Me echaron de las Jesuitinas que era mi colegio de monjas y mi referencia, visto de lejos, ojala lo hubieran hecho antes.
Venía de repetir un curso y sacar pésimas notas, casi era lo de menos, porque me habían dicho tantas barbaridades, que creía que el mundo se acababa entonces.
En realidad mi mundo se acababa, estaba sepultado, era un fracaso que tenía el desden de todos.
Pero mira por donde, a veces los problemas grandes, tienen soluciones pequeñas…cambie de orilla, porque lo que separaba un centro de otro, era una rambla mas seca que el ojo de un tuerto, con anterioridad una plantacion de caña de azucar, y todo cambio.
Entré en una antigua escuela de artes y oficios reconvertida en instituto de enseñanza media, donde las formas en apariencia eran más relajadas, la gente mas modesta, pero los profesores mas cualificados y sobre todo la enseñanza laica y respetuosa.
Fue un aterrizaje forzoso y como dirían hoy me obligo a salir de mi zona de confort y menos mal, porque descubri que hay mas mundo y mejor.
A partir de entonces, todo empezo a funcionar de forma misteriosa, estoy segura que gracias a la gente que me rodeo, que en apariencia decian hacer su trabajo, pero que incorporaban el factor añadido que era respeto por los adolescentes.
Este oasis de afecto fue lo mejor de la adolescencia.
Desde entonces pienso que lo mejor que hay es tender puentes y dar afecto, el resto es anecdota, vanidad.