
Es quien definitivamente destierra el arte bizantino y quién de manera intuitiva, adelanta la perspectiva, además del descubridor de la humana realidad, a lo que atisba el arte o desde el arte.

Contemporáneo de Dante, Marco Polo, Bocaccio y Tomas de Aquino.

Nace en 1267 y muere con 70 años y pertenece a una familia campesina de Colle di Vespignano, cercana a Florencia y que es discípulo y colaborador de Cimabue.

Con un temprano viaje a Roma se impregna de lo que allí hacen Pietro Cavallini, Jacopo Torriti, Flippo Rusuti y Arnolfo di Cambio, pintores, mosaicistas, escultores y arquitectos que trabajan con un sentido clásico de lo monumental.

El talento de Giotto emerge a partir de la intervención pictórica del convento y la basílica de San Francisco de Asís, un vasto proyecto iniciad en 1228, primero con la construcción de una cripta subterránea y una amplia basílica inferior, ambas de estilo románico, sobre las cuales se erige una basílica superior gótica consagrada en 1253.

Es en ella donde entre 1277-1280, Cimabue decora el transepto izquierdo, pero a partir de 1285 con colaboraciones de Torriti y Duccio y quizás el mismo Giotto.

Probablemente en la última década del siglo XIII, Giotto adquiere absoluto protagonismo al asumir la realización de la Historia de San Francisco, un relato visual de la vida del santo, desde la adolescencia hasta los milagros por el obrados tras su muerte.


Ideológicamente la influencia y personalidad de San Francisco es determinante no solo para fraguar la nueva mentalidad de este momento histórico, sino para el cambio artístico que alienta la obra de Giotto.

Francisco de Asís fundador de una orden mendicante en un contexto histórico en el que la Iglesia romana pugna por obtener un poder político y económico cada vez mayor, el establecimiento por parte de San Francisco de un voto de pobreza y la preocupación doctrinal, dan un nuevo rumbo a la religiosidad anquilosada.

El movimiento franciscano marca la senda del nuevo arte italiano.

San Francisco y Giotto son dos puntales en los que se sostiene la moral reformista y el arte de la época moderna.
A partir del ciclo pictórico de la basílica de San Francisco de Asís y de los frescos de Giotto sobre la vida y doctrina de San Francisco, de cuño humanístico y orientación formal realista.
En estos frescos Giotto por primera vez reinventa el concepto de espacio, animando a una visión en perspectiva, tanto en la representación escenográfica de los edificios, como en la forma de estructurar el paisaje.
Por otro lado, concede una gran relevancia a la expresividad de los rostros y a la elocuencia de los gestos y unifica el relato visual estableciendo una nueva temática de la piedad religiosa, ahora articulado sobre los ciclos marianos y cristológico.
Terminado este ambicioso ciclo entre 1296-1298, vuelve a Florencia donde pinta sobre madera la Madona di Ognisanti y el políptico de Badia.

Después marcha a Rímini y a Padua.

En la primera el Crucifijo del templo Malatestiano y en la segunda lleva a cabo la fantástica decoración de la Capilla Scrovegni.


Su fama crece y le lleva de nuevo a Florencia y Roma, para concluir en Nápoles entre el 1329-1333, donde es llamado por Roberto de Anjou y finalmente de vuelta a Florencia, donde es nombrado maestro de obra para la realización de la cúpula de la catedral.



El aprecio que se siente por el se puede ver en los testimonios literarios de Dante y Bocaccio en su obra.

1303-1304 realiza los frescos de la Capilla Scrovegni en Padua, denominada de la Arena, por estar ubicada en los restos de un anfiteatro romano, es quizás el mas brillante y ambicioso testimonio de su madurez artística.

Tanto lo que realiza en Padua como lo que realiza en Rímini son edificios religiosos regentados por franciscanos, lo que refuerza su vinculación de Giotto con la orden mendicante.

1300 Enrico Scrovegni compra a la familia Delesmanini un amplio terreno para erigir ahí un palacio y una capilla.

Esta es erigida como expiación al pecado de usura con el que son tachados los primeros banqueros Scrovegni.

Giotto es el que concibe no solo la decoración de lo interiores sino el espacio arquitectónico, aunque esta parte no concluye con el plan previsto, porque se evidencia la desaparición del transepto, que en cambio si que existe en la capilla pintada que ofrece Enrico Scrovegni en el gran fresco de la entrada, que presenta el Juicio Final.

El programa narrativo gira sobre tres ciclos, el de la vida de San Joaquín y Santa Ana, padres de la virgen, el de la vida de la Virgen María y el de la vida de Jesús, todos los cuales se sobreponen en los muros laterales, reservándose el muro de ingreso, para El Juicio Final.

Además de estas historias, en la parte baja hay paneles de mármol ficticio que enmarcan las Virtudes y los Vicios

Hay dos escenas de beso en el rostro, una de amor, donde los esposos, San Joaquín y Santa Ana se encuentran en la Puerta Dorada de Jerusalén, y el beso con el que Judas vende a Cristo en el Huerto de los Olivos.

Hay otros besos en las estampas, pero son de naturaleza reverencial, como los que se estampan en los pies de quien es adorado.
Pero el que se da Joaquín y Ana rompe las convenciones por quebrar la sagrada regla de la humillación o postración ante lo superior, signada con el beso en el pie reverenciado y este en cambio es un beso en los labios celebra una maravillosa fecundación inesperada, como preludio de la de María y José, y un triunfo de la carnalidad y el amor humano, que permite fusionar dos rostros en uno.

La escena esta dotada de un aire festivo, subrayado por el cortejo de mujeres, alegres que acompañan a Ana en la recepción del encontrado y extraviado Joaquín.
El beso de Judas a Cristo comporta un abrazo que insinúa un encuentro bucal entre ambos.

Hay un trágico intervalo de sendas miradas que se escrutan de frente, cruzándose estas mas que sus respectivos labios.

La escena coral apaisada en la que trascurren los hechos es un prodigio de intensa composición, donde se ve la violencia de Pedro al cortar la oreja de un sayón.
La escena transcurre en un paisaje donde se aprecia un rítmico despliegue de lanzas y hachones, cuyo patrón remite al pintado después por Paolo Uccello y Velázquez en La rendición de Breda.
