
Aunque Julio Romero de Torres (1874-1930) no es el único artista español que basa su pintura en una representación folclórica de lo español, quizás si es el chivo expiatorio.

El régimen franquista hace un abuso de la obra de Romero de Torres, algunos de cuyos cuadros se estampan en billetes.

Esto es un lastre pesado para la posterior fortuna critica de este artista, aunque el muere con 56 años, después de trabajar muchísimo, antes incluso de la II República.

Nace en 1870 y pertenece a una generación asombrosa de pintores fin de siglo, que practican un arte regionalista y se adscriben a una estética modernista o simbolista, cuando no una mezcla de ambas.

Nace el 9 de noviembre de 1874 en el Edificio del Museo Provincial de Bellas Artes de Córdoba, lo cual es un buen augurio.

Sus inicios antes de encontrar discurso propio es recrear todos los tanteos finiseculares.

En su primera época da muestras de naturalismo social, de sorollismo y de un primer simbolismo cosmopolita al estilo francés, que se ven en los murales del Circulo de la Amistad de Córdoba.

Su maduración artística se produce a inicios del XX, cuando instalado en Madrid se relaciona con generacionistas y modernistas, en su caso con el circulo de Valle Inclán que tiene gran influencia en él.

Su evolución esta condicionada por la importancia que en él tienen los viajes que realiza en 1903 y 1904 y que le llevan a Túnez, Tánger, Francia, Italia, Inglaterra y los Países Bajos.

Quizás hace esa excursión internacional para nutrir o fortalecer una clara voluntad de cambiar.

1905-1910 cuaja su estilo característico, coincidiendo con la reacción antimodernista que se percibe en esa primera mitad de siglo entre algunos de los mas significativos pintores como Zuloaga, Anglada Camarasa y Solana.

Cuando se produce el giro hacia lo que después conocemos como el tópico del arte regionalista español del primer tercio del siglo XX, una tendencia que nada tiene que ver con el folclorismo decimonónico, ni en el fondo, ni en la forma.

1905-1930 condensa lo esencial en la trayectoria vital y artística de Romero de Torres, cuyo año triunfal es el 1912, hito a partir de cuando comienza a cimentarse una proyección legendaria.

1920 alcanza su apoteosis en esta década, tras casi un lustro de polémicas y de rechazos por parte del mundo académico oficial.

La prematura muerte del autor a los 55 años le ahorra tener que enfrentarse con las consecuencias de la jubilación generacional, amen de otros sinsabores que no habrían sido solo de naturaleza estética.

Si bien muere antes de que sea declarada la II República, las autoridades de esta no dudan en organizarle un homenaje nacional, siendo también los responsables de la constitución del actual museo monográfico en Córdoba, todo lo que esta en consonancia con la ideología progresista del pintor.

Su estilo formalmente ecléctico, no puede ser reducido solo a un suma y sigue de huellas del pasado, aunque quepa ir identificando cada una de ellas en diversos fragmentos y episodios de la mayoría de sus cuadros.

En este pintor esta identificación formal es tan importante como la iconológica, puesto que sin los arquetipos del ideal, la mujer, el pueblo y las especificas interpretaciones que de ellos hace, resulta imposible comprender y valorar su obra y su polémica proyección en el mundo de la cultura española del XX.

Sobre las raíces que configura el universo representativo de su pintura, no deja de ser curioso que la mayor parte de los escritores españoles finiseculares que se fijan en las mismas imágenes populares que pinta el artista cordobés sean también los responsables en nuestro país de la cultura europea.

En un momento dado confluyen simultáneamente en la cultura española y la pintura de Julio Romero de Torres una doble orientación cosmopolita y castiza, o si se quiere lo alto y lo bajo de ese momento histórico.

Su verde, consustancial a la retorica del casticismo gitano, no deja de relacionarse con el del Greco, entonces en plena reivindicación critica.

Mientras que el betún de brillos negros, se corresponde con modas más contemporáneas.

Recurre de nuevo Romero a la secularización de iconos religiosos y a la sacralización de lo pagano, aludiendo a todas las ambigüedades del amor.
La notable captación y aprovechamiento del arte del pasado en la que se decanta en su madurez, no excluye que también mirara el arte contemporáneo.

No vemos una simple alma dedicada a la devoción, sino un ser mortificado y mortificante que no transmite inocencia sino todo lo contrario.
En El pecado (1913) aparece una mujer desnuda que remite a la Venus del espejo de Velázquez, casi parodiada. El espejo refleja esta vez sexo y cabeza, cuerpo y espíritu.
Está acompañada la figura por mujeres de negro que hacen cuentas: se trata de celestinas, y una lleva a la joven (que peca, y de ahí el título) un obsequio. Un campo andaluz y el patio de un cortijo sirven de fondo.
Priman los colores negro y morado: profana Romero el color de la penitencia y el martirio, y los zapatos, tirados, son un elemento fetichista.
Nunca da la sensación de haber cerrado los ojos a la actualidad, aunque dentro de un orden, es decir con exclusión del vanguardismo que desconcierta a los españoles hasta fechas tardías (prácticamente hasta 1930).

Alcanza la madurez de su estilo, su discurso propio, en la segunda década del siglo.

Es cierto que apenas evoluciona más, quizás por el mundo ensimismado en le que vive, siendo ese inmovilismo reforzado por el éxito que alcanza que lo impulsa a una producción industrial según formula registrada, lo que genera la sensación de dar la espalda a lo contemporáneo.

La impugnación a su pintura se inicia a principios de la década de los 30, siendo atacado por tres frentes.

El de la vanguardia militante que descalifica sus maneras tradicionales y su contenido literario.

El del realismo popular, que tiene una fuerza extraordinaria durante la II República, puesto que ve en su obra una doble idealización, el de la identidad nacional y el de la vida popular.

Y el de los que creyendo en la validez del arte al servicio de las señas de identidad nacional o regional no aceptan ningún rasgo de complacencia casticista.

Defendido con pasión por Valle Inclán, y menos sectariamente por Pérez de Ayala y Manuel Machado, Romero de Torres no tiene tan buena estrella con otros de los grandes escritores del 98.

Algunos intelectuales posteriores, Cansinos, Maroto, Corpus Bargas etc, incluso de marcadas inclinaciones vanguardistas, tratan de entender el trasfondo de la pintura, mas que la pintura misma de Romero de Torres.
Pero la verdad es que la mayor parte de representantes de la nueva generación, que se hace con la situación durante la década de 1920, lo desprecian con sarcasmo cruel.
Trianart foto
CALVO SERRALLER Francisco, FUSI AIZPURÚA Juan Pablo. El espejo del tiempo. Editorial Taurus. Madrid 2009.
Que obra tan genial la de Julio Romero. Es una auténtica maravilla.
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A mi también me encanta y después de ver su museo mas todavía, descubrí a un gran artista. Gracias por tu comentario.
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