
Más allá de las ilustraciones, el Libro de Kells busca reverenciar a Dios y aleccionar a sus fieles. Las representaciones de Jesús, la Virgen, los evangelistas y los arcángeles tienen significados obvios. Pero incluso las figuras aparentemente aleatorias ofrecen una lectura simbólica.

Los animales que a menudo decoran los márgenes o los espacios en blanco, encarnan distintas nociones cristianas.
El pavo real simboliza la pureza incorruptible de Jesús, el pez, el propio Cristo y el bautismo.
Pero lo que distingue este manuscrito de otros es la incorporación de motivos celtas, de origen pagano, que el cristianismo reinterpreta
El trisquel una triada de espirales y la triqueta, compuesta por tres arcos entrelazados, representan aquí, la Santísima Trinidad.
El libro de Kells en Dublín es el manuscrito medieval de estilo celta más apreciado del mundo.
Sus coloridas paginas atraen a medio millón de visitantes al año.
Los libros sagrados no siempre son heraldos de paz. Cuenta la leyenda que un manuscrito de salmos, tal vez el Cathach, el segundo salterio en latín más antiguo del mundo, causo la primera disputa conocida de copyright a mediados del siglo VI, en el condado de Donegal, Irlanda.
San Finnian tenía bajo su custodia ese ejemplar en la abadía de Moville y permitió a San Columba que lo copiara.
No tardó mucho en surgir disputa: ¿a quién pertenece la copia al dueño del original o al copista?
Consultado por tan espinoso asunto, el rey Diarmait mac Cerbaill sentencio a favor de Finnian:
A cada vaca su ternera y a cada libro su copia
Columba lejos de aceptar el fallo instigo una revolución que cobró 3000 vidas en la batalla de Cul Dreimhne.
Este sangriento balance no impidió al Vaticano canonizar a ambos clérigos tras su muerte, pero tampoco es que lo vieran con buenos ojos.
De hecho, según la tradición a San Columba lo enviaron a hacer penitencia a Escocia, donde fundo la Abadía de Iona.
Su misión, salvar tantas almas como las que había condenado a morir.
Iona prospero lo suficiente como para atraer la codicia vikinga. Los escandinavos la asaltaron en el 795, 802 y 806 cobrándose la vida en esta última ocasión de 68 monjes.
Alguno de los supervivientes, hartos se mudaron a Irlanda y fundaron una nueva comunidad religiosa en Kells.
En algún momento de este ajetreado proceso, no se sabe si en Iona o en Kells, si a finales del siglo VIII o a principios del IX, se crearon las paginas de uno de los libros mas hermosos de la Edad Media.
El Libro de Kells o el Libro de Columba, como también se le conoce, habría hecho las delicias del santo bibliófilo.
Consiste en la recopilación de los cuatro evangelios en 340 hojas profusamente decoradas con la representación de Jesús, la Virgen y los cuatro evangelistas, letras ornamentales, animales y seres fantásticos, y motivos geométricos de origen celta.
Esta joya del arte anglo celta se exhibe en la biblioteca del Trinity College de Dublín, la más grande de Irlanda que cumple el cometido de la Biblioteca Nacional de España: depósito legal y conservación de ejemplares valiosos.
La sala larga que atesora los doscientos mil volúmenes de la colección, ya sería por si sola una atracción digna de ver, con sus anaqueles oscuros y sus bustos de filósofos y escritores.
Pero el libro de Kells, es sin la menor duda, es la joya de la corona, la que atrae medio millón de visitantes al año.
Antes de llegar ahí, el libro sufrió peripecias y modificaciones.
Los vikingos que ya habían atacado Iona, tampoco perdonaron Kells, pero el ejemplar sobrevivió a sus incursiones.
Los anales del Ulster, una crónica medieval en gaélico, mencionan el robo de un lujoso manuscrito en 1006, que se suele identificar como el Libro de Kells.
Los ladrones poco interesados en el contenido se quedaron con las cubiertas que eran de oro y pedrería y ocultaron el resto bajo un montón de tierra, de donde pudieron rescatarse las paginas. Durante la rebelión irlandesa de 1641, los altercados entre católicos y protestantes dañaron la iglesia de Kells.
12 años más tarde, Cronwell la emplea como cuartel general para su caballería.
