Los merovingios fueron los fundadores del reino franco y jugaron un papel esencial en la formación de la Francia medieval. Su conversión al cristianismo, la expansión de su territorio y la eventual transferencia de poder a los carolingios son elementos clave de este periodo histórico.

Los merovingios fueron una dinastía real franca que gobernó una parte significativa desde el siglo V hasta mediados del siglo VIII. Su historia es crucial para entender la transición de la Antigüedad tardía a la Edad Media en Europa occidental.

La dinastía toma su nombre de Meroveo, un líder franco del siglo V cuyo origen está envuelto en leyenda. Se decía que tenía un origen semi-divino, hijo de un rey franco y una criatura marina.
Su nieto, Clodoveo I (reinó aproximadamente 481-511), es considerado el primer rey de todos los francos. Logró unificar varias tribus francas bajo su liderazgo y expandió significativamente su territorio, derrotando a los últimos vestigios del poder romano en la Galia y a otros pueblos germánicos como los visigodos y los alamanes
Un evento significativo de Clodoveo fue su conversión al cristianismo católico alrededor del año 496. Esto le valió el apoyo de la población galorromana y de la influyente Iglesia, sentando las bases para la futura identidad cristiana de Francia.
Tras la muerte de Clodoveo, el reino franco se dividió entre sus hijos, una tradición germánica que continuaría durante el periodo merovingio. Esto llevó a frecuentes conflictos internos y a la formación de varios reinos francos, principalmente Neustria, Austrasia, Borgoña y Aquitania.
Los reyes merovingios eran conocidos por su larga cabellera, considerada un símbolo de su poder real y de su conexión con sus ancestros. Se creía que cortar el pelo a un rey lo privaba de su legitimidad.
Aunque los reyes eran la figura central, el poder también era ejercido por la nobleza franca y la Iglesia. Los obispos y abades tenían una influencia considerable, y la aristocracia terrateniente ganaba cada vez más poder.
Con el tiempo, los reyes merovingios fueron perdiendo poder real, delegando cada vez más responsabilidades en sus mayordomos de palacio (en latín: maior domus). Estos funcionarios se convirtieron en figuras clave del gobierno, llegando a ejercer un poder significativo.
La sociedad merovingia era una fusión de elementos romanos y germánicos. La ley romana continuó influyendo, pero las tradiciones germánicas, como la ley sálica (que excluía a las mujeres de la herencia real), también eran importantes. La economía era principalmente agraria, y las ciudades perdieron importancia en comparación con la época romana. La Iglesia jugó un papel crucial en la preservación de la cultura y la educación.
Los últimos reyes merovingios son a menudo recordados como los «reyes holgazanes» (rois fainéants). Aunque mantenían el título real, el verdadero poder estaba en manos de los mayordomos de palacio.
Una poderosa familia noble de Austrasia, los carolingios, ganaron creciente influencia gracias a líderes como Carlos Martel, quien detuvo la expansión musulmana en la Batalla de Tours en 732.
El hijo de Carlos Martel, Pipino el Breve, finalmente depuso al último rey merovingio, Childerico III, en el año 751 con el apoyo del papado. Pipino se convirtió en el nuevo rey de los francos, fundando la dinastía carolingia que marcaría una nueva era en la historia de Francia y Europa occidental con figuras como Carlomagno.
En Noisy-le-Grand, a unos 15 kilómetros al este de París, se encuentra uno de los cementerios medievales de origen merovingio más extensos y mejor conservados de Île-de-France, la necrópolis de Les Mastraits, cuyas primeras tumbas se identificaron en 2008 y donde se han encontrado hasta la fecha más de mil sepulturas datadas entre los siglos VI y XIII.
El proyecto, impulsado por la asociación Archéologie des Nécropoles con el apoyo del Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas (Inrap), la Dirección Regional de Asuntos Culturales (DRAC) y el ayuntamiento local, entrará en una nueva fase en 2025 con la excavación de otra parcela adicional que podría albergar hasta 400 enterramientos más.
