Sócrates decía yo no quiero mi patria ni por guapa, ni por rica, sino por mía.
Casi siempre he vivido fuera de mi lugar de origen y a veces me tentaba la melancolía, porque pague el precio del desarraigo y me convertí en invisible en tierra de nadie.
Pero no me tembló el pulso en la voluntad de alejarme, necesitaba saber quien era yo, y quienes los otros que me rodeaban.
En el viaje de la vida, a veces como las aves, damos vueltas concéntricas sobre el mismo eje, en una búsqueda incesante por averiguar quienes somos y cual es la intención, la misión del periplo.
La memoria es traidora y la ciudad que viví en mi infancia y adolescencia, se congelo en el recuerdo y al volver me di cuenta que hacía mucho que no existía, porque quizás la persona que se fue tampoco era la misma.
Ahora como Pedro Paramo, vivo entre espíritus, donde relidad y ficcion van amalgamadas. Realidad y deseo también se superponen y a veces se tornan en laberinto.
Repensar mi patria chica supone repensarme yo. Cuando me fui deje una ciudad pequeña y pacata, provinciana, colonial, pero con cierto donaire.
Con el desarrollismo de los 70, la ciudad antigua fue abatida, para erigir un esperpento improvisado que no respeto regla alguna del urbanismo y destruyo el espíritu oriental de su caótico trazado y con ello su alma.
No, no es un ubi sunt plañidero, cualquier tiempo pasado no fue mejor, me lamento por la niña que fui y ya no soy, pero me alegro, porque si no habría esclerotizado en mi espacio de sobreprotección.
Saltar el muro como Buda, fue descubrir, la muerte, la vejez y todo aquello que se me vedaba con anterioridad.
Salir con 18, fue una aventura, pero también apostar por la dispersión y el disparate, tirarme de cabeza a una piscina sin agua.
Fue intenso y trepidante, en 45 años pase todos los registros posibles, como una especie de vuelta al mundo sin salir de mi entorno, y cuando volví era otra y extranjera en mi patria.
Casi mejor, tengo la sensacion que he vivido varias vidas en una.
