Hatshepsut fue una de las faraonas más poderosas y exitosas del antiguo Egipto, reinando durante la XVIII Dinastía del Imperio Nuevo (aproximadamente 1479-1458 a.C.). Su nombre significa «La Primera entre las Nobles Damas» o «la primera entre las mujeres nobles».

Montaje de los fragmentos de la estatua de Hatshepsut. Crédito: Harry Burton / The Metropolitan Museum of Art, Department of Egyptian Art Archives (M10C 58)
Hatshepsut era hija de Tutmosis I y la Reina Ahmose. Se casó con su medio hermano, Tutmosis II. Tras la muerte de este, el trono pasó a su hijo pequeño, Tutmosis III (nacido de una esposa secundaria). Hatshepsut sirvió inicialmente como regente de su joven hijastro. Sin embargo, en pocos años, dio el paso sin precedentes de declararse faraona, adoptando la titulatura real completa y las insignias, incluida una barba falsa, para afirmar su autoridad y legitimidad.

Cabeza de una estatua de Osírida (MMA 31.3.153), parcialmente restaurada con yeso: 478 mm (alto) × 381 mm (ancho) × 473 cm. Crédito: The Metropolitan Museum of Art
El reinado de Hatshepsut se caracterizó por la prosperidad, la paz y logros significativos. Emprendió extensos proyectos de construcción, destacando su templo funerario en Deir el-Bahari, considerado una obra maestra de la arquitectura del antiguo Egipto. También encargó muchos obeliscos y otras estructuras, particularmente dedicadas al dios Amón-Ra. Uno de sus logros más famosos fue la exitosa expedición comercial a la tierra de Punt (posiblemente la actual Eritrea), que trajo bienes valiosos como mirra, incienso, oro, marfil y animales exóticos, enriqueciendo la economía de Egipto. Su gobierno fomentó un período de estabilidad y riqueza, permitiendo avances en las artes, la artesanía y la arquitectura. Hatshepsut enfatizó su conexión divina con el dios Amón-Ra, a menudo representándose junto a él para legitimar su gobierno.
A pesar de su notable reinado, después de su muerte, muchas de sus imágenes e inscripciones fueron sistemáticamente desfiguradas o borradas de los monumentos, probablemente durante el reinado de Tutmosis III. Las razones de esta «damnatio memoriae» son debatidas, pero a menudo se atribuye a que Tutmosis III quería reafirmar el linaje masculino tradicional de los faraones y quizás borrar a una gobernante femenina poco convencional de la memoria histórica.
Hatshepsut permaneció en gran parte desconocida para los académicos hasta el siglo XIX. Su momia fue identificada definitivamente en 2007. Hoy en día, es reconocida como una de las gobernantes más influyentes y exitosas del antiguo Egipto, un testimonio de su fuerza y visión en una sociedad dominada por hombres.
Durante mucho tiempo la faraona Hatshepsut ha estado ligada a la idea de una damnatio memoriae, un intento deliberado por borrar su legado después su muerte. Esta era la visión predominante entre los egiptólogos, que sostenían que su sobrino y sucesor, Tutmosis III había ordenado la destrucción sistemática de las estatuas como acto de venganza política.
Pero una investigación reciente publicada en la revista Antiquity desafía esta narrativa revelando que el tratamiento dado a las esculturas de Hatshepsut no se diferenció del aplicado a otros faraones, por lo menos en lo que respecta a su desactivación ritual.
El estudio, liderado por Jun Yi Wong, investigador de la Universidad de Toronto, se basó en un minucioso análisis de documentos de archivo inéditos que incluye notas de campo, dibujos, fotografías y correspondencia generados durante las excavaciones realizadas entre 1922 y 1928 en Deir el-Bahri, el complejo funerario de la reina cerca de Luxor. Allí los arqueólogos descubrieron numerosas estatuas fragmentadas de Hatshepsut, muchas de las cuales, en contra lo esperado, aun conservaban sus rostros prácticamente intactos.
La idea de que Tutmosis III ordenó una destrucción violenta y generalizada de las efigies de Hatshepsut no se sostiene al examinar la evidencia material, explica Wong. Si bien es cierto que algunas esculturas fueron dañadas durante su reinado, el patrón de fracturas —con roturas en puntos débiles como el cuello, la cintura o las rodillas— coincide con un proceso ritual conocido como desactivación, destinado a neutralizar el poder simbólico de las imágenes, no a borrarlas por odio.
El trabajo de Wong demuestra que buena parte del deterioro y destrucción de las estatuas no puede atribuirse a Tutmosis III, pues muchas sufrieron modificaciones y reutilizaciones en épocas posteriores, y fueron empleadas como material de construcción o incluso como herramientas, lo que contribuyó a su estado fragmentario.
El problema con la narrativa tradicional es que asume que toda la destrucción ocurrió en un mismo momento y por una sola razón, señala el investigador. La realidad es más compleja: intervienen factores prácticos, rituales y, quizá en menor medida, políticos.
Este fenómeno de desactivación no fue exclusivo de Hatshepsut, ya que en la tradición egipcia las estatuas de gobernantes anteriores, incluso aquellas de faraones masculinos, eran sometidas a procesos similares para anular su influencia en el mundo terrenal y divino.
Aclara Wong:
Romper una estatua no siempre implicaba desprecio hacia quien representaba. Era una práctica funcional, arraigada en creencias religiosas.
El estudio no niega que Hatshepsut haya enfrentado un intento de supresión de su memoria, de hecho tras su muerte su nombre fue omitido en algunas listas reales, y parte de su iconografía fue alterada.
No hay duda de que hubo un componente político en su caso, dada su condición de mujer en un rol tradicionalmente masculina. Pero reducir el daño de sus estatuas a un acto de animosidad personal es simplista.
Por el contrario, la investigación propone que Tutmosis III pudo haber actuado movido por una combinación de legitimidad dinástica y protocolos funerarios, más que por resentimiento.
Destruir selectivamente ciertas representaciones pudo ser una forma de reafirmar su propio linaje sin necesidad de borrar por completo a su predecesora, sugiere el autor.
Los hallazgos obligan a replantear la relación entre Hatshepsut y Tutmosis III, así como también la forma en que se interpreta la iconoclasia en el antiguo Egipto.
Hemos proyectado nuestras nociones modernas de conflicto sobre el pasado. Es hora de entender estas prácticas dentro de su contexto cultural, donde lo ritual y lo político se entrelazaban.
Wong JY. The afterlife of Hatshepsut’s statuary. Antiquity. 2025;99(405):746-761. doi:10.15184/aqy.2025.64
