



400 postes de acero inoxidable de 5 cm de diámetro y de longitud variable en torno a los 6 m para que todos los postes queden a la misma altura, salvando así las irregularidades del terreno.

Ocupan un espacio de 1 milla por 1 kilometro, aludiendo a los sistemas métricos mediante los cuales se ha dividido la superficie del planeta.

Con los postes metálicos dispuestos a una distancia calculada al milímetro e instalados en medio del desierto, De María crea una zona de atracción energética.


Las nubes a su paso descargan la electricidad generando un campo de truenos y relámpagos ante la presencia del espectador que lo observa.

La mejor época para su contemplación es desde finales de mayo a finales de septiembre.

Para De María este trabajo no es efímero sino permanente.

La tierra es tan importante como el cielo e insiste que la interrelación entre ambos es uno de los aspectos mas importantes de su obra, por lo que su contemplación desde un avión no es la correcta.

Le interesa destacar la desproporción entre los visitantes y el paisaje, así el grupo de personas siempre tiene que ser pequeño, ya que se trata de integrar poca presencia humana en vastos espacios.


Puesto que la luz es tan importante como el relámpago, los visitantes han de permanecer en el campo durante 24 horas.


Durante todo un día pueden asistir a los cambios lumínicos y percibir el efecto del sol en los postes, que debido al resplandor parecen invisibles a medio día.

Esta desmaterialización del objeto artístico que no es nada sino luz ha sido interpretada por Paul Virilio como lo que será el arte del futuro, es decir algo vertiginoso, sin objeto, sin documento, pura sensación transmitida a través de una red invisible, es decir energía.


Este campo de relámpagos es sublime.


Al ser detonante de las tormentas recoge la tradición romántica de lo sublime que en aquel periodo rompe con la lectura clásica de la naturaleza que censura lo inestable, deseando proyectar el mundo de una ficticia estabilidad (en un anhelo de detener el tiempo, el devenir inescrutable).

Aunque la fugacidad del tiempo es la dominante en la obra de Walter de María, no hay que olvidar que para captar ese instante la espera es obligada.


El tiempo dispone la expectación prolongada que contrasta con lo súbito del suceso.

Son ambos los que configuran la experiencia del lugar. Aunque la fotografía del relámpago es uno de los documentos impresionistas del Land Art, con el que tanto se intenta captar el instante, De María advierte que ninguna imagen puede reproducir la experiencia

