Carlos V conquista Túnez, la guarida de Barbarroja

El emperador contra los berberiscos

Para poner fin a las correrías del corsario Barbarroja en el Mediterráneo, Carlos V organizó en 1535 una gran expedición para tomar su principal base en el norte de África.

En este grabado contemporáneo de Frans Hogenberg la armada de Carlos V bombardea el fuerte de la Goleta durante el sitio de Túnez. wikimedia commons

En la década de 1520, el corsario turco Hayreddyn Barbarroja se había convertido en la principal amenaza para la monarquía española en el Mediterráneo occidental. Desde el sur de Italia hasta Andalucía, numerosas poblaciones costeras sufrieron las incursiones de Barbarroja en busca de botín y de cautivos. Las armadas cristianas se veían impotentes para atajarlas, y hasta el almirante genovés Andrea Doria fue derrotado en 1533. Al año siguiente, Barbarroja, convertido ya en aliado del Imperio Otomano, asaltó el puerto de Ostia, haciendo que las campanas de las iglesias de Roma doblaran ante el peligro de una invasión islámica. Luego se dirigió a Tunez, donde expulsó al rey Muley Hassán para instalarse como gobernador al servicio del sultán de Constantinopla. 

Carlos V en la batalla Mühlberg. retrato ecuestre del emperador por Tiziano, 1548, Museo del Prado. wikimedia commons

El ataque a Roma y la ocupación de la estratégica plaza de Túnez convencieron al emperador Carlos V de que había llegado el momento de intervenir. Desde 1533 el monarca residía en España, y fue allí donde decidió enviar una gran expedición para conquistar Túnez, la base de Barbarroja. El emperador otorgó a la empresa la máxima importancia, hasta el punto de que él mismo se puso a su frente, para así cumplir su deseo de «espantar a sus enemigos y defender la causa común de la Cristiandad». Deseaba emular los tiempos de los cruzados, aun a riesgo de su persona y su fortuna. 

Sitio español de Túnez por Braun Hogenberg. La Goleta es la fortaleza que cierra la entrada a la bahía tunecina. wikimedia commons

Los preparativos se iniciaron en Andalucía y Cataluña, donde, a principios de 1535, se dieron las primeras órdenes para armar una escuadra acorde con la ocasión. En Castilla y en los territorios del Imperio resonaban los tambores que anunciaban las levas de soldados castellanos y lansquenetes alemanes, a los que se sumó un nuevo contingente italiano procedente de Sicilia y Nápoles. El emperador también contó con refuerzos proporcionados por el rey de Portugal, el papado, la orden de San Juan y Génova. 

Un pintor holandés, Jan Corlenisz Vermeyen, acompañó a Carlos V en su expedición a Túnez y dejó un testimonio de primera mano de los fieros combates que se libraron en la fortaleza de La Goleta y Túnez, hasta la captura y saqueo de la ciudad.

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En total, la Jornada de Túnez vio desfilar a unos 35.000 combatientes cristianos organizados en un ejército variopinto e internacional. A su mando iban, además del Emperador, representantes de lo más granado de la nobleza castellana –como el conde de Benavente o el Duque de Alba, entre otros–, la portuguesa e, incluso, la flamenca y borgoñona. Para financiar tamaño despliegue de fuerzas Carlos V contó con la oportuna llegada de oro y plata procedentes de las Indias. 

La guarnición de La Goleta efectuó repetidas salidas contra los sitiadores, que también sufrieron emboscadas desde los olivares que rodeaban el lugar. Las víctimas españolas fueron numerosas, pero eso no evitó que el fuerte cayera ante el asalto del 14 de julio.

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El grueso de la armada partió de Barcelona a principios de junio de 1535 y se unió al contingente italiano en Cerdeña. La imponente escuadra estaba formada por unos cien barcos de guerra, a los que seguían otros 300 para labores de intendencia. Carlos V cedió el mando de la armada al príncipe Andrea Doria, su gran aliado genovés, mientras que la infantería estaría comandada por el marqués del Vasto.

Desde Cerdeña la flota se dirigió al norte de África y, el 14 de junio, tocó tierra en las ruinas de Cartago. Barbarroja decidió no hacer frente al desembarco de las tropas cristianas, que se completó muy fácilmente, en tan sólo 48 horas. El corsario turco creyó que, para frenar el avance de los cristianos, sería suficiente la fortaleza de La Goleta, situada en la entrada de la laguna salada en cuya orilla se encontraba la ciudad de Túnez. Barbarroja había situado allí a 8.000 soldados al mando de uno de sus militares más afamados, Sinaí el Judío, confiando en que los cristianos se desgastarían atacando el fuerte bajo el tórrido verano africano. 

