Cuando cumplí 40 coincidió que mis hijas terminaron la secundaria y entraron en una fase que las hacía independientes.
Yo pase de ser una madre ocupada a ser una madre ociosa, lo que me descoloco, porque hasta qué punto elegimos los roles que desempeñamos.
El caso es que me dedique a ver culebrones, reallity shows dudosos, dibujos animados, películas de serie B etc.
No estaba melancólica, pero tampoco feliz, procrastinaba que dicen ahora, mi sistema se reseteaba, no sabía cuál era el papel siguiente que tocaba en el menú.
Estaba perdida o quizás no estaba.
El caso que me había pasado los 22 años anteriores maldiciendo mi estampa porque los planes que había hecho eran antitéticos a la vida que llevaba, pero planeamos y el destino decide, y mejor.
Siempre había querido leer, y lo hacía a ratos perdidos, había querido terminar Hispánicas y los continuos traslados de mi marido me lo impedían etc.
Pero a cambio era un ama de casa que se podía permitir el lujo de dedicarse a su familia.
Me tumbaba en el sofá a ver la televisión y me pasaba días enteros, algo que empezó a preocupar a mis hijas que sin permiso me apuntaron en la lista de espera de la Facultad de Bellas Artes de Altea que estaba próximo a mi casa en aquellos momentos Benidorm.
Llegado el momento me comunicaron que tenía que ir a la facultad con un número y cruzar los dedos, pero no lo tome muy en serio porque no sé si tenía el 300 o 400, algo así y era una facultad pequeña, con lo que mis posibilidades eran mínimas.
Fui por no contrariar ya que se habían tomado interés las pobres para intentar sacar del letargo a una madre ausente.
Yo me habría quedado viendo la tele 20 años más, pero estaba mal visto en mi programación calvinista.
El caso es que ahí estaba yo bostezando como una panolis esperando un milagro, en esa especie de puja improvisada.
Me fui al servicio sin mucho interés, pero al poco mis hijas me buscaron, porque tenías que estar presente si tu numero aparecía si no seguía corriendo…y apareció.
No creáis que me puse muy contenta, porque suponía madrugar, responsabilidad, trabajo, inversión económica y un largo etc
Pero pensé que haría el primer año y amigos.
Empecé en septiembre, me fui con un cuaderno de dibujo grande, un lápiz y una goma. Un poquito tontita porque allí ya estaban con los ordenadores y esas artesanías de amanuense se habían quedado en el Cámbrico, pero con la crianza estaba fuera de mercado.
Cuando llegue estaba el motín de la Bounty. Los profesores se habían amotinado contra el decano y me metieron en una asamblea improvisada de indignados con el mundo.
Eso no era más que el desayuno de todo lo que vendría después.