
La primera ciudad española en contar con un proyecto de Herzog y De Meuron con visos de hacerse realidad es Santa Cruz de Tenerife.

1998 ganan un proyecto por concurso, derrotando Rem Koolhaas, a Cruz y Ortiz, y a Zaera y Moussavi, y se adjudican la remodelación del puerto de Tenerife, que supone para esta capital canaria recuperar el contacto entre la trama urbana y el borde marítimo con la reordenación del tráfico, la transformación de la plaza de España y la construcción de nuevos equipamientos comerciales, lúdicos y deportivos.

Éste es el comienzo de una sólida relación amorosa entre los suizos y la isla tinerfeña, que se consolida con el encargo de construir El centro cultural Óscar Domínguez, que además de acoger diferentes actividades servirá como sede permanente de la colección del artista canario.

1999 en Barcelona, para cuya Avenida Diagonal el estudio propone un parque, se presenta el siguiente proyecto español de Herzog y De Meuron que se levanta en la Plaza de las Glorias, tendrá un auditorio con espacios de exposición, un coste de 8.000 millones de pesetas y será un centro neurálgico del Fòrum 2004.

Jacques Herzog presenta en Barcelona la maqueta del edificio, que se asienta sobre un gran cubo en cuyo interior hay un auditorio para 4.000 personas.

También contiene una sala de exposiciones de 2.000 metros cuadrados.

Un proyecto para una ciudad como Barcelona obliga a enfocar el edificio como un punto de encuentro, (Herzog).

Los suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron son galardonados con Pritzker en su 23º edición.

La trayectoria de los arquitectos suizos, con proyectos en España, nacidos ambos en Basilea en 1950 y formados en la ETH de Zúrich, se inicia con pequeñas obras donde las formas y los materiales tradicionales adquieren nuevos significados.

Uno de los miembros del jurado destaca su talento para innovar desde la tradición.


Los Pritzker se conceden desde 1979, y en su lista aparece el español Rafael Moneo (1996).



Si en sus últimas ediciones el premio reconoce la inventiva técnica del británico Norman Foster y la agudeza crítica del holandés Rem Koolhaas, en esta ocasión sanciona una idea de la arquitectura como puente entre el arte y la vida.






El año pasado, Herzog y de Meuron celebran el vigésimo aniversario de la creación de su estudio -al que se han incorpora como socios Harry Gugger y Christine Bingswanger-, que producen una veintena de proyectos que se cuentan entre las más sobresalientes del último cuarto del siglo XX.









Aunque es evidente su parecido con tantos de los cobertizos instalados en los jardines traseros de un barrio residencial de Weil am Rhein, los enormes lucernarios de la cubierta del estudio fotográfico Frei (1981-1982) o sus fachadas de cartón embreado muestran muy pronto, que sus autores eligen tomar como punto de partida la construcción tradicional y los materiales cotidianos, pero que en sus manos esos elementos adquieren cualidades nuevas.














Con la mampostería de junta seca de la casa italiana de Tavole (1982-1988), el tapiz de fundición de la fachada de los apartamentos de la Schützenmattstrasse de Basilea (1984-1994), los tablones de fibrocemento del almacén de Ricola en Laufen (1984-1987) continúan los hallazgos, y su producción empieza a representar una arquitectura suiza cuyo mayor atractivo residía en el contraste entre el laconismo de las formas y la elocuencia de la materia.



Exhibida como pieza arquitectónica en el MoMA de Nueva York o el Pompidou de París, la seductora maqueta del prisma forrado con tiras de cobre que oculta los mecanismos de control ferroviario de la estación de Basilea (1989-1994), podría haber figurado también en cualquier museo de escultura.























Ese camino de perfección que los suizos inician a principios de los ochenta les lleva a diseñar pieles cada vez más refinadas e insólitas -el vidrio serigrafiado del almacén para Ricola en Mulhouse (1992-1993) y de la farmacia hospitalaria de Basilea (1995-1999), o el hormigón estampado con técnicas de impresión fotográfica en el polideportivo Pfaffenholz (1989-1993) y en la biblioteca de Eberswalde (1994- 1999)-, mostrando que la exploración de las cualidades físicas de los materiales es una fuente inagotable de expresión plástica.






Artistas como Rémy Zaugg o Thomas Ruff son compañeros en este extraordinario viaje sensorial y lúdico con estaciones en el californiano Valle de Napa, donde dejan una bodega hecha con gaviones rellenos de basalto que es como una obra de land art, o a orillas del Támesis, donde han transformado una vieja central eléctrica en santuario para el arte contemporáneo.






Unánimemente admirados y con encargos a ambos lados del Atlántico, Herzog y De Meuron no se han parado a explotar durante más tiempo los beneficios de esa eficaz fórmula arquitectónica: la planta pisciforme de la casa Kramlich en Oakville, California, el perímetro sinuoso de la biblioteca alemana de Cottbus o la fluidez espacial del Museo De Young en San Francisco revelan que estos fabricantes de objetos perfectos se interesan ahora por el tipo de relaciones que pueden provocar entre sus piezas y el entorno natural o construido en el que se insertan.
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