Durante siglos, los moáis de la isla de Pascua, han sido uno de los mayores enigmas de la arqueología. ¿Cómo pudo una sociedad polinesia aislada, sin ruedas, grúas ni grandes animales, mover monumentos de hasta 80 toneladas por un terreno accidentado?

Un estudio pionero publicado en el Journal of Archaeological Science ha revelado la respuesta: los moáis no solo eran arrastrados, sino que caminaban.
Entre los siglos XIII y XVI, los habitantes de Rapa Nui tallaron casi mil moáis en toba volcánica. Estas figuras, a menudo confundidas con simples cabezas, en realidad tienen cuerpos enteros enterrados bajo tierra. Cada escultura representa a ancestros venerados y simbolizaba el poder del clan que la erigió.
La cuestión de su movimiento permaneció sin resolver durante décadas. Los primeros exploradores europeos especularon sobre civilizaciones perdidas o poderes sobrenaturales. Investigadores posteriores sugirieron trineos, troncos rodantes o pistas de madera, pero ninguna de estas pruebas se ajustaba a la realidad. La escasa vegetación de la isla no soportaba el transporte de madera a gran escala, y las bases de las estatuas mostraban patrones de desgaste incompatibles con el arrastre.
Se necesitó una combinación moderna de física, modelado 3D y arqueología experimental para descubrir la verdad.
Un equipo dirigido por el arqueólogo Carl Lipo, de la Universidad de Binghamton, y Terry Hunt, de la Universidad de Arizona, analizó escaneos 3D de alta resolución de las estatuas. Descubrieron dos características clave del diseño: una base en forma de D y una ligera inclinación hacia adelante. Estas características no fueron accidentales. Colocaron el centro de gravedad de tal manera que la escultura pudiera balancearse suavemente hacia adelante al ser tirada desde los lados.
El equipo de Lipo construyó entonces una réplica a escala real que pesaba 4,35 toneladas. Con solo 18 voluntarios y tres cuerdas, lograron moverla 100 metros en tan solo 40 minutos. Mientras la esculturas se balanceaba de un lado a otro, avanzaba lentamente, como un refrigerador al que se le hace caminar por el suelo.
Dijo Lipo:
En el momento en que empieza a moverse, casi cobra vida. La gente tira de ambos lados y la estatua avanza sola. Cuanto más grande es, más estable se vuelve. La física hace el resto.
Se ataban cuerdas alrededor de la cabeza o los hombros de la escultura. Dos grupos se colocaban a cada lado, tirando alternativamente para crear un balanceo rítmico. Cada balanceo desplazaba el centro de gravedad, provocando que el moai se inclinara y pivotara ligeramente hacia adelante. Una ligera inclinación hacia adelante en el diseño ayudaba a la escultura a autocorregirse y evitar caer hacia atrás.
Paso a paso, el gigante caminaba hacia su destino, equilibrado únicamente por la tensión de las cuerdas, la gravedad y la coordinación.
Las excavaciones arqueológicas revelaron que los antiguos caminos de la isla, con un promedio de 4,5 metros de ancho, tenían una forma cóncava. Esta sutil curvatura estabilizaba las esculturas oscilantes, impidiendo que se inclinaran hacia los lados. Lejos de ser caminos comunes, eran vías cuidadosamente diseñadas para el desplazamiento de estos monumentos sagrados.
Dijo Lipo:
Cada vez que movían un moai, literalmente construían el camino debajo de él. El transporte no estaba separado de la construcción; era parte del mismo proceso.
El descubrimiento redefine la infraestructura de Rapa Nui como un sistema dinámico de movimiento y ritual, no solo rutas estáticas entre asentamientos.
Las leyendas entre el pueblo Rapa Nui hablan desde hace mucho tiempo de esculturas que caminaban hasta la orilla bajo la guía de espíritus ancestrales. Durante años, estos relatos se descartaron como mitos. Ahora, la ciencia sugiere que podrían contener algo de verdad.
El método de caminar no solo explica las tradiciones orales de los isleños, sino que también restaura el respeto por su ingenio. En lugar de un pueblo aislado que destruyó su propio ecosistema, los Rapa Nui emergen como ingenieros innovadores que maximizaron los recursos limitados y dominaron el equilibrio, el ritmo y la gravedad.
El estudio desafía varios conceptos erróneos de larga data. Los moáis no fueron arrastrados por miles de esclavos, ni fueron producto de una civilización desmoronada. La evidencia sugiere una sociedad altamente organizada y sostenible, capaz de realizar construcciones monumentales mediante la cooperación y el conocimiento científico.
Incluso la creencia de que los moai son solo cabezas resulta ser falsa: la mayoría de las estatuas tienen torsos completamente tallados, enterrados por el tiempo y los sedimentos. Cada detalle contribuye ahora a una historia más amplia de resiliencia e innovación, en lugar de misterio y pérdida.
Si bien la hipótesis de la marcha cuenta con un sólido respaldo, los investigadores admiten que no todos los moai podrían haberse movido de esta manera. Las estatuas más pequeñas o dañadas podrían haber requerido métodos modificados, y ponerlas en marcha desde una posición de reposo sigue siendo la fase más complicada. Algunos moai encontrados derribados a lo largo de las rutas de transporte sugieren que los accidentes ocurrieron durante el movimiento vertical, en lugar del arrastre horizontal.
Aun así, ninguna teoría alternativa se ajusta tan bien a la evidencia geométrica, arqueológica y experimental. Estudios futuros buscan comprobar cómo los equipos coordinaron su ritmo y cómo los diferentes terrenos afectaron la eficiencia. Lo que es seguro es que el movimiento de los moai no fue fuerza bruta, sino física en movimiento. Más allá de resolver un misterio, el proyecto de los moai caminantes redefine nuestra percepción de la innovación prehistórica. El pueblo Rapa Nui logró hazañas extraordinarias con solo herramientas de piedra, cuerdas de fibra y una comprensión del equilibrio que rivaliza con la física moderna. Su éxito no fue místico, sino un genio mecánico nacido de la observación, la experimentación y la tradición.
Como señala Lipo:
Este descubrimiento nos recuerda que las sociedades antiguas no eran primitivas. Eran científicos de su mundo, ingenieros de su entorno y narradores de su propia historia.
Hoy en día, los moai siguen siendo guardianes silenciosos del pasado de Rapa Nui, pero gracias a la ciencia moderna, ya no están congelados en el misterio. Caminan de nuevo, paso a paso, cruzando el puente entre la leyenda y el conocimiento.
Carl P. Lipo & Terry L. Hunt (2025). The walking moai hypothesis: Archaeological evidence, experimental validation, and response to critics. Journal of Archaeological Science, 183: 106383.
