
Con la tecnología más puntera y en colaboración con el British Museum, descubre seis vidas a través de la conservación de sus cuerpos

Las momias resultan fascinantes, cada momia es una máquina del tiempo que nos permite visitar el pasado.

Cuando sus fuentes naturales se agotan, los avispados comerciantes encontraron un sustituto en ¡las momias egipcias! Las resinas y ungüentos con las que estas eran regadas profusamente adquirían al secarse la misma consistencia que el betún, pero con mejor olor.

Incontables momias fueron destruidas así, como siguieron siéndolo por los más peregrinos motivos cuando el furor medicinal desapareció.

En ocasiones eran pulverizadas para convertirlas en un color al óleo llamado “marrón de momia”, otras eran trituradas para servir como abono y, si hemos de hacer caso al guasón de Mark Twain, incluso se utilizaban como combustible para alimentar los fogones de los ferrocarriles egipcios.
Poco a poco, la curiosidad que hizo de ellas uno de los souvenirs más demandados por los viajeros que visitaban el país del Nilo llevó a convertir su desvendado en una emocionante soirée en los salones de la gente bien… y en teatros abarrotados de público que pagaba para ver el espectáculo.

La curiosidad llevó a convertir el desvendado de una momia en una emocionante soirée en los salones de la gente bien

Entre los “expertos” que realizaban el desvendado, hubo algunos que tomaron notas del proceso y sus hallazgos, que luego publicaron.

Así fue como muy poco a poco caló entre los primerísimos egiptólogos que las momias eran objetos históricos que podían proporcionar información, más allá del valor museístico de los abalorios que las acompañaron al otro mundo.

Tan lento fue el proceso, que todavía en 1900 el brazo momificado de un faraón de la I dinastía llegado al Museo Egipcio fue tirado a la basura después de quitarle las pulseras que adornaban su muñeca.
De hecho, se ha llegado a un punto donde no es necesario desvendar las momias, un deseo que existe desde que se conocen los rayos X, que apenas cuatro meses después de su descubrimiento ya fueron aplicados a las momias de un niño y un gato egipcios. Hoy de la radiografía única hemos pasado a la tomografía computerizada (CT), durante la cual se realizan miles de radiografías en sección de la momia, que luego un programa de ordenador se encarga de convertir en un objeto tridimensional.
Para ver de primera mano toda la información que se puede conseguir de este modo, nada mejor que acercarse a ver la exposición Momias de Egipto, Redescubriendo Seis Vidas en CaixaForum Madrid.
En ella se exponen las momias de seis personajes que vivieron en Egipto entre el Tercer Período Intermedio (900 a. C.) y la época romana de los Antoninos (180 d. C.).

Se trata de Nesperennub, un sacerdote tebano de la dinastía XXII; Penamunnebnesuttawy, otro hombre del clero, pero del norte del país y de la dinastía XXV; Takhenemet, una mujer casada de la dinastía XXV; Ameniryirt, un funcionario tebano de la dinastía XXVI; un niño anónimo enterrado en Hawara en el siglo I a. C.; y un joven, también anónimo, enterrado en el cambio de era (I a. C.-I d. C.).
Cada momia es analizada en profundidad. La tomografía computerizada permite “pelar” la momia.

Primero sus vendas, claro está, pero luego los músculos, los huesos e incluso los órganos y manipularlos hasta obtener de ellos toda la información que las momias traen consigo, la cual se suma a los datos generados por el estudio histórico de su ajuar y enterramiento para proporcionarnos detalles impensables hace unas décadas de cómo fue la vida en el antiguo Egipto de personas concretas…

Momias de Egipto: Redescubriendo seis vidas se centra en el proceso de momificación y en las nociones manejadas en Egipto sobre la muerte y el más allá.

El eje de su recorrido son media docena de momias y algunos de sus sarcófagos y más de doscientos objetos hallados en distintas tumbas y yacimientos.