Temiendo por la integridad de la reliquia, el gobernador de la ciudad la envía a Dublín y el obispo Henry Jones la entrega al Trinity College.
Allí permanece discretamente hasta que el gusto neo medieval del Romanticismo dispara su popularidad en el siglo XIX.
La Reina Victoria y su consorte firman las guardas del libro en 1849.
Esta rubrica no es la única alteración memorable.
En 1742 se reencuaderna el manuscrito para incorporar una hoja perdida.
En 1826 un tal Georg Mullen perpetra una restauración catastrófica por la que percibe 22 libras y 15 chelines.
Muller lava las paginas, lo que hace que se encojan y arruguen de forma desigual y después las plancha, lo que desluce el color de las ilustraciones.
Pinta algunos márgenes con oleo blanco o alterando el color original del pergamino, pero su pecado capital es recortar varios bordes con el fin de igualarlos todos para sobredorar las paginas, un tijeretazo que suprime parte de la decoración.
Tras nuevas intervenciones en 1874, 1895 y 1953, se encarga la presentación actual al conservador Roger Powell, que hidrata las hojas cuidadosamente y encuaderna cada uno de los cuatro evangelios por separado, para facilitar su estudio y exhibición.
En el 2000 un viaje a Australia con motivo de una exposición, daña levemente el pigmento del Evangelio de San Marcos, probablemente a causa de las vibraciones del avión.
Ademas de algunas perdidas, el manuscrito también ha experimentado adicciones.
En el siglo XI y XII, se le añaden escrituras de propiedad en gaélico.
En el XV un poema satirico sobre las tasas en tierras eclesiales.
En el XVI un tal Gerald Plunket agrega profusamente su nombre, entre otras anotaciones.
Mas tarde un tal Richardus Whit incluye una crónica de eventos de los siglos XVI y XVII.
El primer conde de Londonderry deja su autógrafo y el arqueólogo y entomólogo John O. Westwood, su monograma.
Por vandálicas que puedan resultar las intervenciones, hay que tener en cuenta que El libro de Kells nunca fue concebido como un proyecto monolítico
Para los copistas medievales, añadir corregir, reaprovechar y trasformar eran practicas habituales, en un mundo en el que el pergamino escaseaba, algunas tintas costaban fortunas y los libros eran objeto de lujo, elaborados y reelaborados con lenta minuciosidad.
Se cree que en la elaboración de los evangelios y los textos e índices preliminares participaron 4 escribas que trabajaron sin un plan previo coherente, probablemente en momentos distintos.
En cuanto a los miniaturistas la historiadora del arte Francoise Henry identifica a tres artistas distintos anónimos, a los que denomina El Orfebre, El Retratista y El Ilustrador.
Al Orfebre se le atribuyen los diseños geométricos de páginas, como la cruz de ocho círculos o el monograma Chi Ro, que recuerda el trabajo metalúrgico de tradición celta.
Su uso de azul plateado y el amarillo dorado acentúan la semejanza de estos diseños con la orfebrería medieval.
Pero no se utilizan láminas de oro ni de plata, su brillo es producto de la habilidad de los artistas con los pigmentos y el pincel.
El retratista habría pintado las figuras a toda página de Jesucristo, San Mateo y San Juan Evangelista.
La Virgen y el Niño y las escenas narrativas (las tentaciones de Cristo, el huerto de los olivos etc) serían obra del ilustrador.
Otros estudiosos consideran que el Retratista y el Ilustrador fueron una misma persona.
Las hipótesis siguen abiertas.
Tampoco se sabe si los encargados de la ornamentación escribieron los textos o hubo división de tareas,
El Libro de Kells no es el libro conservado más antiguo del mundo, como proclamaron erróneamente los británicos en algún momento del siglo XIX, aunque si contiene miniaturas de la Virgen María más antigua de Occidente.
Su factura es desigual con páginas de gran sofisticación y otras de ejecución menos hábil.
Pero no cabe duda de su poder de fascinación que se ha mantenido intacto durante más de 1200 años, indiferente a robos, incursiones, guerras, cambios de gustos y giros políticos.
Sus páginas todavía guardan muchos misterios por desvelar.
(Extraido de La Joya del Trinity College, Historia y Vida numero 659)