Cazón en adobo

Sugerencia de escritura del día
¿Qué aperitivo te comerías ahora mismo?

Con él me como el pasado, de este pequeño tiburón, pescado barato, con un adobo espectacular, con mala conciencia porque los pescados grandes estan desaconsejados comerlos del Mediterraneo por la carga de mercurio y metales pesados.

Pero un día haría una excepción.

Hay sabores que me retrotraen a mi infancia y este es uno de ellos, de pronto soy la niña glotona que dibujaba a Tintín a toda hora, esperando comer cazón en adobo o migas de pastor, también un plato pobre pero delicioso, en el que cocina tiene que tener una paciencia de china para su elaboración.

Y con la peculiaridad de que mi padre no nos permitía comer nada de cerdo, y le añadiamos pescado y fruta.

También la raya me retrotrae al pasado, o los boquerones fritos y unidos por la cola, o las brotolas deliciosas, las almejas recién pilladas a unos precios bajísimos, con el trabajo que tenía eso, madre mia.

Recuerdo los calamares rellenos en Navidad, los salmonetes pequeños de roca con esa mayonesa tan de Almería de ajo y almendra, seguramente arabe.

O la Bouillabaisse de mi madre con la gallineta fresca, que cuando mi padre y yo veníamos de pescar, tenemos que escarbar en el saco de la pesca, para poder extraer tan valioso tesoro culinario.

Yo era una grupete accidental y aprendí a limpiar el pescado porque estábamos en el Mar de Alboran lejos de la costa, con una barca que ni los fenicios usarían, y el calor inclemente del sur del sur, descomponía rápido las entrañas.

Así limpiaba arañas con las que tenía que tener cuidado con sus púas que eran venenosas y que una vez me clave pero no en mi barco, sino andando por la playa y querían ponerme morfina por los dolores, rechace tamaño despropósito y preferí la crudeza del dolor nocturno que al día siguiente desapareció, no sin dejar un morado de recuerdo.

La araña y la morena hacían unos caldos de pescado deliciosos. En ocasiones despreocupadamente subíamos morenas al bote y nos tocaba saltar al agua a nosotros, con sus varias filas de dientes, te podía dejar sin la falange de un dedo en nada.

Matarla era violento y de gran crueldad y aprendí a cortar el aparejo y con el remo echarla al mar, al que volvían felices.

Había muchísima pesca, hablo de los 60, tenía menos de 10 años, y la sobrepesca no había empezado todavía.

Los días de pesca eran largos, nos levantábamos a las 2 de la mañana, y aunque fuera verano el mar es helador de noche y cálido de día.

Cuando volvíamos, llevaba una extraña mezcla de olores entre el pescado, la carnada y el gasoil, que aunque me duchara, no había forma de quitarme.

El olor a mar, el pescado, los sabores que devienen, como el pimentón, un plato barato de la gastronomía de aquí a base de pescado que también me retrotrae a la infancia, pues casi ha desaparecido.

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

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