La genealogía, a pesar de ser un tema poco estudiado por la historiografía modernista española, jugó un papel esencial en los siglos XVI y XVII. En una sociedad más porosa de lo que se creía, el ascenso social era habitual, aunque ocurría de manera subrepticia porque contradecía los principios ideológicos del sistema.

La genealogía se convirtió en uno de los principales instrumentos para ocultar las transformaciones sociales y mantener la imagen de inmovilidad requerida. En la Modernidad, la genealogía legitimó la realidad política y social, moldeó idearios culturales y creó imaginarios. Sirvió como un medio eficaz para salvar la brecha entre la realidad y el ideal de una sociedad inmóvil. Fue una de las principales palancas del ascenso social, no al causarlo, sino al justificarlo, ocultando los orígenes modestos de muchos recién llegados.

La producción historiográfica relacionada con la genealogía en la España Moderna alcanzó importantes cotas, tanto en calidad como en número de obras. Este fenómeno se remonta tímidamente a los siglos bajomedievales, con textos como el Nobiliario del Conde don Pedro y las Generaciones y Semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán. Sin embargo, estas obras iniciales solían ser redactadas por la alta nobleza para ensalzar sus propias glorias. El siglo XVII fue el apogeo de la genealogía española. Obras notables de este siglo incluyen la de Alfonso López de Haro y la de Pedro Salazar de Mendoza, con sus Dignidades Seglares de Castilla y León. La cumbre de estos estudios la representa don Luis de Salazar y Castro (fallecido en 1728), conocido como el Príncipe de los Genealogistas, autor de tratados monumentales y numerosas obras menores, que destacan por la modernidad de su método y crítica histórica.

Existían los hambrientos genealogistas muchos de origen hidalgo y escasa fortuna, o incluso de antiguos linajes empobrecidos, cuya vida se centró en ascender socialmente gracias a sus conocimientos. Un ejemplo fue Luis de Salazar y Castro, que pasó de ser hijo de un receptor a ostentar una rica encomienda en la Orden de Calatrava. Algunos de estos autores, como Jerónimo Román de la Higuera y posiblemente Francisco de Cascales y Gonzalo Argote de Molina, eran judeoconversos y emplearon sus conocimientos para ocultar la ascendencia hebraica de muchas familias, incluida la suya propia.

Un caso llamativo de falsificación fue Andrés Gutiérrez de los Ríos, un tejedor de sedas de origen villano que, mediante la manipulación de documentos y testimonios, se hizo reconocer como descendiente de la noble Casa de los Ríos, prosperando y escribiendo genealogías a dictado y por encargo de las familias para legitimar sus propias mentiras.

Más allá de los tratadistas, el uso de la genealogía era cotidiano en la España Moderna. Era esencial incluso en estratos bajos de la sociedad, por ejemplo, para tramitar dispensas matrimoniales de la Iglesia debido al impedimento de parentesco hasta el cuarto grado, lo que obligaba a elaborar árboles genealógicos.

El conocimiento genealógico también era omnipresente en el ámbito judicial, donde los pleitos por mayorazgos, capellanías o patronatos se basaban en demostrar un derecho hereditario preferente. Los nobles y sus administradores confeccionaban árboles de su parentela para conocer los bienes vinculados y reaccionar rápidamente a fallecimientos o profesiones religiosas. La búsqueda de parientes lejanos para heredar se plasmó en los pleitos de inmediación, a veces con fraudes. Otro elemento cotidiano era la obtención de rentas de obras pías y patronatos, donde se requería demostrar la descendencia del fundador.

La Limpieza de Sangre fue un elemento diferenciador crucial de España y Portugal en la Edad Moderna. Los Estatutos de Limpieza de Sangre obligaron a las familias nobles o con pretensiones de nobleza a realizar innumerables probanzas genealógicas a lo largo de tres siglos, requiriendo un conocimiento certero y amplio de los orígenes familiares. Estas pruebas eran necesarias para cargos públicos, eclesiásticos, colegios universitarios, empleos inquisitoriales y, las más complejas, para las Órdenes Militares.

La imposición de los Estatutos de Limpieza de Sangre propició la aparición de los Linajudos, oportunistas que se beneficiaban económicamente del sistema mediante la mentira y el chantaje. Eran figuras influyentes en el ámbito local, y su testimonio podía inclinar la balanza a favor o en contra de un pretendiente. Un ejemplo es Cristóbal Guerrero en Granada, un ministro del Santo Oficio que, al insinuar dudas sobre la calidad de un solicitante, lograba que este lo hiciera dueño del caso, obteniendo grandes sumas de dinero.