Todas, tienen una historia que contar: corresponden a un funcionario encargado de unos dominios, dos sacerdotes, una mujer casada, un niño y un joven grecorromano que vivieron en distintos periodos entre el 800 a. C. y el 100 d. C.

Cada uno de esos personajes protagoniza una sección de la exhibición, que además de revisar cómo encararon sus cercanos sus respectivas muertes, examina cómo pudieron vivir: en qué creyeron, qué cultura manejaron, cómo fueron sus relaciones familiares, qué cosméticos o adornos corporales utilizaron, qué música escucharon y, en el caso de la mujer y el niño, también con qué protagonismo contaron en su contexto histórico.

Gracias a máscaras, sarcófagos, vasos, esculturas, joyas o enseres cotidianos y a los recientes avances en tomografía computarizada e imagen tridimensional podemos acercarnos, a las vivencias diarias de estos ancestros de todos, incluyendo su alimentación o sus enfermedades.

No hablaríamos de momias, es sabido, si los antiguos egipcios no confiasen en que la presentación (y representación) del cuerpo sirvieran para que los difuntos continuaran su periplo tras la muerte: la momificación era su vía para seguir la senda de Osiris, dios de la otra vida y, por tanto, el primero en ser momificado.

Se piensa que las primeras corresponderían a personas que vivieron hacia el 4000 a. C y cuyos cuerpos serían enterrados en arena seca y caliente que se secaron y, así, se momificaron de manera natural: es posible también, creen algunos egiptólogos, que se desenterraran de manera más o menos casual y que su descubrimiento reforzara, más adelante, la fe de los egipcios en la necesidad de preservar los cadáveres.

El primero es el funcionario y se llamaba Ameniryirt, vivió en la etapa de la dinastía XXVI posiblemente en Tebas, y su momia llegó al British en 1839.

Sabemos su oficio a raíz de las inscripciones de sus tres sarcófagos, que lo sitúan trabajando en los dominios de la divina adoratriz de Amón, Amenirdis, cuya misión sería garantizar la autoridad real en Tebas (hoy Lúxor), entonces centro religioso fundamental.

Pertenecería, así, a las élites locales y su riqueza le permitiría ser momificado, y magníficamente: nos llega envuelto en lino grueso y con la mortaja exterior teñida de rosa oscuro o rojo.

Gracias a las tomografías, de su salud tenemos bastante idea: por el desgaste de su pelvis, pudo morir entre los 35 y los 49 años; padecía un cáncer de los tejidos blandos extendido a los huesos y aterosclerosis y es muy posible que cualquiera de esas dos enfermedades causaran su fallecimiento.

También en Tebas pero antes, seguramente en la etapa de la Dinastía XXII, residiría Nesperennub, sacerdote del templo de Karnak y probable miembro de una familia de alto rango.

Su momia viene a probar que la conservación del cuerpo era solo una parte de la respuesta de los egipcios a la muerte: de nuevo las tomografías computarizadas señalan que, bajo los envoltorios de su figura, se dispusieron amuletos y objetos rituales -cuyas formas y materiales también se han podido averiguar- a los que se atribuía una capacidad protectora del difunto.

En los objetos y ajuares funerarios han aparecido con frecuencia divinidades ligadas al inframundo como el citado Osiris, Isis y el hijo de ambos, Horus, y la caja de cartonaje de Nesperennub está ornamentada con varias representaciones suyas.

El otro sacerdote que revive en CaixaForum es Penamunnebnesuttawy, que vivió en el periodo de la Dinastía XXV. Por sus títulos podría ser originario del delta del Nilo, quizá sirvió en varios templos y, aunque es probable que residiera en el norte de Egipto, tanto sus sarcófagos como su momificación sugieren que fue embalsamado en Tebas.

Como Nesperennub, fue muy cuidadosamente modificado y, a diferencia de los dos ejemplos anteriores, su cerebro no fue extraído por el embalsamador.

Si tenía en común con el tebano su aterosclerosis, enfermedad habitual entre bastantes momias: se piensa que los miembros de las élites —los únicos que se podían permitir ser momificados— mantenían una dieta rica en grasas animales, aunque también podría explicarse por motivos genéticos.

