El Imperio Bizantino le sobrevive 900 años, pero aun así Bizancio esta ligado al de Justiniano I el Grande, el emperador que, con la mirada puesta en Occidente, acierta a llevar el esplendor a Oriente y convertirlo en el siglo VI en un ejemplo de prosperidad.
Nace en 482 en Tauresium, Iliria, en la península balcánica, Justiniano gobierna Bizancio gracias a la ambición de su tío, que se proclama emperador con el apoyo del ejército y lo nombra heredero. Al ser coronado, en 527, Justiniano tiene como objetivo restaurar la gloria del imperio romano.
Su política viene marcada por un intenso programa de mejoras sociales muy transgresoras, guiado por la inteligencia de su esposa y principal consejera, Teodora de Bizancio.
La mayoría de las reformas forman parte del compendio de nuevas leyes que Justiniano promulga durante su mandato, recogidas bajo el epígrafe de Novellae Constitutiones, o Nuevas Leyes. La aportación se suma a la que probablemente sea la mejor contribución de Justiniano al Imperio y a la historia de la jurisprudencia: la recodificación completa del derecho romano. La tarea se encarga al jurista Triboniano para que recopile el pasado y el presente del derecho romano, lo que equivale a suprimir repeticiones y contradicciones y asegurarse de que no había nada incompatible con la enseñanza cristiana.
El primer hito es codificar todas las constitutiones imperiales que aún son válidas, es decir, los decretos de los emperadores y sus respuestas a cuestiones legales, y crear el Codex (código), que se convierte en la ley suprema para todos los tribunales bizantinos. Se codifica además el trabajo de los juristas anteriores, lo que supone consultar más de 2.000 libros. La tarea da lugar a la publicación del Digesto, o Pandectas, que cuenta con siete partes o cincuenta libros, a la que se suma una obra elemental para la instrucción de principiantes en los estudios de leyes: las Institutiones, divididas en cuatro libros. Todas las obras legales de Justiniano forman el Corpus Iuris Civilis (Derecho civil completo).
Convencido como esta de la necesidad de lograr unidad en lo político, lo religioso y también lo jurídico, Justiniano se asesora no solo por Teodora sino también por los mejores y más acreditados expertos en materia de guerra, economía y leyes.
Además, Justiniano aborda ambiciosos proyectos para dotar de esplendor y reputación a su gobierno. Pero el presupuesto no es infinito, ni sus colaboradores tan honrados como cabe esperar. Justiniano había modernizado el sistema de recaudación de impuestos, había reducido el poder de los altos cargos provinciales y frenado la corrupción, prohibiendo, entre otras cosas, la compra de cargos públicos. Pero los costes de sus proyectos y campañas iban en aumento, por lo que el pueblo se sentía cada vez más exprimido.
Las facciones de Constantinopla protagonizan el levantamiento de la Niká, que casi cuesta la corona al emperador
El descontento finalmente estalla cinco años después de la llegada al trono. Las facciones de Costantinopla protagonizan un levantamiento, la Niká (vencer), que casi cuesta la corona a Justiniano. Logra mantenerse en el poder a costa de una sangrienta represión que deja más de 30.000 cadáveres y una ciudad en ruinas que durante cinco días es pasto de las llamas.
La tranquilidad regresa al imperio tras la Niká. El emperador Justiniano lo utiliza a su favor para iniciar magníficas reconstrucciones con las que afianzar su política de edificación, embellecer su imperio y demostrar a sus súbditos la grandeza de su soberano. Su obra más significativa es el Hagia Sofia, el edificio religioso más grande del mundo cristiano y en el ejemplo más eminente de la edad de oro del arte y la arquitectura bizantinos.
La era de Justiniano es la época de mayor esplendor de Bizancio. Con él se suman territorios al Imperio y la cuenca del Mediterráneo vuelve a ser romana. Bizancio alcanza así su cenit y se convierte en un emporio comercial de primer orden.
En la segunda etapa del reinado de Justiniano, el emperador pierde la fuerza y el coraje para dirigir un imperio que va a la deriva
Después de la muerte de Teodora, en 548, Justiniano sigue reinando 17 años más. No obstante, lo hace sin la fuerza y el coraje suficientes para encauzar un gobierno que empieza a ir a la deriva. Aunque se niega a delegar su autoridad.
En aquel momento, el Imperio es un espejismo del que levanta durante los primeros veinte años de reinado. Justiniano sabe que ha terminado una época y, a sus más de ochenta años, no hace nada para cambiarlo. En 565, acompañado por su sobrino y heredero Justino, muere.
La Vanguardia
