En la adolescencia suspiraba por romperme algo, para que me visitaran y firmaran en la escayola.
Tendría un aura de enferma decimonónica romántica que sucumbe al destino.
Me habría gustado una rotura limpia, a ser posible de brazo, sin tornillos ni varas de metal (y menos tomografías).
Teatralmente convaleciente, languideciendo en una cama turca como una odalisca, visitada de forma asidua por mi pandilla de entonces, estaría feliz con la puesta en escena.
Dejando que trascurriera el tiempo, detenido un instante, me mostraría receptiva a toda las atenciones y pequeños obsequios.
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
Nunca me rompí nada y eso que lo intente, la adolescencia paso y con ella el sueño de ser adulta y un nuevo ímpetu sustituyo antiguas veleidades:
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…
Hoy sigo sin romperme nada, pero al contrario que entonces, preferiria evitar cualquier lesion osea.
MUY PROFUNDO Y VERDADERO. Yo tampoco me rompi nada nunca y mucho menos la cabeza. La tengo muy dura
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