Atendiendo a los restos hallados en tumbas y templos, bebían cerveza de cebada y vino y comían pan, alubias, pescado, aves y una gran variedad de frutas y verduras; también carne, pero solo en ocasiones especiales.

La mujer casada, asimismo tebana, era Takhenemet, de la Dinastía XXV. Fue enterrada en tres sarcófagos encajados uno dentro de otro por cuyo estilo podría deducirse que se fabricaron allí, en Tebas, y su padre era Padikhonsu, portero de un templo dedicado a Amón, probablemente el de Karnak.

También fallecida entre sus 35 y sus 50, en el sarcófago interno se la representa como una mujer joven, con vestido semitraslúcido y portando un sistro, señal de la importancia de la música en el Antiguo Egipto. Las tomografías apuntan a que se la peinó con un moño (en aquel momento, tanto los hombres como las mujeres de alto rango llevaban pelucas elaboradas con cabello humano como signo de posición elevada).

El niño pequeño, encontrado en Hawara, habitó en el periodo romano: no era habitual que se momificase a los infantes, pero en esos años, hacia el 40-55 d. C., sí fue más frecuente y justo en Hawara, cementerio de Arsínoe, se han conocido varios casos.

Esta figura tenía cerca de cuatro años cuando falleció y su columna y sus costillas están desplazadas, puede que a causa de la propia momificación. Su cuerpo se envolvió con mimo en varias capas de vendajes y su retrato, también delicadamente ejecutado, señalaría que pertenecía a una familia de clase alta.























En la parte inferior del cuerpo, la mortaja recoge escenas tradicionales, como la de unos sacerdotes oficiando rituales, y en el registro inferior vemos al crío reflejado como una figura completamente dorada.


Flinders Petrie, el arqueólogo pionero que descubrió su momia en 1888, la consideró una de las más interesantes, al estar su efigie ejecutada sobre tela. Como la mortalidad infantil y la de las mujeres en el parto era entonces elevada, existía un complejo sistema de carácter mágico para protegerlos y, aunque no se les dedicaban a los niños enterramientos suntuosos, en algunos sí han aparecido juguetes, como pelotas y muñecas, bastante parecidos a los actuales.


El último protagonista del recorrido es un joven del Egipto grecorromano (hacia 100 a.C.-100 d.C). Nos hace recordar que, cuando los gobernantes primero griegos y después romanos se apoderaron de aquellos territorios, la momificación se siguió practicando, aunque evolucionaron las técnicas y los estilos.

Este individuo, cuyo nombre desconocemos, pudo vivir a finales del periodo griego (ptolemaico) o a principios del romano y el estilo de su máscara de cartonaje y de los vendajes externos apunta a que sería enterrado en la necrópolis mencionada de Hawara, en El Fayum.

En su caso, las tomografías computerizadas sugieren desorden en el contenido de sus cavidades pectoral y abdominal: alguien accedió al interior de su cuerpo tras ser modificado, puede que en busca de amuletos de valor.

Aunque bajo dominio griego se mantuvieron sin modificaciones relevantes los métodos de embalsamamiento, en época romana se comienza a observar un mayor énfasis en el aspecto externo de la momia, y las estatuillas de dioses y los rollos de papiro del Libro de los muertos dejaron paso a objetos menos tradicionales y más cotidianos.

Pese a esos cambios, las prácticas funerarias mantuvieron su objetivo: ayudar al difunto a renacer en el más allá y seguir el camino de Osiris.

En esa época, los retratos de las momias ofrecían gran realismo, por lo que nos permiten contar con una imagen muy viva de las personas. Para las tablas de los retratos se usaban varios tipos de madera y la más común, la de tilo, no era autóctona, sino que procedía de Europa, de donde es posible que también importaran algunos pigmentos.



https://www.elespanol.com/el-cultural/arte/20220720/viaje-interior-momia/687431328_0.html
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