Agatias, Historia

Hay en el texto un tratamiento del miedo como concepto poético con licencias, abierto, en una historiografía profana con vocación erudita y discurso propio.

En un contexto inquietante e imprevisible de fatum, al que la inercia de la coyuntura de descomposición del Imperio Romano aboca.

La emoción impregna la crónica histórica, testimonio valioso de un cambio de paradigma, donde hay una mudanza en el mapa político. 

El eco del miedo, es la emoción que subyace en la Historia de Agatías, que posibilita al autor explorar la vulnerabilidad humana sin perder el gracejo poético, eje de este ensayo e hilo conductor a través del que se estructura el discurso.

Su eco, arma política, susceptible de ser manipulada por los agentes sociales, como se observa en el amarillismo de los media actuales (capaces de todo por hacer caja) supone en la antigüedad a través de la barbarie, el freno a las políticas expansionistas de las migraciones germanas.

Se percibe un ubi sunt, dónde cualquier tiempo pasado siempre fue mejor, una mirada atrás con nostalgia, en donde los bizantinos no se llaman a sí mismos así sino romanos.

En este contexto el miedo moldea las acciones del colectivo social y analizarlo desde la subjetividad en el contexto de la obra, racionalizando los conflictos y dándole un corpus de ensayo cuantificando, supone una osadía.

Aquí el miedo se erige mecanismo de supervivencia, también motor de progreso que se reitera en la memoria de generaciones, pero que en ese instante angustia por la perspectiva de un futuro incierto.

Subyace un patrón moral de ética aplicada, compromiso y autoexigencia, donde destaca una aspiración de virtud y prudencia, en donde los actos humanos y lo divino interactúen armónicos.

También como Horacio se vale en su intención didáctica, de instrumentos como la retórica forense como abogado.

En la composición del discurso, también se vale de su propia experiencia poética, de argumento de autoridad, símiles, comparaciones, anécdotas, aliteraciones, metáforas, etc, pero siempre buscando la complicidad del lector…

La narración se sitúa en el periodo comprendido entre 552-558/9 del reinado de Justiniano I, habitualmente mencionado por historiadores eclesiásticos.

565 comienza la escritura de las Historias (o Sobre el reinado de Justiniano), que nunca acaba no se saben las razones, cuyos cinco libros prosiguen la Historia de las guerras de Procopio, que finaliza el 552.

Incide en los acontecimientos del periodo del 552-559, a las campañas del ejército bizantino liderados por Narses contra vándalos, godos, francos y los combates frente a persas y hunos.

Se supone que la muerte le sobreviene a Agatias porque menciona el fallecimiento de Cosroes en el 579, pero no el acceso al trono de Mauricio.

Agatías (530-582), principal historiador en la época del emperador Justiniano I (552-558) como fabulador sabe manipular al lector para convocar emociones de manera dispersa, aunque el cometido sea la crónica histórica y busque rigor en el proceso historiográfico.

Adiestrado en las lides de la persuasión forense del Código Privado Romano en la prestigiosa Escuela de Derecho de Beirut, aprovecha la instrucción, para erigir una narración casi con tintes de epopeya, que a pesar de ellos su cercanía, capta la inmediata atención del lector.

Narra en primera persona que es un desafío literario, por la dificultad que conlleva, pero su argumentación, minuciosidad y vastas descripciones, terminan conformando la obra, como una foto bastante fidedigna de la antigüedad, en el que se percibe el espíritu de la época y que ningún otro describe, con lo que se constituye en fuente.

El autor es un retor profesional y sabe persuadir a la audiencia y se sabe que ejerce una época como Pater Civitatis o Padre de la Ciudad, magistrado de Esmirna, donde erige letrinas públicas.

Hay en su Historia una implicación moral por parte del autor, en forma de advertencia o aviso de navegantes al lector, para que en tiempos de incertidumbre como el que viven, busquen en la prudencia, virtud y contención un asidero sólido que evite la dispersión.

Sometidos a una constante atmósfera de inseguridad y vacilación, con el riesgo de las trepidantes campañas militares que describe el texto,  se dan cita en este despliegue fresco de descripciones, la arbitrariedad de poder,  las catástrofes naturales, pestes etc.

El autor proyecta un espectro, una foto fija de la realidad del momento, de las coyunturas cambiantes.

Hay un Pantocrátor castigador con  espada de fuego, que hace justicia frente a la perversidad innata, que hace del humano en el viaje de la vida un ser frágil envilecido.

 A veces se atisba en el entramado de la escritura, un dios cristiano, que se amalgama a la tragedia, y donde hay un proyecto divino para cada individuo, por lo tanto esperanza, pero no se tiene certeza de la sinceridad del autor en este apartado, porque para medrar tenía que ser cristiano.

