El tesoro de Guarrazar

En 1858, un matrimonio y su hija regresan desde Toledo a su pueblo, Guadamur. En el trayecto hacen un pequeño descanso a la altura del manantial del paraje de Guarrazar, situado a poco más de dos kilómetros al este de aquella localidad. Después de beber, la madre y la hija buscan un lugar discreto para orinar, y al llegar a una pequeña valla de piedra que separaba el camino de una huerta contigua ven una losa que ha quedado al descubierto tras una fuerte tormenta que hubo el día anterior.

Reparando en que era una piedra cuadrada diferente al resto de las que había en el entorno, deciden moverla para ver si oculta algo. Así descubren una arqueta de obra repleta de objetos de oro y de piedras preciosas, todo mezclado entre espesas capas de barro. Tras comprobar que la extracción de las piezas les resultaba difícil y les llevaría tiempo, deciden ocultar de nuevo la arqueta. Regresan aquella misma noche; iluminados por las pequeñas llamas de unos faroles, la pareja retira todos los objetos de la arqueta y los lleva en los charcos del manantial aledaño.

Cabe suponer la excitación y las fuertes emociones que experimentan Francisco Morales y María Pérez, los afortunados descubridores, cuando de madrugada marchan de vuelta a su casa con el burro cargado con al menos doce coronas, una cruz y otros objetos religiosos, todos de oro y con gemas y perlas engastadas. Es posible que las conversaciones que mantuvo el matrimonio en el transcurso de todos esos acontecimientos trataran de cómo actuar para mantener oculto el tesoro y de la estrategia que debía seguirse para venderlo.

Lo que parece que no llegan a imaginar entonces es que, a tan sólo unos pasos de distancia de la arqueta que habían descubierto, hay otra repleta con una cantidad de joyas similar, que acaba en manos de un paisano suyo que les había estado observando desde una huerta cercana.

Ese agricultor, Domingo de la Cruz, se acerca al lugar con las primeras luces del alba y, entre las remociones de tierra efectuadas por el matrimonio Morales, parece que encuentra algún colgante, perlas o gemas que se han desprendido durante la extracción y lavado de las piezas.

Junto al arcón repleto de joyas había otro igual que es desenterrado por Domingo de la Cruz, un agricultor de la zona.

Según las declaraciones realizadas por él mismo dos años y medio después, este segundo lote contiene también unas doce coronas de oro con engastes de perlas gemas, más una especie de cinturón de oro, varios cálices y una paloma, también de oro, pieza esta última que luego desaparece.

Tales son las circunstancias en las que sale a la luz el que hoy se conoce como tesoro de Guarrazar, un impresionante conjunto de joyas de época visigoda (507-711), compuesto por una serie de coronas y otras piezas de orfebrería, que es considerado como el más importante tesoro de la llamada Antigüedad Tardía europea, el período comprendido entre los siglos IV y VIII.

Las piezas se ocultan en algún momento tras la invasión musulmana de la península ibérica en 711, y durante casi 1.150 años permanecen intactas. Tras su hallazgo, sin embargo, el tesoro sufre una serie de peripecias que han dado materia para escribir cientos de páginas, tanto de publicaciones científicas como de periódicos, revistas y hasta novelas.

La familia Morales comienza a desprenderse de las joyas a los pocos días de su hallazgo. Desguazan las piezas originales y las venden a los plateros de Toledo. Sin embargo, ante la duda de si podrían obtener un precio más alto por ser un tesoro antiguo, también contactan con un oficial del Colegio de Infantería de Toledo, Adolfo Hérouart, de origen francés y aficionado a las antigüedades, quien adquiere las piezas y las revende a un prestigioso orfebre de Madrid, José Navarro. Además, Hérouart compra la huerta en la que se realizado el hallazgo a fin de justificar su propiedad y proseguir la búsqueda de objetos preciosos.

Pese a lo turbio de estos tráficos, la intervención de Hérouart acaba resultando afortunada, pues supone la paralización del desmembramiento y venta al por menor del conjunto de objetos que componen el tesoro. En efecto, José Navarro, además de las joyas que le ha vendido Hérouart decide comprar lo que les queda a los Morales y recorre las platerías de Toledo para recomprar lo que aún no se ha fundido en los crisoles para fabricar nuevas joyas.