Los Libros Verdes fueron otra manifestación curiosa de la tratadística, recopilaciones manuscritas, a menudo anónimas, que revelaban el bajo origen o la ascendencia judeoconversa de linajes encumbrados. Se nutrían de información de los archivos municipales y, especialmente, de los archivos de la Inquisición, a la que accedían por ser ellos mismos miembros del Santo Oficio o mediante soborno a secretarios. El más conocido fue el Libro Verde de Aragón, que se utilizó incluso por el tribunal inquisitorial como prueba, pese a estar prohibido y mandado quemar en 1623.
Otro, que se convirtió en un mito, fue el Tizón de la Nobleza de España, que desgranaba los defectos de la ascendencia de las grandes Casas nobles, escrito supuestamente por el cardenal Francisco de Mendoza y Bobadilla.

Los Reyes de Armas, empleados regios que certificaban blasones, elaboraban informes (ejecutorias) a cambio de dinero, calificando la nobleza de los apellidos y a menudo inventando armerías y genealogías totalmente falsas para legitimar la posición del pretendiente. Lo hacían simulando que todos los que portaban un mismo apellido pertenecían a un idéntico linaje del que el cliente era una rama desgajada, inventando antepasados aristocráticos o héroes.

Las Historias Ciudadanas del Siglo de Oro, dedicadas a narrar el pasado de villas y ciudades, también se relacionaron estrechamente con la genealogía y el ascenso social. Estas obras dedicaban buena parte de sus páginas a trazar los abolengos de las principales familias nobles locales, sirviendo como medio de expresión de las oligarquías urbanas para consolidar su poder y privilegios. También ofrecían a las familias de nuevos cristianos la posibilidad de eludir la mancha de su origen.

Se presentan ejemplos detallados de manipulación genealógica para el ascenso social. En Guadix, la familia Santa Cruz, de origen judío y converso, logró que don Juan Fajardo de Amescua, a pesar de las pruebas de su ascendencia hebraica, obtuviera un hábito de caballero de Calatrava en 1641. El linaje cambió su apellido de Santa Cruz a Fajardo para desvincularse de su origen y crearon la fábula de descender ilegítimamente de los marqueses de los Vélez, también llamados Fajardo. Su éxito fue tal que sus descendientes ocuparon importantes cargos, dignidades y honores.

Otro caso de Guadix fue el de los Díaz de Palencia, una familia judeoconversa con parientes reconciliados por judaizantes en 1615. A pesar de la notoriedad de un origen manchado, el dinero y el poder permitieron que sus distintas ramas avanzaran socialmente, logrando que los rumores y sospechas cesaran. La rama granadina litigó su hidalguía, logrando una ejecutoria favorable, y sus antepasados judaizantes fueron convertidos en prestigiosos conquistadores del Reino de Granada, con sus apellidos embellecidos y la adición de un certificado del Rey de Armas. Incluso consiguieron el ingreso de tres hermanos como ministros del Santo Oficio. Finalmente, encargaron la redacción de genealogías impresas que consagraron las mentiras urdidas, olvidando para siempre a conversos y judaizantes.

La visión tradicional de la sociedad española de la Edad Moderna como estamental e inmóvil se desmorona, existiendo un mundo cambiante con ascenso y descenso social. Sin embargo, el sistema se mantuvo porque se arbitraron mecanismos para ocultar los ascensos y proyectar una imagen de nobleza eterna, logrando aunar cambio y continuidad, realidad y deseo. La genealogía fue clave en este proceso, sirviendo como fuente de legitimación y, sobre todo, como instrumento para esconder la progresión de los recién llegados, convirtiendo las mentiras en una estrategia global de éxito. Los abolengos oficiales de la nobleza española están contaminados por la literatura genealógica de la época, y no se debe creer a priori en los orígenes de los linajes sin documentación de por medio. La tratadística genealógica de la España Moderna tiene un doble valor: como fuente inestimable de datos para comprender la sociedad de la época, y como muestra del poder de las estrategias culturales para mantener el sistema, incluso vulnerando sus principios ideológicos esenciales
SORIA MESA ENRIQUE. Genealogia y poder. Invencion de la memoria y ascenso social en la España Moderna. Universidad de Cordoba.