La alternancia del maniqueo peligro/castigo divino genera temor, hacia lo desconocido e incontrolable, dos fantasmas que flotan en el cosmopolita Bizancio del momento y en el que Agatias trata de racionalizar y estructurar con oficio en este corpus, valiéndose de códigos poéticos que se enlazar a la crónica.

Estas licencias retóricas de su antiguo oficio poético,  imprimen dinamismo a la historiografía emerge.

La finalidad pedagógica sutil,  intenta mostrar los desastres y miseria moral a los que conduce la arrogancia, corrupción, guerras o calamidades naturales, resultados de un castigo divino.

Aunque se supone que continua a Procopio, el autor  al texto en sus crónicas imprime poética, el factor añadido de arte, que dota de vida y dinamismo, en los que consigue además de una información contrastada, una total originalidad, que lo convierte en fuente histórica (a veces sospechosa de  inflar la figura de Justiniano).

El miedo como atavismo del ser en esta obra histórica incompleta del nestoriano disimulado Agatias, cronista oficial de la corte de Justiniano, se plasma en la inquietud que provocan determinados episodios.

A la manera de crónica y sin abandonar la intencionalidad moral, subyace interactuando a las pulsiones de eros y thanatos, que hace presente el talante polifacético y fabulador del autor, reflejo de la sofisticación del cosmopolita Bizancio del siglo VI.

Aunque de forma expresa o tácita, el miedo se muestra y hace presente de forma deliberada como una constante en el devenir del discurso histórico, que no puede desasirse de este compendio…

Predomina un docere et delectare y un estilo humilis, hay afán didáctico y educación moral, buscando miedo y piedad, mediante la catarsis, hay voluntad de resguardar el ser frente al caos para evitar la tragedia de la descomposición.

Aunque hay un discurso peculiar, no hay originalidad porque se continúa en la línea que Procopio abre.

Hay una funcionalidad a priori en las premisas de la obra con una intencionalidad, para que el despliegue de situaciones y acontecimientos, sirvan de aprendizaje moral a los lectores.

Se sirve de recursos como el miedo, entre otras, para remover de la indiferencia, del espacio de confort al lector.

Entre medio despliega una batería de habilidades retóricas y estilísticas de digresiones y anotaciones al margen que forja una amalgama de discurso ameno, donde se entremezclan vida y narración.

La sensibilidad del momento es un prisma de comprensión, del miedo que es un elemento que afecta a las decisiones de personajes históricos moldeando la gestión del colectivo social.

El miedo está presente en la obra en forma de razzias, confrontaciones entre bandos, motines, crisis políticas, desastres naturales, cambios de coyunturas, reflejando la importancia de esta emoción en la narrativa histórica y en la literatura antigua.

Apéndice

Página 367-368

Cambio de vida en la población 

Pero no hubo nadie que en aquella circunstancia no se encontrase lleno de temor y zozobra. Se oían plegarias e himnos de súplica por todas partes, con la gente reunida para ese fin. 

Lo que de palabra se valora, pero que  es a lo que entonces se inclinaba la gente: de repente todos se habían vuelto justos en  tratos mutuos, de modo que incluso los jueces, olvidándose de su ganancia, administraban justicia de acuerdo con las leyes y los que tenían algún tipo de poder vivían de manera pacífica ocupados en sus propios asuntos. actuando piadosamente y olvidándose de sus actos malvados. Algunos incluso dieron un  vuelco a su existencia y abrazaron una vida solitaria y agreste: abandonaron por completo las riquezas, los honores y todo cuanto es dulce para los hombres’. Se llevaban muchas ofrendas a las iglesias y durante la noche los notables de la ciudad recorren las calles cuidando con generosas cantidades de alimentos y ropa a los más necesitados y miserables, como los muchos mutilados que yacían tendidos en el suelo y que tienen lo indispensable gracias a las limosnas. Sin embargo, todo esto se redujo a un período. Pero en cuanto se vislumbra una tregua y una pausa en el peligro, la mayoría volvió a sus costumbres. Este tipo de impulsos, a decir verdad, no pueden ser llamados ni justicia ni tampoco piedad sólida y activa, como la que queda grabada en la mente por la ortodoxia y por un muy constante afán, sino un recurso inusual, como un negocio fraudulento cuyo fin es escapar a toda costa de una situación. Así que, obligados sin duda por la necesidad, gustamos de las buenas obras sólo hasta que se nos pasa el miedo.

