Con 11 años entre en los Scouts de España que era sinónimo de libertad. Al principio nos reuníamos en el mundo extinto del abandonado Palacio del Marqués de Cabra del XIX
Una preciosidad, con piano y pequeño teatro forrado de terciopelo rojo.
La hiedra del patio se había apoderado de él y lo devoraba. La distribución espacial era el de una casa que miraba al interior, como en las casas romanas que luego hereda el Islam.
Los muros gruesos y los techos altos eran una bendición para una ciudad en el desierto.
De allí pasamos al un local céntrico frente a correos, un mamotreto del desarrollismo de los 70, que los jesuitas nos proporcionaron.
Ahora éramos Scouts cristianos de España…
Los jesuitas que había conocido en mis ejercicios espirituales, eran cultísimos y cosmopolitas, pero el que teníamos aquí era un horror, parecía un soldado monje del medievo, fanático y gris.
Había otro hermano que aporreaba el piano las 24 horas del día y era una tortura.
Estaba adscrita a la patrulla de las panteras. Era Bagheera del Libro de la selva de Rudiard Kipling, y llevaba una bandera con un palo de madera de fresno.
Un día me fui a los astilleros que había a la entrada de la ciudad y me regalaron troncos y maderas y con eso confeccionamos una inestable mesa y asientos.
Solíamos salir los fines de semana a cortijos cercanos de alguna de las que componíamos el grupo.
Mi vida consistía en madrugar, ponerme debajo el equipo de gimnasia para entrenar a balonmano una hora antes de rezar el rosario, para luego entrar a clase.
Los fines de semana consistían en marcharme pronto para jugar un partido, vestida con el equipo de gimnasia, con una mochila a la espalda, que llevaba ropa y una tienda de campaña, un saco de dormir, comida más unas botas de monte.
Si alguien faltaba en el grupo de volei o baloncesto, por supuesto la sustituía.
Después jugaba mi partido de balonmano, que más bien parecía rugby porque nos echábamos al campo a por todas y ganábamos sí o sí.
Cuando terminaba más muerta que viva, me cambiaba de ropa y andaba kilómetros cargada como un borrico, hacia el cortijo donde habíamos quedado.
Allí volvíamos a hacer actividades físicas como explorar la zona.
Antes tenía que colocar la tienda y después de tensar los vientos con el piolet, tenía que hacer una zanja alrededor por si llovía no nos comiéramos el agua.
Aquí no llueve nunca, pero era el protocolo. Las tiendas eran de lona y cuando hacía calor se nos metían todos los insectos del mundo y más.
En una ocasión compre un aparato de ultrasonidos que fue la solución. Después me he enterado que se usa en los museos contra las termitas, ratas, carcoma etc.
Yo me lo lleve un mes a la India para los mosquitos y fue efectivo.
Después de los scouts heredé una tienda de mis hermanos, que pensaba estaba bien, hasta que me fui a Suiza con dos niñas muy pequeñas y tuve que dormir 1 noche en un camping de Ginebra.
La tienda estaba agujereada por el tiempo, y allí si llovía, pero estábamos tan cansados que nos quedamos durmiendo los cuatro, y amanecimos dentro de una piscina…mi marido que odiaba acampar, me maldijo.
Al día siguiente llegamos a la casa que alquilamos en el cantón de Aarau con 10 vacas en la parcela y pasamos un mes viajando por el país (Suiza es muy pequeña).
Es la última vez que acampe. Después de eso me compre un saco de dormir y de vez en cuando pernoctaba en el suelo como cuando era adolescente y lo bueno está por llegar.
Hoy tengo otro y lo sigo haciendo.
Muy gracioso e interesante capitulo de tu vida.
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Gracias.
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