En la llanura de Konya, en el centro-sur de la actual Turquía, es considerado uno de los asentamientos más grandes y complejos de su época, y es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Descubierto en 1958 por los arqueólogos británicos, David French, Alan Hall y James Mellaart. Mellaart dirigió las primeras excavaciones significativas entre 1961 y 1965, revelando una cultura neolítica avanzada. Después de un periodo de inactividad, las excavaciones se reanudaron en 1993 bajo la dirección de Ian Hodder y continúan hasta hoy con equipos internacionales y turcos.

Çatalhöyük estuvo habitado aproximadamente entre el 7400 a.C. y el 5650 a.C., lo que abarca un período de ocupación de más de 1.500 años.
Lo que hace a Çatalhöyük tan especial es su particular arquitectura y organización social. Las casas estaban construidas con ladrillos de adobe secados al sol y se encontraban directamente unas al lado de otras, sin espacios entre ellas. Esto significa que no había calles ni pasajes a nivel del suelo. La gente se movía por los tejados de las casas y accedía a sus hogares a través de aberturas en el techo, bajando por escaleras de madera.
Cada casa solía tener varias habitaciones, incluyendo una sala principal con un hogar y un horno. Las paredes estaban enlucidas y a menudo decoradas con pinturas murales que representaban escenas de caza, patrones geométricos y figuras de animales (como toros salvajes y ciervos) y buitres. Un aspecto fascinante es que los habitantes enterraban a sus muertos debajo de los pisos de sus propias casas, a menudo en posición flexionada.
A diferencia de asentamientos posteriores, Çatalhöyük no muestra claras señales de una jerarquía social. Todas las casas excavadas parecen haber tenido un propósito doméstico similar, sin grandes edificios públicos o evidencia de un liderazgo centralizado. Los análisis de los restos óseos sugieren que hombres y mujeres tenían dietas y cargas de trabajo similares, lo que apunta a una sociedad relativamente igualitaria.
Se han encontrado numerosas figurillas, la más famosa de las cuales es la Diosa Madre sentada que representa una mujer voluminosa sentada entre dos felinos. Aunque Mellaart inicialmente propuso que Çatalhöyük era una sociedad matriarcal que adoraba a una diosa madre investigaciones más recientes han cuestionado esta teoría, sugiriendo un simbolismo más complejo relacionado con la fertilidad y la abundancia. También se han hallado representaciones de animales, como cráneos de toros empotrados en las paredes.
Los habitantes de Çatalhöyük eran agricultores y ganaderos, cultivando granos y criando animales. También eran hábiles artesanos, produciendo cerámica, herramientas de obsidiana (incluyendo los «espejos de cristal» más antiguos conocidos) y, posiblemente, los tejidos más antiguos del mundo.
La importancia de Çatalhöyük radica en que ofrece una ventana única a la vida en el Neolítico, un período crucial en la historia humana que marcó la transición de la vida de cazadores-recolectores a una vida más sedentaria basada en la agricultura y la domesticación de animales. Es un sitio clave para entender el desarrollo de las primeras comunidades complejas y la evolución de la organización social, la arquitectura, el arte y las creencias en los albores de la civilización…
Ahora dos estudios publicados recientemente y basados en el análisis genético de 131 individuos y los restos óseos de 395, revelan que esta sociedad neolítica, que prosperó entre el 9000 y el 8000 a.C., estaba organizada en torno a linajes maternos, desmontando la hipótesis de que las primeras comunidades agrícolas eran inherentemente patriarcales.
Çatalhöyük, ha sorprendido a los arqueólogos desde su descubrimiento por su excepcional tamaño —albergó a miles de personas en su apogeo—, y por su aparente estructura social igualitaria y sus enigmáticas figurillas femeninas, que durante mucho tiempo alimentaron el debate sobre la posible existencia de un culto a una Diosa Madre o incluso una sociedad matriarcal. Pero hasta ahora las pruebas concluyentes sobre cómo se organizaban sus habitantes habían sido esquivas.
El equipo de investigadores, liderado por Yüncü et al. y Koptekin et al., se centró en analizar los lazos genéticos entre los individuos enterrados en las mismas viviendas, una práctica funeraria característica de Çatalhöyük. Los resultados fueron reveladores: entre el 70% y el 100% de las veces, las mujeres permanecían vinculadas a sus hogares de origen mientras que los varones tendían a desplazarse al llegar a la edad adulta. Esto sugiere una estructura de residencia matrilocal, en la que las hijas seguían viviendo cerca de sus madres y abuelas mientras que los hombres se integraban en otras unidades familiares.
Además, el estudio de los ajuares funerarios mostró un trato preferencial hacia las niñas y mujeres jóvenes, que recibían hasta cinco veces más ofrendas que los varones de su misma edad. Este hallazgo refuerza la idea de que las mujeres ocupaban un lugar central en la organización social y simbólica de la comunidad, aunque los investigadores advierten que esto no implica necesariamente un matriarcado en el sentido político del término.
Los investigadores también descubrieron cómo estas estructuras familiares evolucionaron a lo largo del milenio que duró la ocupación del asentamiento. En las fases más antiguas, las personas enterradas en una misma casa solían ser parientes cercanos, a menudo pertenecientes a familias extendidas. Sin embargo, con el paso del tiempo, la composición genética de estos grupos se volvió más heterogénea.
En las capas correspondientes a los últimos siglos de Catalhoyuk los investigadores hallaron neonatos sin parentesco genético compartiendo sepultura, mientras que los análisis isotópicos indicaban que sus madres habían tenido dietas similares. Esto sugiere que, aunque el vínculo materno seguía siendo importante, la comunidad había desarrollado mecanismos de adopción o crianza colectiva, priorizando la cohesión social por encima de los lazos sanguíneos.
Estos hallazgos contrastan fuertemente con los patrones observados en los asentamientos neolíticos europeos posteriores, muchos de los cuales tienen sus raíces en migraciones provenientes de Anatolia. En Europa, las sociedades agrícolas tendían a ser patrilocales —los hombres permanecían en su comunidad de origen y las mujeres se trasladaban—, y los entierros más elaborados solían estar reservados a figuras masculinas.
El caso de Çatalhöyük demuestra que estas estructuras patriarcales no eran inevitables en las primeras sociedades agrícolas, sino que surgieron posteriormente, posiblemente como respuesta a cambios económicos, demográficos o ideológicos. La naturaleza de la organización social en las aldeas neolíticas era maleable, señalan los autores, y podía transformarse en apenas unas decenas de generaciones.
Este estudio resuelve el debate sobre el papel de las mujeres en Çatalhöyük y plantea nuevas preguntas sobre cómo y por qué algunas sociedades neolíticas adoptaron modelos centrados en los varones mientras otras mantuvieron estructuras matrilineales. La respuesta, sugieren los investigadores, podría estar en factores como la presión demográfica, la competencia por recursos o incluso cambios en las creencias religiosas.
Eren Yüncü et al., Female lineages and changing kinship patterns in Neolithic Çatalhöyük. Science388, eadr2915(2025). DOI:10.1126/science.adr2915