Página 391

El miedo embarga a la población de la ciudad 

Por cllo el resto de Tracia y los lugares próximos a la propia ciudad imperial estaban desiertos y sin vigilancia, de modo que a los bárbaros les resultaron completamente accesibles: llegaron a tal grado de osadía que acamparon en los alrededores de la aldea de Melantiade, que se encuentra a no más de estadios'» de la ciudad. Junto a ella discurre el río Atiras, que un poco más adelante se desvía ligeramente hacia el noroeste para verter sus aguas en la Propóntide ; el puerto que se extiende por la desembocadura y la costa recibe su mismo nombre. Al saber los ciudadanos que los enemigos estaban acampados tan cerca de Bizancio, les embargó el terror y con la mente puesta no sólo en los peligros del momento, sino aún más en los futuros, soñaban con asedios, incendios, falta de alimentos y brechas en la muralla. Por ejemplo, se dio el caso frecuente  de que la gente que huía se agolpaba en las calles de dentro de la ciudad, peleándose con un terror tan irracional como si el enemigo hubiese entrado ya. Se produjo, además, un gran estruendo cuando las puertas de las tiendas se cerraron de golpe.  Pero no sólo a la multitud y a los ignorantes les invadió el pánico y la angustia. también a todas las autoridades. Ni siquiera el propio emperador, creó, tuvo en poco lo sucedido y, en efecto, por una orden suya se retiraron todos los adornos de los templos que se encontraban fuera de la ciudad en la parte europea y en la zona de la costa que va desde las llamadas Bla quemas y el Cuemo y que llega al Ponto Euxino, a la orilla del Bósforo»‘. 

Las ofrendas de valor y el resto de la decoración fueron quitadas de todos por los encargados de ese trabajo, que guardaron una pane, después de transportarla en carros hasta el interior de la ciudad; la otra la cargaron en esquifes y la trasladaron a la orilla opuesta del estrecho: en aquellos días se podía, así, contemplar los templos de aquella zona desnudos y sin adornos, como si estuviesen sin consagrar por haber acabado de construirse. 15 Tan terriblemente grandes eran los peligros que previsiblemente se avecinaba, que algunos centuriones y comandantes y muchos hoplitas se apostaron en la muralla de Sicas’ y en la llamada Puerta de Oro, para contener con todas sus fuerzas a 2 los enemigos, si es que atacaban. 

Página 164

El terremoto en Alejandría 

Incluso en la gran Alejandría. la que está a orillas del río Nilo, una tierra no acostumbrada a los terremotos, se sintió un pequeño temblor muy débil, casi imperceptible, pero que existió. Todos los habitantes, en especial los más ancianos, tomaron lo sucedido como un gran prodigio, ya que nunca antes había pasado nada igual. No hubo quien se quedara en su casa, sino que la multitud se echó a la calle, llena de un terror desproporcionado por lo insólito y extraño del acontecimiento. Confieso que a mí mismo (que me encontraba allí recibiendo la educación pertinente a los estudios de Leyes ) me embargó el temor a cualquier pequeña sacudida. porque las casas de allí no iban a poder resistirse, al no ser sólidas ni suficientemente firmes como para aguantar el más mínimo movimiento, sino frágiles e  inestables, pues están construidas sobre un muro simple. Incluso los notables de la ciudad, también ellos tenían miedo, yo creo que no por lo que ya había sucedido, sino porque les parecía que en el momento menos pensado podría volver a suceder. 

Página 154

Un nativo me dijo que una columna de piedra con una inscripción anónima en versos elegíacos fue levantada en la orilla del río. He aquí la inscripción: Las ondas del río Casulino, cargadas de cadáveres, las recibió el costero litoral de la Toscana, porque la lanza ausonia mató a las tribus francas, a cuantas obedecían al miserable Butilino. Ah, corriente dichosa. que valdrás como triunfo, enrojecida largo tiempo por la sangre bárbara ’98. Este epigrama. estuviese verdaderamente grabado en la pie- 9 dra o fuera pasando de boca en boca hasta que llegó a mí, no creo que nada me impide citar aquí: quizá pueda servir como un testimonio no desagradable de lo sucedido en la batalla.

Página 146

Respuesta de los hérulos 

Pero Narsés, que de este modo había limpiado la impureza del asesinato, no sintió la menor preocupación por los hérulos y se dirigió hacia la línea de combate, diciendo en público y a gritos que quien quisiera participar de la victoria le siguiera. Tan claramente confiaba en la ayuda del Todopoderoso que se puso en marcha » según los planes ya decididos. Pero Sindual, el general hérulo,  pensó que era una vergüenza y una deshonra que él y sus hombres parecieran desertar de una batalla de tal magnitud, como si tuvieran, en realidad, miedo del enemigo y hubieran hecho de su afecto por el hombre muerto una disculpa y un pretexto para su cobardía. Por tanto, al no poder permanecer inactivo, le dio señal a  Narsés para que esperara, ya que se le iban a unir inmediatamente. 

