Paris de 1824.

Al propio autor le sorprende el triunfo que como casi todos , es espureo, porque el jurado de dicho certamen lo que premia es la contraposición de La matanza de Quios de Eugene Delacroix.

Así de este sambenito de académico no se puede escapar Ingres, no ya en la época en la que vive sino hasta muy avanzado el siglo XX.

Los artistas de la vanguardia de los siglos XIX y XX que si aprecian el potencial de su arte.




Se repite mucho que Ingres siguiendo la acendrada doctrina del clasicismo lo fundamentaba todo en el dibujo.

No se puede negar aunque matizada esa afrmación tópica.

Desde Leon Batista Alberti hasta casi nuestra época se considera que el disegno es la raíz y fundamento de todas las artes, aclarando que en ese momento de creación es cuando el artista demuestra su capacidad de invención temática y formal, mientras que en pintura, la acción de colorear solo sirve para dar brillantez al concepto o idea.

Al margen de que Ingres fuera un maravilloso colorista esta claro que comparte ese principio canónico y no deja jamás de ponerlo en práctica.

Pero el uso que hace del dibujo tiene otras implicaciones como la de considerarlo la via para la completa purificación abstracta de la pintura, de su modernización formal.

Para comprenderlo hay que hacerlo primero del debate del etruscismo, esa civilización misteriosa asimilada por Roma antigua, y cuyos restos el nuevo arqueologismo de fines del XVIII empieza a explorar, alumbrando de paso nuevos patrones preclásicos para el nuevo arte.



En esta senda primitiva que ya nunca abandona la vanguardia del XIX y parte del XX hay que inscribir a David y a su escuela, quienes son los que fraguan el romanticismo de la línea.

Donde mejor se ve este espíritu es en la primera etapa de Ingres, durante el primer tercio del XIX, cuando pobre e incomprendido, sobrevive en Roma haciendo retratos de funcionarios franceses bonapartistas y turistas británicos.

En cuanto a esos retratos que se consideran de genero alimenticio, demuestra una vez mas que los buenos artistas no saben hacer cosas mediocres, ni siquiera abrumados por el hambre.

La demostración son tres retratos individuales a la familia Riviere, formada por unos padres y una hija, todos magníficos, pero en La señorita Riviére (1805) es una autentica obra maestra, en la que el afán de primitivismo del autor recuerda a los hermanos Van Eyck.


El talento de ingres como retratista de mujeres jamás desfallece a lo largo de su prolongada trayectoria, pero donde se muestra su más rotunda y explicita revolucionaria poética es en los desnudos, que desde un inicio otorgan la clave de su discurso, sobre todo a partir de La bañista de Valpinçon (1808) y La gran odalisca (1814).


Para interpretar su importancia hay que contextualizar porque se termina convirtiendo en un género autónomo.
El prismático cuerpo masculino constituye un tema crucial para el arte clásico en la medida en que es el fundamento del canon de las proporciones hasta el siglo XVI cuando se produce la primera crisis del Renacimiento.

Es entonces cuando la Escuela de Venecia cuando introduce la alternativa pictórica del color, se inicia la reivindicación estética del desnudo femenino, cuya configuración formal esta basada en lo curvilíneo con todo lo que implica de dinamismo infinito y sentido musical, como lo acreditan las Venus desnudas de Giorgione y Tiziano.




Hasta fines del siglo XVIII se puede seguir el rastro de esa representación del desnudo femenino cuya apoteosis es en la pintura galante francesa.

Pero en la transición del XVIII al XIX, cuando inicia su carrera Ingres el tema del desnudo femenino toma un giro inesperado pues se produce un replanteamiento de la cuestión.
En La Bañista de Valpinçon llamada así por el apellido de quien la compra por 400 francos, Ingres no solo alcanza una insospechada cota de calidad en el modelado de la figura, la tenue luz ambiental y los escogidos toques de color, sino en la sorprendente composición.

Es un desnudo de cuerpo entero sentado de espaldas al espectador, pero a diferencia de los que le preceden como La venus del espejo de Velazquez, o Mademoiselle O¨Murphy de Boucher, se presenta en formato vertical e insinúa una torsion que permite abordar alguna de las partes ocultas de su cuerpo.
Este gran desnudo llena el espacio donde está ubicado.
Este aplanamiento espacial parece forzado para que nos percatemos como el pintor trata de embutir las tres dimensiones del cuerpo desnudo en un solo plano, o si se quiere como las tres dimensiones incluida la de profundidad, pueden resolverse en el soporte del cuadro, sin por ello quebrar el soporte ilusionista de la percepción.
Así demuestra que no solo es suficiente un buen dibujo en primer plano para crear un efecto visual realista muy convincente, sino que en pintura basta y sobra con la superficie.
Así consigue convertir un cuerpo femenino desnudo en un problema abstracto espacial.

Ingres se plantea la inmovilidad de lo inmóvil, pues la mujer parece estar en uno de esos instantes intemporales absorta, mientras el contorno de su cuerpo no para de moverse.
Así esa contradictoria versatilidad espacio temporal sirve para el abstracto cubismo pero también para Edward Hopper.
Logra una síntesis dialéctica solo con la línea sobre el plano, empleando el giro de la mujer desnuda, cuyo cuerpo mira hacia la izquierda, mientras la cabeza lo hace hacia la derecha.
Mediante la sucesión de curvas, el diseño anatomico no para de ir y venir, con infinidad de ritmos.
Pero no renuncia a plasmar minúsculos detalles, rasgo primitivista, ni al consabido efecto sensual que se supone produce un desnudo femenino.