Sus obras protagonizadas por niñas de cabezas grandes y rostros tristes forman parte del imaginario colectivo del arte reciente

Lucía Agirre, comisaria de la muestra dice:
Se sale mucho del molde, pero también se le ha intentado encasillar. El hecho de haber participado en ciertas exposiciones, como la de Superflat de Murakami [evento celebrado en el año 2000, que también da nombre al movimiento artístico posmoderno fundado por el artista], ha provocado que siempre le incluyan dentro de esa vertiente. Pero lo cierto es que la obra de Nara, a pesar de que tiene muy buena relación con los miembros del colectivo, se escapa de esa etiqueta porque se alimenta de fuentes que proceden de ámbitos muy diferentes y por eso él crea ese lenguaje tan singular. Es una figura particular en sí misma.

Ese universo referencial es amplísimo, pero hay una constante que puede admirarse en casi todas sus pinturas: la influencia de la música.

El artista japonés, con el récord de 25 millones por un cuadro, inaugura retrospectiva en el Guggenheim de Bilbao, su consolidación en Europa.

Con 8 años, hace una radio para sintonizar Far East Network de la base norteamericana de Misawa. Son los 60, en plena guerra de Vietnam, y el norte de Japón se llena de instalaciones militares. Aunque Yoshitomo no entiende nada de inglés, quedó fascinado por Jimi Hendrix, de Bob Dylan o los Beatles. Esas letras que descubre de niño, ese espíritu contestatario de los 60, impregna la obra de Yoshitomo Nara (Hirosaki, 1959), uno de los artistas más cotizados del mundo, famoso por sus niñas raras de ojos saltones, adorables pero inquietantes. Sobre todo si llevan un cuchillo de sierra ensangrentado en la mano.

Las llamadas Nara Girls son todo un fenómeno y y nunca se habían visto tantas en Europa. El Guggenheim de Bilbao inaugura hoy la gran retrospectiva de Nara, patrocinada por la Fundación BBVA, con 128 piezas procedentes de colecciones privadas y museos de todo el mundo.
En realidad dedicarme al arte no era mi objetivo principal. Pero cuando me di cuenta, ya era artista

A las niñas las pinta tocando la guitarra o aporreando una batería, pisando la cabeza de Hitler o saliendo de un refugio antibombas, sonriendo de una forma espeluznante o simplemente mirando de frente como en una foto de DNI.

En 2019 un magnate desembolsa 25 millones de dólares por Knife Behind Back (Cuchillo detrás de la espalda) y el pasado abril el cuadro de más de dos metros I Want to See the Bright Lights Tonight (título tomado del primer álbum de 1974 de Linda y Richard Thompson) se vendió por más de 10 millones en Sotheby’s Hong Kong y ahora se puede ver en una de las magnas paredes del Guggenheim.
No pienso mucho en esto. No tengo demasiado contacto con la gente del mundo del arte ni con los marchantes. No siento que yo sea alguien especial.

Aunque su figura rivaliza con artistas como Jeff Koons o Damien Hirst, Nara vive aislado en el campo y trabaja solo, sin asistentes.
Me gusta la soledad. Me encanta salir fuera por la noche y mirar las estrellas. Pero cuando voy a la ciudad y me mezclo en medio de la muchedumbre, siento una soledad negativa, triste.

Por eso escoge un paraje a las afueras de Nasushiobara para vivir, un paisaje que le recuerda al de su infancia en Hirosaki, una zona de bosques silvestres y cascadas, llena de manzanos, en la que no había mucho que hacer para un adolescente melancólico de los años 70, salvo ahorrar para comprar discos.
Las portadas de los discos son mi primer contacto con el arte. Tenía a Andy Warhol en las manos pero no sabía quién era.

La banda sonora de su juventud suena en la primera sala del Guggenheim, dentro de una casita tradicional japonesa: la instalación My Drawing Room (Mi habitación de dibujo), que Nara ha llenado con todos sus fetiches y referentes. Decenas de dibujos esparcidos por el suelo, muñecos retro, postales antiguas, un ordenador de los 80… Como si fuera la cabaña de un Peter Pan artista que escucha Starman de David Bowie, Embryonic Journey de Jefferson Airplane, Touch Me de The Doors y el delicioso guiño al público español con Salta de Tequila y Enamorado de la moda juvenil de Radio Futura. Sí, Nara escucha de todo: en la retrospectiva que protagoniza en 2022 en Los Ángeles llena toda una pared del museo con 352 discos de su inmensa colección, que empieza a los ocho años.

Su desembarco en Bilbao marca el principio de su gira europea. Después del Guggenheim, la exposición viaja al Frieder Burda de Baden-Baden y a la Hayward Gallery de Londres, con otros formatos adaptados a cada espacio. El propio artista controla y decide cómo se muestran sus cuadros: cómo se encaran, cómo dialogan, a qué altura, con qué ritmo…
Mis personajes son un reflejo de mí mismo. He vivido experiencias duras y algunas más difíciles, pero procuro no exteriorizarlas. Tal vez eso se refleja en mis obras.
Pero también hay una parte política en su obra, que se convierte en un símbolo pacifista con mensajes como: No Bombs, No Nukes (armas nucleares), No War.
Crecí marcado por las consecuencias de la guerra de Vietnam, por toda la ola de música antibelicista. Así que se desarrolló en mí, de forma natural, un fuerte espíritu antiguerra. Siento mucha empatía por las víctimas de los conflictos, los refugiados y desplazados, los que sufren las consecuencias… Por eso visité Afganistán y fui a un campo de refugiados en Siria, algo que no creo que hagan muchos artistas contemporáneos. Antes de ser artista, soy persona.
Imbuido del espíritu del peace and love, después de estudiar Bellas Artes en Japón, Nara ingresa en en la prestigiosa Kunsthalle de Düsseldorf, adonde llega meses antes de la caída del muro de Berlín. Pasa 12 años en Alemania, lo que marca su estilo y una obra que bebe sin complejos de la tradición nipona y la occidental.
En sus cuadros se mezclan tanto las referencias a los frescos renacentistas como a los ukiyo-e del siglo XIX. En el 2000 Nara regresa a Japón convertido en una estrella nacional, con el país rendido a sus personajes falsamente inocentes y una auténtica fiebre por su merchandising, que él mismo envía por correo postal (desde hace años es uno de los best sellers de la tienda del MoMA de Nueva York: un peluche de su perro se vende a 170 dólares).
2011 marca un punto de inflexión en su obra. Es un año traumático para la sociedad japonesa con el terremoto, el tsunami y la catástrofe nuclear de Fukushima. Pero a Nara le afecta.
Fukushima está aquí y yo vivo aquí, a unos 600 kilómetros. Toda esta costa quedó devastada. Ni siquiera podía reconocer el paisaje. Me causó un gran impacto. Hasta entonces yo me divertía muchísimo creando arte. Pero la tragedia de Fukushima me hizo reflexionar. Me hizo volver la mirada hacia mi tierra, los campos, los pueblos… Sentí que el arte era inútil en una situación tan extrema. Dejé de pintar durante un tiempo, no podía ni dibujar.
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