Al llegar frente a la fortaleza de La Goleta, los generales españoles comprendieron que sería necesario organizar un sitio en toda regla. Fue entonces cuando empezaron las dificultades. Los musulmanes, desde los alrededores, organizaban constantes emboscadas, y las altas temperaturas pronto empezaron a hacer mella entre los cristianos, provocando deshidratación y disentería. El tiempo jugaba a favor de Barbarroja. Tras casi un mes de asedio, Carlos V, que compartió todas las penalidades de sus soldados –según un testigo presencial, luchó con los dientes ennegrecidos por la sed y el polvo–, comprendió que su única oportunidad consistía en un ataque definitivo, un todo o nada.

Arengó a sus soldados con proclamas religiosas y ordenó estrechar el cerco para lanzar un intenso bombardeo, tanto desde tierra como desde la armada dirigida por Andrea Doria. Cuando la torre principal de la fortaleza se derrumbó, la infantería española y los Caballeros de San Juan se lanzaron al asalto, escalando la muralla y poniendo en fuga a la guarnición turca. 

Tras la caída de La Goleta el 14 de julio, Carlos V no sólo se adueñó de la plaza sino que, además, se apoderó de 85 barcos y 200 piezas de artillería propiedad de Barbarroja. Aunque algunos generales le aconsejaron retirarse en ese momento, considerando que ya se había cumplido el objetivo de desarmar a Barbarroja, el emperador ordenó proseguir la ofensiva, y el 20 de julio el ejército se puso en marcha hacia Túnez. 

Un pintor holandés, Jan Corlenisz Vermeyen, acompañó a Carlos V en su expedición a Túnez y dejó un testimonio de primera mano de los fieros combates que se libraron en la fortaleza de La Goleta y Túnez, hasta la captura y saqueo de la ciudad.

La ciudad estaba situada a unos 10 kilómetros de distancia desde La Goleta, una travesía que a los españoles se les hizo interminable a causa del calor y la sed y del esfuerzo que suponía arrastrar los cañones ante la falta de caballos. El propio emperador escribió líneas emocionantes a su hermana María:

nos moríamos de sed y de fuego, algunos soldados estaban tan acalorados que habrían preferido morir junto a una fuente antes que seguir en su fila.

Carlos V dirigió a su ejército a unos pozos de agua próximos a la ciudad, pero allí los esperaban Barbarroja y sus tropas. Cansados y sedientos, casi desesperados, aunque siempre manteniendo la disciplina, los cristianos supieron hacer frente a la emboscada turca y dispersaron al enemigo. La posición de Carlos V, sin embargo, era muy frágil, porque esta vez no contaba con la ayuda de la flota de Andrea Doria para rendir la ciudad y el calor haría estragos entre sus tropas. Barbarroja sabía que sólo con resistir lograría la victoria.

La guarnición de La Goleta efectuó repetidas salidas contra los sitiadores, que también sufrieron emboscadas desde los olivares que rodeaban el lugar. Las víctimas españolas fueron numerosas, pero eso no evitó que el fuerte cayera ante el asalto del 14 de julio.

Tenía que suceder casi un milagro para evitar el fracaso del emperador. Y ese milagro ocurrió: miles de cautivos cristianos de Túnez, capturados por Barbarroja y otros piratas en sus correrías, aprovecharon la salida de los defensores musulmanes para alzarse en armas. Un español, Francisco Medellín, y un italiano, Vicente de Cátaro, encabezaron la algarada. El panorama, de repente, se tornó oscuro para Barbarroja, que comprendió que no podía hacer frente a enemigos externos e internos a la vez. El corsario huyó a Argel y los cristianos, por fin, pudieron tomar la plaza. Más de 20.000 cautivos quedaron libres.

El 21 de julio Carlos V entró en la ciudad y, pese a los ruegos de los musulmanes, permitió que durante tres días sus soldados la saquearan e hicieran miles de esclavos. A continuación el emperador firmó un tratado con Muley Hassán, al que repuso en el gobierno de Túnez en calidad de vasallo suyo.

La propaganda oficial hizo de la toma de Túnez un acontecimiento de singular importancia para reforzar la impronta del emperador a lo largo y ancho de Europa. El episodio, sin embargo, no tuvo grandes consecuencias en el enfrentamiento entre Cristiandad e Islam por el control del Mediterráneo occidental. Barbarroja había sido herido, pero pronto tuvo la ocasión de saborear la venganza. En Constantinopla organizó la flota otomana que en los años siguientes mantuvo en jaque a las fuerzas españolas en el Mediterráneo. 

En 1541 el emperador decidió repetir la experiencia de Túnez atacando Argel, la nueva base de Barbarroja. A causa de una deficiente planificación, la expedición se retrasó hasta principios de otoño, de modo que cuando el monarca desembarcó en las inmediaciones de esta ciudad una serie de temporales dispersó la flota. En esa ocasión la fortuna se alió con los turcos, y Carlos V tuvo que huir por tierra en condiciones lamentables hasta lograr embarcar y regresar a Europa en época de tormentas. Se había dejado en el camino hombres, embarcaciones, dinero y prestigio. Pero al menos Túnez seguía bajo control de la monarquía española.

(David Alonso, Universidad Complutense de Madrid)

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/dificil-conquista-tunez-por-carlos_22867

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

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