Noisy-le-Grand aparece mencionado en textos merovingios como la Historia de los Francos de Gregorio de Tours (escrita en el siglo VI), donde menciona la existencia de una villa real y un oratorio dedicado al culto, y sitúa el asesinato de Chilperico I, bisnieto de Clovis, ordenado probablemente por su esposa la reina Fredegunda.
Aunque la ubicación exacta de aquel complejo palaciego sigue siendo un misterio, las pistas sobre la necrópolis aparecieron ya en 1778, con hallazgos fortuitos y el hecho de que la toponimia del barrio —Mastraits derivaría de martyrium, sugería su presencia. Pero hasta 2007 no se tuvo confirmación de las sospechas de los expertos. Ese año un diagnóstico arqueológico en la rue des Mastraits descubrió que bajo su suelo se extendía un cementerio de casi dos mil metros cuadrados, utilizado de forma ininterrumpida durante siete siglos.
Las excavaciones realizadas entre 2008 y 2024 permitieron reconstruir la historia del lugar con un alto nivel de detalle. Durante la época merovingia (siglo VI) la necrópolis seguía un esquema riguroso con sarcófagos de yeso moldeado, a menudo agrupados en conjuntos de dos a seis unidades posiblemente reflejando lazos familiares, que se alineaban sobre un radier de piedras que permitía el tránsito entre las tumbas. Un foso palisado delimitaba el espacio por el oeste, marcando el límite físico y simbólico del cementerio.
Esta organización empezó a desdibujarse a partir del siglo VIII, cuando el foso fue cegado, el radier dejó de mantenerse, y los enterramientos se extendieron sin ningún orden aparente hacia el este, perdiendo la rigidez anterior. Para el siglo XIII, el cementerio ya había quedado abandonado en favor de un nuevo espacio junto a la iglesia de Saint-Sulpice, a unos 700 metros al norte.
Estos primeros siglos de uso (VI-VII) corresponden al apogeo de la sepultura vestida: los difuntos eran enterrados vestidos con sus mejores ropas y joyas, de las que solo sobreviven broches de cobre o hierro, armas como scramasaxes (cuchillos largos germánicos) y, en pocas ocasiones, objetos cotidianos como un frasco de vidrio y una caja de madera con refuerzos metálicos.
Los sarcófagos de yeso a veces estaban decorados, aunque la erosión ha borrado la mayoría de los motivos, y en algunos casos dos cuerpos compartían una misma cuva, una práctica que indicaría relaciones conyugales, tal y como sugiere un pasaje de Gregorio de Tours. Cuando el material escaseaba, se optaba por fosas revestidas de yeso, manteniendo el mismo ritual.
Con la llegada de la época carolingia (siglo VIII), la austeridad se impuso, los ataúdes de madera sustituyeron a los sarcófagos de yeso, y más tarde se sustituyeron por simples fosas con cuerpos envueltos en sudarios y mirando hacia el este, en dirección al Juicio Final. Para el siglo X, las tumbas antropomorfas, cerradas con tablones y piedras, eran la norma.
El estudio de los cerca de mil esqueletos exhumados —más otros doscientos en contextos secundarios— revela una comunidad rural típica del medievo: alta mortalidad infantil (162 menores de 9 años), equilibrio entre sexos (214 hombres, 160 mujeres) y una esperanza de vida corta. Las carencias nutricionales (vitaminas A, B, C y D) dejaron huella en los huesos, junto a infecciones dentales, fracturas mal curadas y heridas de armas.
Los enterrados después del siglo VIII muestran más patologías óseas, quizá por crisis alimentarias o condiciones laborales más duras. Algunos podrían haber muerto en la Peste Justiniana del siglo VI, aunque la confirmación requerirá análisis genéticos.
Institut National de Recherches Archéologiques Préventives (Inrap)
