
Dos situaciones impactan la historia reciente del país en el XX y también su cultura y arte, La Guerra Civil y la Transición iniciada tras la muerte de Franco que llega hasta la victoria del PSOE.

La guerra interrumpe la convivencia y tiene además un trágico resultado con casi cuarenta años de dictadura política y aislamiento internacional, además de un forzado exilio político, muchos de ellos lo más granado del país entre intelectuales y artistas.

La guerra y la represión consigue terminar con la vida de infinidad de artistas españoles o arruinan su proceso creativo, pero sobre todo interrumpen un esperanzador desarrollo de modernización cultural que cuaja durante la efímera y agitada vida de la II República.

Como resultado de la contienda se ahonda mas el foso de separación entre el exterior e interior de España, algo que desde hace muchos años impide el proceso de modernización del país.

Muchos de los artistas que toman una decisiva parte en el desarrollo internacional de la vanguardia como Picasso, Miro, Dalí, Julio Gonzalez u Oscar Dominguez se exilian a partir de 1939 o no pueden proyectar con normalidad su obra en el interior de España.






A causa de la contienda, la sociedad española y sus más inquietos artistas viven sometidos a condiciones excepcionales de carácter negativo.

La transición posibilita una anhelada modernización lo que implica pacificación social y homologación internacional, algo beneficioso e imprescindible en lo cultural y artístico.

Tanto la Guerra Civil y sus consecuencias como la Transición y las suyas, tienen en el terreno de las artes plásticas un mismo punto de referencia, aunque diverjan luego en su forma de interpretarlo, es decir España como tema.

La experiencia o vivencia de lo español se convierte en tema central del arte español de los siglos XIX y XX.

La fijación es anterior porque como señala el escritor romántico francés Theofile Gultier, ya el mismo Goya que trata de servir a las nuevas ideas de la Ilustración, se enreda con los fantasmas de la vieja España y su afán de modernizar el país choca con un pasado que se resiste a desaparecer.

Los románticos europeos elevan a mito la poderosa imagen tradicional de España como único baluarte occidental de resistencia a la presión arrasadora de la modernización política, económica y cultural producida por la Revolución Industrial tampoco ayuda a que se soltase el lastre del pasado legendario.

Esa imagen tópica de España se plasma en el genero costumbrista en pintura que prolifera en el país en el XIX.

La corriente costumbrista tiene dos versiones, la complaciente y la crítica, pero siempre con el mismo trasfondo.

Por otro lado, como la modernización del país no se plasma, esa misma pugna entre tradición y progreso mantiene su influencia en el arte hasta finales del XIX.

La crisis de 1898 agrava más la cuestión y la traslada al arte del siglo XX, aunque a partir de este momento es a través de reivindicaciones regionalistas y nacionalistas.

El peso de la identidad nacional gravita con tanta fuerza sobre el arte español que ni siquiera los partidarios del vanguardismo militante, de orientación mas cosmopolita se libran de él.
Hay obsesión de los artistas locales por nacionalizar la vanguardia todavía en fechas tan tardías como la de la II República, como lo demuestra el ideario de la primera Escuela de Vallecas o la obsesión folclórica de quienes giran en torno a la Generación del 27.
Así se explica el éxito que tiene el tema de la España negra creado a partir del viaje que realizan por el país antes de terminar el XIX, El poeta Emile Verhaeren y el pintor Darío de Regoyos (1857-1913) y que luego es continuada por Ignacio de Zuloaga (1870-1945) y José Gutiérrez Solana (1886-1945), este último a través de la pintura y de la escritura.



Durante el primer tercio del siglo XX se hace de nuevo una recreación del folclore amable que ahora protagoniza Joaquin Sorolla (1863-1923) y otra versión mas critica por los artistas antes citados y el asturiano Evaristo Valle (1873-1951), el andaluz Julio Romero de Torres (1874-1930) o el gallego A. D. Rodriguez Castelao (1886-1950).




Así en el arte español prevalece un realismo de corte regionalista del que solo escapan los vanguardistas que se afincan en París.
Pero incluso los mejores entre estos últimos como Picasso, Gris, Miró, Julio Gonzalez, Oscar Dominguez, Salvador Dali, Luis Buñuel, acusan mas el peso de las señas de identidad de la cultura española.

No se sabe que habría ocurrido de no hacer fracasado la II Republica o de no haber sido derrotado


El gobierno republicano durante la Guerra Civil, con la victoria y consolidación del régimen nacionalista y dictatorial vuelve a dejar las cosas como están, lo que en arte supone perpetuar esquemas anteriores, es decir el tema español más de lo mismo.

Entre finales del XIX y principios del XX hay núcleos renovadores artísticos en Barcelona, Bilbao y Madrid, cuyo resultado se hace visible a partir sobre todo de 1925.
Por otro lado, el éxito alcanzado por Picasso, Gris o Miró parece abrir una brecha decisiva en crónico aislamiento español.










El impulso vanguardista no solo implica a las artes plásticas, sino que involucra a la arquitectura, la literatura y a la música.



La guerra civil frustra esa floración de talentos artísticos jóvenes, muchos de los cuales se ven obligados a emigrar o exiliarse.

El papel desempeñado por artistas españoles en movimientos internacionales de vanguardia tan decisivos como el Cubismo o el Surrealismo demuestra que el aislamiento cultural del país puede ser superado sin problemas en cuanto las circunstancias políticas lo permiten.


Tras la guerra civil de nuevo vuelve la obsesión artística por la representación de las señas de identidad nacional, sobre todo a través del paisaje.
La Escuela de Vallecas ahora liderada por Benjamin Palencia (1894-1980) y su prolongación a través de la Escuela de Madrid son quienes a través de los años 40 hacen gala de un espíritu de recuperación no folclórico ni antimoderno de lo vernacular.