Navarro llega a recomponer ocho coronas y a continuación las vende al gobierno francés. En enero de 1859 se anunció la venta en los periódicos del país vecino, diciendo que se trata de un tesoro de coronas donadas por el rey visigodo Recesvinto (653-672).

Cuando la noticia se sabe en España, se produce un gran escándalo porque se hubiera permitido que saliera del país un tesoro de tal entidad, relacionado además con uno de los reyes visigodos más conocidos, Recesvinto, promulgador del famoso código legal Liber iudiciorum, en el que por primera vez las leyes eran de obligado cumplimiento tanto para la población goda como para la hispanorromana.

Aunque para entonces Navarro ya había depositado las piezas en el Museo del Louvre, la venta no se hace efectiva hasta varios meses después. Entretanto, las autoridades españolas mantienen todo tipo de contactos diplomáticos con el gobierno del emperador francés Napoleón III. Sin embargo, todos los esfuerzos para recuperar las piezas resultan vanos.

Por su parte, el agricultor Domingo de la Cruz esconde el segundo lote en su casa y, pasado un cierto tiempo, comienza también a venderlo por piezas, que va desmontando de las coronas. Durante más de dos años se dedica a recorrer las platerías de Toledo y se va deshaciendo poco a poco de todo lo que ha encontrado junto a la fuente de Guarrazar.

El revuelo ocasionado por las piezas vendidas al Louvre lo lleva, en la primavera de 1861, a ofrecer a la reina Isabel II lo que le queda del tesoro: dos coronas votivas casi completas, una de ellas perteneciente al rey Suintila, junto con varios restos de otras coronas. Por todo ello, el gobierno lo recompensó con 40.000 reales y una pensión vitalicia de cuatro mil reales anuales. Las piezas pasan a la Real Armería, en el Palacio Real de Madrid.

En cuanto al tesoro depositado en el Louvre, ninguna de las reclamaciones de devolución realizadas durante el siglo XIX da frutos. El dosier se reabre en 1941, en plena segunda guerra mundial. Aprovechando la debilidad de Francia tras su derrota frente a la Alemania nazi, el gobierno de Franco negocia con el mariscal Pétain un intercambio de obras de arte que supone el retorno a España, además de la Dama de Elche, de las seis coronas del tesoro de Guarrazar que hoy se exhiben en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

El tesoro de Guarrazar ha atraído la atención de los historiadores del arte, que han reconocido su excepcional relevancia para el conocimiento de las artes menores visigodas. Con todo, la primera investigación exhaustiva se realizó entre 1997 y 1999, con la cooperación de varios centros españoles y franceses bajo la dirección de Alicia Perea, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Los pormenorizados análisis de las piezas del tesoro han permitido conocer aspectos tan interesantes como las técnicas de orfebrería de la época visigoda, las características del oro empleado en la fabricación de las piezas y el origen de las gemas. Así, se ha averiguado que las esmeraldas y los zafiros proceden de Austria y Sri Lanka, respectivamente.

Historiadores y arqueólogos han coincidido en que la ocultación del tesoro de Guarrazar debió de obedecer a la invasión árabe de la Península. Lo mismo sucedió con otro tesoro visigodo bien conocido, el de Torredonjimeno. En 1926 se descubrió en esa localidad jiennense un conjunto de joyas visigodas del tipo del de Guarrazar, que fue enterrado en el contexto de la invasión islámica.

Se sabe también que el conjunto de Guarrazar, como el de Torredonjimeno, procedía de un edificio religioso; de ahí la presencia de los cálices, las cruces procesionales y las coronas, pues los reyes visigodos habían tomado del Imperio bizantino la costumbre de entregar coronas y cruces a ciertas iglesias a modo de ofrenda, piezas que se exponían colgadas en el ábside, encima del altar mayor.

