
Todo mi trabajo se basa en el arte japonés, y los impresionistas son los japoneses de Francia (Vincent van Gogh)





La tradición del Hokusai lo hereda Andō Tokutarō, quien toma después el nombre artístico de Utagawa Hiroshige.

En sus obras recurre a puntos de vista inusuales y un uso muy expresivo del color.

Hoy en día se le considera el último gran maestro de la estampa japonesa.

Al igual que Hokusai, Hiroshige creó varias series de estampas, siendo las dos más destacadas Cincuenta y tres etapas de la ruta de Tōkaidō y 100 vistas de Edo.

En occidente se conoce más esta última, que incluye ejemplos tan famosos como El puente Ōhashi en Atake bajo una lluvia repentina, escogida en 2006 como una de las 50 obras maestras de la pintura por theartwolf.com.

Pero desde el punto de vista paisajístico la serie de Tōkaidō es más interesante.
En tiempos de Hiroshige, la ruta de Tōkaidō es una ruta de reciente creación que une Edo (hoy Tokio) con Kyoto, entonces capital del país.
En el trayecto hay 53 shukubas (estaciones de correo).


Hiroshige recorre la ruta en 1832 y los bocetos que toma en su trayecto de ida y vuelta le ayudan a crear 55 estampas (una para cada una de las shukubas, y dos más para el comienzo y final del recorrido).


La variedad de la serie es grande, con paisajes costeros, fluviales, invernales… Quizás el paisaje más notable de toda la serie sea El Lago Akone, en el que el uso del color plano parece anticipar las vanguardias occidentales del siglo siguiente.


Al igual que en el caso de Hokusai, las obras de Hiroshige son muy admiradas por los pintores post-impresionistas, en especial por Vincent van Gogh, quien copia varias obras del pintor japonés adaptándolas a su propio estilo.



El hombre de Edo puede conocer la dulce patata de Satsuma y a la delicada mujer de Kioto. Vas como si fueras de excursión, te sientas a la sombra de un árbol y abres tu botella de sake. El auténtico viaje consiste en limpiar la vida de preocupaciones, escribe Ikku Jippensha en una conocida novela picaresca japonesa que describe el viaje por el Tokaido.

Uno de los mayores testimonios de esta efervescencia por transitar los caminos y aventurarse al viaje, ahora que las restricciones del férreo gobierno de la familia Tokugawa acababa tras más de dos siglos, está en la serie de grabados Las cincuenta y tres etapas de la ruta del Tokaido (hacia 1832- 1834) del maestro japonés Ando Hiroshige (Edo, 1797- 1858).

Dicho escenario consiste en una suerte de ruta, de más de 500 kilómetros, que une la ciudad de Edo (actual Tokio), residencia habitual del shogun, o gobernador militar, con Kioto, donde habita normalmente el emperador.

El camino adquiere notable fama a comienzos del siglo XIX, debido, en gran parte, a la bonanza económica y al tiempo de paz del que disfruta Japón entonces.

Motivo por el cual muchos de los habitantes se convierten en turistas con aspiraciones de explorar los paisajes del Tokaido.

Este tipo de arte se comercializa en aquella fecha más como souvenir o recuerdo, uno de estos grabados no llega a costar más de lo que supone un plato de fideos o un par de sandalias, lo cierto es que su revalorización y su innegable influencia en buena parte del devenir artístico posterior, los han elevado a categoría de obras con un valor incalculable.

Hiroshige pertenece a una familia de samurais de bajo rango y pasó casi toda su vida en el inmenso palacio del shogun.

Antes de dedicarse por entero a los grabados, sirve como capitán en el cuerpo de bomberos durante más de dos décadas.

Su comienzo en los grabados esta centrado en el habitual retrato de actores y cortesanas para, posteriormente, realizar sus mencionadas series del Tokaido con más de 800 vistas, junto con otras largas series sobre la ciudad de Edo, cerca de 1000 estampas.

Hiroshige al igual que muchos de sus colegas japoneses, muestra símbolos en lugar de representar el objeto en sí.

Se utiliza la técnica bokashi, en la que un trapo empapado de color presiona con mayor o menor intensidad la plancha dependiendo del grado cromático deseado.

Esto determina los tonos.

A Hiroshige le gusta mostrar el paisaje cubierto por una capa de nieve o desdibujado por una cortina de lluvia.

La representación de las horas del día, de las estaciones y de los ambientes en sus grabados, atrapa y hace que no sólo se guarden como recuerdos de un viaje sino que trasciendan como referencia.

Así atraen la mirada de los impresionistas.

Esa habilidad para crear una atmósfera en la que se abandonan las leyes de la perspectiva para hacer que las figuras fluyan con ingravidez, es un efecto que pretenden imitar tanto ellos como los cubistas, en sus intentos de supresión de las dimensiones.

En Niebla matinal (1832- 1834 las únicas figuras con enfoque son las que aparecen en primer plano.

El resto, los árboles, la puerta, los tejados y los caminantes del fondo quedan reducidos a siluetas de un único tono de color.

La atmósfera es brumosa, la luz difusa.

Para los japoneses la naturaleza esta llena de divinidades y espíritus a los que piden protección y ayuda en los santuarios sintoístas que se encuentran a lo largo del camino.

De Mishima, población de la que procede la escena del grabado, sólo aparecen algunos edificios difuminados a la izquierda.

Lo habitual del camino del Tokaido es realizarlo a pie.

Existe, en cambio, la posibilidad de recorrerlo a través de caballo o en reducidas literas de mimbre, llevadas en peso por porteadores, en las que el viajero tiene que adoptar una posición encorvada, con las piernas cruzadas.

Es el caso del grabado. Puesto que los kimonos utilizados por hombres y mujeres son muy similares, y los viajeros, por alguna razón que se nos escapa, tienen tapados sus rostros, es imposible determinar su sexo.

El celo en su ocultación transmite un halo de misterio.

No en el caso de los porteadores, que podían llegar a pagar con su propia vida si la persona a la que transportaban se les caía al suelo.