Pero éste le dijo que no podía esperar, si bien procuraría que tuviesen un sitio adecuado en la formación, aunque fueran a negar algo más tarde. Y así los hérulos, perfectamente armados y en orden, comenzaron a moverse a paso de marcha. 

Página 138

El ejército es atacado por una plaga

 Pero su desgracia no había llegado sólo hasta ahí, ya que poco después una repentina plaga cayó sobre ellos y mató a la mayoría. Algunos acusaban al aire de la zona de estar infectado y creían que era el causante de la enfermedad. Otros, en cambio, culpaban al cambio de vida, porque al acabar con las luchas continuas y las grandes caminatas se habían entregado a la molicie. Pero no comprendieron la causa verdadera e inexorable del desastre: es evidente, creo yo, que fue su maldad y su desprecio de las leyes divinas y también de las humanas.

Página 108

Narsés finge ejecutar a los rehenes 

Llevó a los rehenes delante de todos, con las manos cruzadas y bien atadas detrás de la espalda y la cabeza gacha, para mostrar a sus compatriotas la penosa situación en que se encontraban y amenazar con matarles rápidamente si no se apresuraban en cumplir lo que ya había sido acordado. A los rehenes se \es habían colocado unas pequeñas tablas desde la nuca hasta los pies, ocultas con unas bandas de tela, para que los enemigos no pudiesen distinguirlas desde la distancia. Al no obedecerle la  ciudad, inmediatamente dio orden de colocarles en fila y decapitarles. Los soldados de su guardia desenvainaron las espadas y las dejaron caer pesadamente como para cortarles el cuello pero el golpe cayó en las tablas y no les hizo ningún daño, aunque, tal y como se les había ordenado, caían hacia delante y voluntariamente se agitaban y se retorcían simulando morir. 

Cuando los habitantes de la ciudad vieron lo que, por lo alejados que estaban, no era lo que había pasado, sino lo que a ellos les parecía haber visto, todos al unísono se lamentaron, al considerar lo sucedido como una desgracia, puesto que los rehenes no pertenecían al pueblo llano, sino que eran varones muy destacados y de alta alcurnia. Creyendo que se les había privado de , hombres tales, surgió un inconmensurable clamor y se oyeron quejas sin número y un gemido hondo y doliente; una multitud de mujeres que se golpeaban el pecho y se rasgaban las vestiduras llegaba a los baluartes»’, pues eran quizá las madres de los que parecían haber muerto, quizá eran sus hijas casaderas, quizá cualquier otra cosa. Y, lógicamente, todos insultaban sin  disimulo a Narsés y lo llamaban insolente y canalla; decían que era un salvaje y un asesino y que su imagen de ser siempre piadoso y devoto era sólo una pose.

Página 212

Episodio con el cadáver 

Se cuenta que en su viaje de vuelta les sucedió algo en extremo prodigioso y memorable Habían parado a descansar en medio de un campo en Persia y vieron que estaba ahí abandonado el cadáver insepulto de un hombre muerto recientemente. Compadecidos por 10 indecente de la costumbre bárbara y pensando que no era piadoso quedarse viendo un crimen tan antinatural, hicieron que sus sirvientes envolvieran el cuerpo como pudieran y lo sepultaran bajo tierra. 

Esa noche, ya dormidos, a uno de ellos (no puedo decir su nombre porque no  sé) le pareció ver en sueños a un hombre mayor, al que no conocía ni podía suponer quién era, pero ilustre y venerable; parecía, por el tipo de ropa que llevaba y su barba larga y suelta, un filósofo. Con potente voz le recitó este poema, como amonestación y precepto: No sepultes al insepulto, déjalo convertirse en presa de perros. La tierra, madre de todos, no acepta a quien mancilla a su madre.  El terror lo hizo despertarse bruscamente y les contó a los demás su sueño. Al principio, estaban completamente desconcertados sobre el sentido que pudiera tener, pero después, a medida que avanzaba la mañana y continuaban su camino, obligados por las características del terreno, tuvieron que pasar por el lugar en el que habían improvisado aquella tumba, encontraron al cadáver allí tendido, desnudo, como si la tierra misma lo hubiera expulsado a la superficie negándose a protegerlo de las hambrientas fieras. Atónitos ante el portentoso espectáculo,  siguieron su camino, sin realizar a partir de entonces ninguno de sus ritos funerarios  pues analizaron el sueño y comprendieron que los persas tenían como castigo por sus impúdicas relaciones con sus madres dejar los cuerpos insepultos para ser despedazados, con toda justicia, por los perros.

Bibliografía: Villaro, B. O. (2008). Historias. Editorial Gredos.

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

Deja un comentario