Mide 3.25 metros de diámetro y unos 40 centímetros de espesor, con un peso cercano a las 8 toneladas.

El hallazgo no solo desveló la imponente pieza, sino que también confirmó la ubicación exacta de la esquina suroeste del Templo Mayor de Tenochtitlan, dando origen al proyecto arqueológico que lleva el mismo nombre.
En Ciudad de México, la capital moderna que una vez fue el centro del imperio mexica, un grupo de trabajadores de la compañía de la luz realiza una excavación rutinaria el 21 de febrero de 1978, cuando se tropiezan con algo que no es cemento ni tierra suelta. Es una piedra tallada con formas imposibles de descifrar a primera vista. Lo que han encontrado, sin saberlo, es la puerta de entrada a un mundo perdido: el monolito de Coyolxāuhqui, la diosa de la luna desmembrada de Tenochtitlan.

La piedra es un disco monumental de 3.25 metros de diámetro. Es una obra de arte y una narración épica tallada en roca. Representa a la diosa Coyolxāuhqui, cuyo nombre significa la de los cascabeles en las mejillas, en el momento posterior a su violenta muerte. Su cuerpo yace de espaldas, descuartizado. Su cabeza, separada del torso, yace de perfil con la boca abierta en un grito silencioso. Sus brazos y piernas fueron cercenados y yacen alrededor de lo que fue su cuerpo.

Los detalles de la talla son vívidos y simbólicos. Sus pechos caen hacia los lados. Lleva un tocado de plumas, y los cascabeles que le dan nombre adornan su cabello y su mejilla. En su cintura, un cinturón de serpientes sostiene una calavera. Los puntos donde sus miembros fueron separados de su cuerpo no se muestran como heridas sangrantes, sino como cortes limpios, con forma de concha. Su cuerpo, originalmente pintado de amarillo, se recortaba sobre un fondo rojo brillante, con detalles en azul y blanco. Esta desnudez, para los mexica, era un símbolo de la máxima humillación.
La historia que cuenta esta piedra es un hito fundacional del pueblo mexica. En la cima del Cerro Coatepec (Cerro de la Serpiente), la diosa madre Coatlicue quedó misteriosamente embarazada. Sus hijos, los Centzon Huitznáhuac (las cuatrocientas estrellas del sur), y su hija Coyolxāuhqui, la luna, se enfurecieron por la deshonra. Decididos a matarla, liderados por Coyolxāuhqui, ascendieron hacia la cima del monte.
Sin embargo, en el momento crítico, del vientre de Coatlicue nació Huitzilopochtli, el dios del sol y patrón de los mexica, completamente armado. Con su arma, la xiuhcóatl o serpiente de fuego, se enfrentó a sus hermanos.
El relato culmina con la derrota de Coyolxāuhqui. Huitzilopochtli la decapitó y desmembró, lanzando su cuerpo por las laderas del cerro. Su cabeza, convertida en la luna, quedó para siempre en el cielo, eternamente perseguida y vencida por su hermano, el sol.
El hallazgo de 1978 fue fortuito, pero su significado fue inmediatamente reconocido por los arqueólogos. El maestro Eduardo Matos Moctezuma, quien lideraría la excavación posterior, entendió la importancia del lugar. La piedra no yacía en cualquier sitio.
Estaba en el centro de una plataforma que se extendía desde la base de la escalera. A los lados de esta escalinata, cabezas de serpientes sonreían grotescamente.
Matos Moctezuma tuvo una revelación crucial. Argumentó que la colocación del monumento en la parte inferior del Templo Mayor conmemoraba la historia de Huitzilopochtli derrotando a Coyolxauhqui en la batalla del Monte Coatepetel.
El propio Templo Mayor, la gran pirámide gemela de Tenochtitlan, era una representación arquitectónica de ese cerro sagrado. El lado dedicado a Huitzilopochtli era el Coatepec. Y al pie de sus escaleras, como un recordatorio eterno de la derrota, yacía la piedra de Coyolxāuhqui.
Final del formulario
Este descubrimiento fue la chispa que encendió el Proyecto Templo Mayor, una de las empresas arqueológicas más importantes del siglo XX en América. Durante años, dirigido por Matos Moctezuma, el proyecto desenterró los restos del corazón del imperio azteca.
La piedra de Coyolxāuhqui, identificada dentro de la Fase IV de construcción del templo, se convirtió en el símbolo de este renacimiento arqueológico. Se cree que fue creada alrededor del año 1438, bajo el gobierno del tlatoani Axayacatl. El historiador Richard Townsend la describe como una obra de un dominio del diseño y una virtuosidad técnica no vistos previamente en las pirámides.
La ubicación de la piedra no era meramente decorativa o conmemorativa, tenía un propósito profundamente político y ritual. Para cualquier visitante o embajador de un pueblo rival que se acercara al Templo Mayor, el mensaje era claro e intimidante.
La piedra habría servido como una señal de advertencia para los enemigos de Tenochtitlan.
Coyolxāuhqui, como primera deidad enemiga derrotada por su dios patrón, se convirtió en el arquetipo de todos los conquistados. Su destino era el destino que esperaba a quienes se opusieran al poder mexica. Townsend señala que el disco representaba la derrota de los enemigos de los aztecas en general.
Pero la advertencia se volvía realidad de la forma más cruda durante los sacrificios rituales, especialmente en la fiesta de Panquetzaliztli, dedicada a Huitzilopochtli. Los prisioneros de guerra, que encarnaban a los enemigos de los dioses y del estado, eran llevados a la cima del Templo Mayor. Allí, sobre el cuauhxicalli (la piedra de los sacrificios) frente al santuario de Huitzilopochtli, los sacerdotes les extraían el corazón.
Lo que sucedía después era una recreación exacta del mito. El cuerpo sin vida del cautivo era arrojado por los empinados escalones de la pirámide. Al final del descenso, golpeaba contra la piedra de Coyolxāuhqui. Allí, en ese mismo lugar, el cuerpo era decapitado y desmembrado, tal como lo fue Coyolxauhqui por Huitzilopochtli en Coatepec.
La víctima humana se transformaba, en su muerte, en la representación de la diosa vencida. El ciclo cósmico de la victoria del sol sobre la luna, del orden sobre el caos, se renovaba con sangre en el corazón de Tenochtitlan.
La piedra de Coyolxāuhqui es más que una escultura, es una pieza de teatro ritual congelada en el tiempo y un testigo mudo del auge y la caída de un imperio. Su descubrimiento en 1978 permitió a los arqueólogos leer el Templo Mayor con nuevos ojos, interpretando no solo su estructura, sino también su significado simbólico más profundo.
Hoy, la diosa descansa en el Museo del Templo Mayor, a pocos metros de donde fue encontrada. Ya no recibe los cuerpos de los sacrificios, pero su poder narrativo permanece intacto. Su imagen, a la vez violenta y serena, sigue contando la historia de su caída, la historia de su hermano vengador y la historia del pueblo que los elevó a la categoría de razón de Estado.
Richard F. Townsend, The Aztecs
Eduardo Matos Moctezuma, Archaeology & symbolism in aztec Mexico: the Templo Mayor of Tenochtitlan. Journal of the American Academy of Religion, Volume LIII, Issue 4, December 1985, Pages 797–815, doi.org/10.1093/jaarel/LIII.4.797
Boone EH. The “Coatlicues” at the Templo Mayor. Ancient Mesoamerica. 1999;10(2):189-206. doi:10.1017/S0956536199102098
Wikipedia, Coyolxauhqui