¿De qué iglesia procedían las piezas del tesoro de Guarrazar? Esta pregunta ha suscitado diversas hipótesis y teorías. Casi todos los historiadores del siglo XX suponen que el tesoro procede de alguna de las iglesias que tuvo Toledo, la urbs regia de los visigodos. Una de las explicaciones que tiene más repercusión es la de Emilio Camps, quien en 1940, en la Historia de España de Menéndez Pidal, dice que es casi indudable que el tesoro seria de una gran basílica de Toledo. Sólo así lograba explicarse la evidente desproporción entre la riqueza inmensa del tesoro y la modestia del lugar en el que fue hallado.

Los arqueólogos que han trabajado en Guarrazar han planteado otra posibilidad: que las joyas hubieran pertenecido a un edificio situado en la misma zona. En 1859, los miembros de la Comisión Provincial de Monumentos de Toledo que inspeccionaron la huerta en la que se habían hallado las arquetas constataron que ésta era una necrópolis con tres filas de tumbas.

Apenas unos meses más tarde, el erudito José Amador de los Ríos acudió a Guarrazar al frente de una comisión de la Real Academia de la Historia y localizó en un pequeño montículo artificial que se alzaba en el extremo oriental del cementerio, a poco más de treinta metros de las arquetas del tesoro, los restos de un pequeño edificio que parecía haber tenido una planta en cruz. En él apareció una tumba intacta perteneciente a un presbítero de nombre Crispinus, enterrado allí en 693, según indicaba una lápida.

Amador de los Ríos atribuyó a ese pequeño edificio una función de basílica con la que se podría relacionar el tesoro, aunque también dejaba abierta la posibilidad de que éste procediera de alguna de las importantes basílicas que existieron en Toledo.

El primer proyecto de investigación arqueológica con metodología científica en Guarrazar comenzó en 2002 por iniciativa de Christoph Eger, financiado por el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid. Esta investigación supuso una aportación fundamental al conocimiento de Guarrazar y su tesoro. Eger llevó a cabo un estudio de geomagnetismo y georradar que ofreció datos evidentes sobre la existencia en la zona de restos de cimentaciones y muros de varios edificios de grandes dimensiones, distribuidos en tres hectáreas del yacimiento.

El cambio radical en el conocimiento de lo que supone Guarrazar para la arqueología y la historia de la Hispania visigoda comenzó en 2013, a través de un proyecto de investigación y divulgación impulsado por el Ayuntamiento de Guadamur. Desde entonces están saliendo a la luz restos de edificios que dan a entender que, tal y como apuntó Pedro de Madrazo en el siglo XIX, en el paraje de Guarrazar existió un importante santuario.

Así parecen corroborarlo las grandes basas de mármol y las cimentaciones con sillares de granito que configuran una planta de basílica de más de 450 metros cuadrados, o los muros de otro gran edificio de dos plantas cuyas características inducen a atribuirle una función de asilo u hospital de peregrinos (xenodochium).

Ambas construcciones, además de un posible palacio-monasterio con una planta de más de 1.800 metros cuadrados, se alzaron en su día sobre la colina que hay a unos 170 metros al norte de la fuente junto a la que se encontró el tesoro. Las investigaciones en este lugar están descubriendo que el manantial surge de entre los restos de un edificio rectangular, cuyo interior está repleto de parejas de fosas rectangulares, excavadas en la roca, en las que mana continuamente el agua.

Su morfología, a modo de sarcófagos, presenta una gran similitud con el ritual de baño que se practica en el santuario mariano de Lourdes, donde a los peregrinos se les hace una inmersión en decúbito supino (tendido boca arriba) durante unos segundos, de la que el creyente emerge con un sentimiento de renacimiento espiritual.

Todos estos hallazgos apuntan a que en este paraje habría existido un importante santuario que estaría relacionado directamente con la realeza visigoda. Y es ahora cuando adquiere verdadero sentido el hecho de que todo el tesoro perteneciera a la basílica que se está descubriendo y que, según la inscripción de una de las cruces del tesoro, estaría bajo la advocación a Santa María. Entonces a ese lugar se le llamaba Sorbaces, aunque en la Baja Edad Media adquiriera el nombre de Guarrazar.

National Geographic

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

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