
Es complicado confeccionar un perfil con todos los rasgos que hacen de Aureliano Beruete Moret (1845-1912) un paradigma de la modernización de la España finisecular.
Porque siendo uno de los mejores pintores del momento, esa faceta no puede anular otras también valiosas.

Es además de uno de los más importantes paisajistas españoles de la segunda mitad del siglo XIX, y la primera década de 1921, un prestigioso intelectual y político español.
Nacido en una familia adinerada e ilustre, estudia en el Colegio Internacional, semillero de su posterior estrecha vinculación con la Institución de Libre Enseñanza, de la que es fundador en 1877 y uno de sus principales mecenas.

Aunque su vocación por la pintura es temprana como se aprecia con el aprendizaje en el taller de Carlos Múgica
1867 Beruete se doctora en Derecho, comenzando luego una carrera política que le lleva a ser diputado entre 1871-1872.

1873 decide abandonar la política y dedicarse a la pintura, para lo que estudia Bellas Artes en San Fernando y se especializa en paisaje bajo la tutela de Carlos Haes.
Inicia su carrera como pintor profesional los últimos 20 años del siglo XIX, continuando hasta su muerte en 1912.

Apasionado por las marchas campestres y rurales, recorrió la sierra de Madrid y los alrededores de la capital, que más tarde serían inspiración de muchas de sus obras.
Dado su patrimonio puede llevar su carrera sin agobios de necesitar vender a la vez que puede emplear su tiempo en una interesante actividad intelectual, centrada en la critica de arte y en la investigación de historia del arte.
Entre sus publicaciones, destacan sus aportaciones al estudio de Velázquez, de cuya obra se convierte en una de las autoridades internacionales.

También es un gran conocedor del Prado y se le encarga la programación del tercer centenario de Velázquez.
La dirección del Museo del Prado en repetidas ocasiones le fue ofrecida y declino siempre tan honroso cargo, aunque si acepto ser miembro del Patronato creado en 1912.

Fue coleccionista de arte y teórico, dedicando una interesante monografía a Velázquez en 1898, además de escribir varios ensayos artísticos de gran rigor y sentido crítico.
Al morir poco después de esta fecha, en el citado cargo le sucede su hijo homónimo, que por entonces con 36 años, es un especialista en temas artísticos, que en 1918 llega a ocupar la plaza de director del Museo del Prado.
También fue un gran viajero, cuya curiosidad le lleva a recorrer medio mundo, sobre todo Europa y América.

Junto a los citados pintores, contribuyó a modernizar la pintura paisajística española, y fue biógrafo de ellos.
Pero da igual sus aficiones, capacidad, fueran las que fueran lo superdita todo a su vocación pictórica y que esta la interpreta a través del paisaje.
Tal exclusividad es un rasgo moderno y más su estilo maduro que destaca sus últimos 15 años.

De su maestro Carlos de Haes, comprende que es imprescindible realizar el paisaje tomado directamente del natural, pero como es lógico en un discípulo 20 años más joven toma otros motivos distintos y sobre todo se centra en la representación de la naturaleza de la luz, algo que explotan los impresionistas, aunque no son los únicos que lo hacen en el último tercio del siglo XX.



Los motivos paisajísticos que elige Beruete tienen que ver en primer término, con su concepción naturalista, que le obliga a pintar solo lo que ve.

Pero adinerado, culto y cosmopolita como es, puede ver lo que quisiera, aunque estuviera alejado de su lugar de residencia habitual.
Beruete está vinculado a los ideales de la Institución de la Libre Enseñanza que se replantea investigar la verdadera imagen de España desde una perspectiva científica, siguiendo los planteamientos de Humboldt y en general los pensamientos positivos de la geografía.

De esta manera frente a la imagen romántica que deforma hasta la caricatura la realidad de nuestro país, los partidarios de la institución de la libre enseñanza alientan la investigación moderna del paisaje como fenómeno físico, histórico y antropológico, planteándose la confección de un inventario exhaustivo de todos los elementos que lo configuran.
Desde esa perspectiva y aunque Beruete no tuviera una concepción tan dramática y política de la identidad de España como los de la Generación del 98, es curioso que centre su mirada en el mundo castellano, si bien abordado de manera menos retorica.

Puede en el más su afán de objetividad y su concepción estética naturalista, lo que explica que sus mejores paisajes sean vistas de los arrabales de Madrid y de la sierra de Guadarrama, lo que no hace sino enlazar con la tradición pictórica española mas moderna, la que crean Velázquez y Goya.
Se ha hablado mucho sobre el hipotético impresionismo de Beruete, cuya formación y continuos viajes un conocimiento al respecto de primera mano.

Escribe que Boudin, Claude Monet, Sisley engrandecen los horizontes del paisaje, logrando dar vibración de luz en los objetos.
La clara paleta de Beruete, su manera de encuadrar el paisaje o la manera de dar las pinceladas, tienen poco que ver con los impresionistas.

Su delicada sensibilidad está más próxima a Boudin y Sisley, lo mismo que concierta mejor con Corot o Daubigny.
Aunque refinado, cultivado y bien informado, Beruete no es doctrinario de vanguardia y menos fogoso polemista, lo cual no significa que fuera un acomodaticio ecléctico.
Genera un discurso propio y define una gama cromática con tonos, ocres, rojizos, verdosos y malvas, entreverado de reverberaciones luminosas muy delicadas.
Beruete, no solo es un buen pintor, sino singular en el contexto de paisaje español finisecular.
Todas estas características se muestran en el cuadro, donde se reproduce una de las vistas de Madrid mas frecuentadas por este pintor.

La ciudad desde la pradera de San Isidro abarcando el río Manzanares, l Montaña del Príncipe Pío, el Palacio Real, las cúpulas de San Francisco y de San Andrés y todo el caserío de este arrabal.
Trianart foto
CALVO SERRALLER Francisco, FUSI AIZPURÚA Juan Pablo. El espejo del tiempo. Editorial Taurus, Madrid 2009.
