El estigma de la marginación en la España Moderna (siglos XV al XIX)

Según Teófanes Egido en su artículo La marginación social en la España Moderna (siglos XV al XIX)  la marginación abarca grupos más extenso a los que refieren los historiadores, como pobres, esclavos, conversos, moriscos y gitanos, además de minorías locales como xuetes, vaqueiros de alzada, pasiegos o agotes. En aquellas sociedades caracterizadas por el privilegio y la desigualdad, los motivos de exclusión social estaban ligados a los religiosos. Hay tres grupos para la reflexión histórica: los pobres, los judeoconversos (confesos) y los niños expósitos (abandonados).

La historia de la pobreza durante el Antiguo Régimen a menudo se aborda con anacronismos, ya que las mentalidades de la época consideran la pobreza de una manera distinta a como lo hace la sensibilidad burguesa posterior. La pobreza era una realidad aceptada y enfrentada por la sociedad en la época moderna, donde la caridad incluso fomentaba lo que más tarde se querría combatir, y el pobre podía ser visto no solo como un problema social, sino también como una realidad cordial, soportable y hasta deseable.

 Los pobres urbanos podían representar entre el 10% y el 20%, llegando al 25% y 50% en años de crisis agrarias que arrojaban a la penuria a muchos que vivían en los límites de la pobreza o eran pauperizables. Las crisis de subsistencia o hambrunas eran frecuentes. Otros agentes de crecimiento de pobres incluían la inmigración, como la pirenaica, que generaba alarma y sentimientos de xenofobia, especialmente contra los franceses y gascones.

Existió un debate de altura sobre la pobreza, con posturas irreconciliables como las del dominico Domingo de Soto y el benedictino Juan de Medina o de Robles. Una sensibilidad veía a los pobres como un peligro social y religioso, abogando por la racionalización de la pobreza y obligando a los válidos y vagabundos a trabajar, incluso en encerramientos, postura defendida por humanistas como Vives y Erasmo, y por reformadores protestantes. La otra postura, más teológica y moral, defendía la caridad evangélica y encontraba en el pobre la mejor ocasión para vivirla, llegando Domingo de Soto a decir que la presencia y el vocerío de los pobres en Semana Santa ablandaba los corazones.

Además, el pobre de solemnidad, reconocido como tal, podía ser considerado un privilegio o una profesión demandada y a veces rentable. Estos tenían derecho a mendigar, a atenciones primarias en tiempos de crisis, y se beneficiaban de cofradías, hospitales y mandas testamentarias para el entierro. Incluso los funerales de los pobres atendidos por cofradías como la Penitencial de la Pasión en Valladolid podían tener una solemnidad que otros menos pobres anhelarían. Había también los pobres envergonzantes, personas venidas a menos que la sociedad del honor y la honra miraba con compasión, ofreciéndoles asistencia discreta, como lo hacía la Cofradía de Esgueva en Valladolid.

En cuanto a los conversos, o judeoconversos, su marginación social fue tanto sufrida como burlada. A diferencia de los moriscos (que autoexcluían al no convertirse realmente), los conversos, bautizados, se esforzaban por identificarse con el cristiano viejo y borrar sus raíces judías, buscando la integración social. 

Contra ellos se tejió una densa trama de repudios materializados en los estatutos de limpieza de sangre y de oficio, que se extendieron desde ciudades y órdenes religiosas hasta órdenes militares, cabildos catedrales y colegios mayores. La exclusión se reforzaba al descender de inquisitoriados, ya que la herejía era el delito más odioso y total, llevando a la marginación, la exclusión y la muerte civil o la hoguera.

Sin embargo, los conversos no estuvieron desamparados y contaron con defensas y recursos para lograr la integración social. Entre estos se encontraban la compra de hidalguías, las falsificaciones de linajes y las complicidades de cristianos viejos, como se vio en el pleito de hidalguía de la familia de Santa Teresa. Además, existió un discurso de defensa por parte de cristianos viejos y nuevos, con argumentos teológicos, históricos y morales que rechazaban las exclusiones por caridad cristiana. Figuras como el Cardenal Juan de Torquemada y el dominico Agustín de Salucio defendieron a los conversos, argumentando que se ofendía a Cristo y a la Virgen, de ascendencia judía, al menospreciarlos, y que la estirpe judía era más noble que la de los cristianos viejos, descendientes de paganos.

Finalmente, los niños expósitos o abandonados representaron a los marginados más cruelmente excluidos, sujetos a la llamada marginación mortal. Eran discriminados por la legislación hasta el siglo XIX y padecían una mortandad desbordante, alcanzando a veces hasta el 90% de los recogidos. Antes del siglo XVIII, la preocupación principal era asegurar su vida eterna mediante el bautismo, más que su supervivencia física. 

La sensibilidad hacia la infancia cambió con la Ilustración, valorando la vida terrena y promoviendo el cariño a los niños. Campañas de ilustrados como Antonio de Bilbao denunciaron la situación de los niños en los hospitales, llamándolos potros del infanticidio o trampas de los desgraciados niños

A finales del siglo XVIII, se impulsó legislación para la integración social de los expósitos, legitimándolos para efectos civiles y prohibiendo el uso de nombres injuriosos como borde o bastardo. Aunque esta legislación ilustrada no se cumplió a corto plazo por falta de financiación y resistencias, el cambio de sensibilidad a largo plazo ayudó a que el trágico fenómeno del abandono disminuyera y se convirtiera en una noticia que hiere la sensibilidad colectiva.

EGIDO TEOFANES. La marginacion social en la Epaña Moderna. Marginados y minorías sociales en la España Moderna y otros estudios sobre Extremadura Llerena, Sociedad Extremeña de Historia, 2005 Pags. 27 a 43
ISBN-10: 84-611-0399-8 – ISBN-13: 978-84-611-0399-7

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

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