
Las obras más amargas dedicadas al exilio, las realiza cuando por fin puede regresar a España, que está en un proceso de transición a la democracia.

Pinta entonces series terribles dedicadas a José María Blanco White y Ángel Ganivet, exiliados españoles sin retorno.

El porque de esta actitud quizás es por el momento que vive personalmente, su inadaptación y la frialdad con que es recibido, se siente como un extraño.

El regreso del exiliado es siempre un incordio, a nadie le gusta la vuelta de un fantasma, porque a nadie le gusta revivir el pasado, que es como vivir a destiempo.

Arroyo vuelve a España y cuelga entre 1976-1977 sus cuadros en las prestigiosas galerías Maeght y Juana Mordó.

1976 con la Bienal de Venecia, se dedica el pabellón con obra de Arroyo a una monografía de después de la Guerra Civil (España vanguardia artística y realidad social), se producen enfrentamientos polémicos.

Pero el iluso exiliado que ha hecho una visita oficial clandestinamente a Valencia y expulsado por la policía a la frontera, esta convencido que ha hecho también amigos en el interior del país.

Pero cuando realiza su primera exposición en Madrid, en su ciudad natal, tras casi 20 años, esta mas solo que la una, no hay ni nota de prensa…

Es entonces cuando comprende lo que supone el exilio y sobre todo que no hay retorno para un exiliado.

Toma conciencia de si mismo como fantasma y comienza a pintar fantasmas.

El que se quita la vida/ tiene en su pecho una herida

Son versos de Ángel Ganivet en Escultor de su alma

Debe tener una herida en su pecho Angel Ganivet, nacido en Granada el 13 de diciembre de 1865 y fallecido en Riga el 29 de noviembre de 1898, cuando le faltan pocos días para cumplir los 33, con los que Jesucristo es crucificado.

Una edad testimonial, bien dispuesta para el sacrificio, porque se arroja sobre las heladas aguas del rio Dvina.

Antes los médicos le advierten de una parálisis progresiva, seguramente debida a la sifilis.

Habría que preguntarse por el interés de Eduardo Arroyo por Ángel Ganivet, al que dedica entre 1977-1979 toda una serie de pinturas que expone en la Galeria Flicker de Paris con el titulo De l´exil ou le suicide dans la Dvina.

Si se recuerda otra serie que hace sobre José María Blanco White, se pueden encontrar analogías, ya que ambos escritores exiliados mueren fuera de su país y se quedan paralíticos, petrificados.

Ambos son andaluces, obsesionados por las creencias o descreencias religiosas, pero ambos están atrapados en su identidad española, que les pesa como una losa.

¿Qué es lo que le interesa de estas dos historias?

En las dos series que pinta hay ausencia de cuerpos, lo que nos lleva a pensar que son fantasmas, criaturas del exilio que al salir de casa los ha dejado fuera de sitio y de tiempo, criaturas utópicas y anacrónicas…se pinta a si mismo.

En Ángel Ganivet se arroja al Dvina, unos espectadores se entretienen mirando como los celadores del acuario tiran comida a los peces.

El acuario tiene forma circular que se asemeja a un ruedo ibérico.

De hecho, hay una barrera pintada con un circulo solar y en medio de la barandilla se apoya la efigie del Tío Pepe publicitado como el sol de Andalucía embotellado.

Las aguas estancadas están atravesadas por estrías de hielo, que parecen atrapar las piernas de quien ha caido, como inmortalizando a una estatua de piedra, extrañamente patas arriba.

El guardian mira distraído al tendido, no reparando en nada raro y solo cabe apreciar una ligera conmoción en alguno de los espectadores tras la barrera.

Ahí quedan los pies y el dobladillo con el que se rematan los pantalones, unos calcetines y unos zapatos con suela agujereada, debajo de lo cual se adivinan unas piernas blancas.

Los zapatos cobran importancia en la serie que pinta de Ganivet, hasta el punto de convertirse en su imagen emblemática.

Son botas usadas, con dos agujeros en las plantas, que se pueden ver gracias a que el dueño se tira de cabeza.

Los emigrantes y los exiliados viven patas arriba, en las antípodas y cuidan con esmero sus botas.

Las botas y los zapatos están asociados a la toma de tierra, al viaje, a la muerte, el paisaje cotidiano del exiliado que viaja en busca de la tierra perdida prometida y la encuentra en la muerte.

Toda esta aproximación melancólica a través de unas botas, una verdad a ras de tierra tiene en la presentación de Arroyo un sentido fatalista.

Cuando esta a punto de volver, el exiliado decide plantarse en la tierra prometida, enterrando todo lo que es menos su fruto, los zapatos agujereados que lo han convertido en un ser errante.

Alzando los pesados pies con zapatos burdos dice unos versos de T.S. Eliot en East Coker.