Un disparate del cerebro o un mecanismo de supervivencia, da igual.
Quizás cumplir años sea una bendición más que un castigo, o al menos a mí me lo parece
Cuando era jovencísima me encontraba un horror. Quizás estaba rodeada de demasiada toxicidad en mi entorno, pero no me arrepiento de nada porque yo lo elegí.
En el entorno en el que nací, nos programaban para ser esposas, a ser posibles obedientes y sumisas. Nada nuevo bajo el sol.
Me case adolescente muy enamorada con alguien que me llevaba bastante edad y que era de fuera, por lo que me desarraigue.
Antes de los 20 tuve dos hijas.
Mi vida trascurrió por diferentes puntos del país y aprendí que de buenas intenciones está empedrado el infierno.
Todas las relaciones, son de poder, la amistad, el amor, el trabajo y antes de meterse en una hay que blindarse, porque nada es eterno y siempre se está en proceso. La historia siempre es abierta y mejor.
Mi marido tuve que cuidarlo durante años, porque su neurólogo me advirtió en privado para antes que, por su proceso de degradación, lo inhabilitara legalmente.
Me parecía tan denigrante para cualquier ser humano que rehusé hacerlo, más un hombre que en ese momento llevaba un cargo de cierta responsabilidad, bien parecido y muy pagado de si mismo y esta información le habría supuesto una jubilación forzosa y no había cumplido aun ni los 50.
El neurólogo me advirtió de las consecuencias. Viviría con una bomba y muy expuesta.
Se quedó corto.
Vivió su degradación casi 22 años más, pero fue un infierno que me puso a prueba.
La mayoría de la gente, cuando le hablan de un proceso de degradación cerebral, creen en un demenciado como tantos que vemos por las calles como un trastornado furioso.
Mi marido todavía en la cuarentena, tenía el cerebro como un gruyere y los neurólogos no sabían si era porque era epiléptico, si había tenido pequeños ictus, o si la causa era un cumulo de enfermedades heredadas que padecía.
Se volvió narciso, histrión y hostil conmigo. Casi me daba igual porque ya era todo un infierno.
Intento suicidarse mil veces. Rehusaba cualquier medicación para evitarlo. Tenía cambios de humor repentinos. Tan pronto estaba eufórico como depresivo.
La lista sería larga. Solo decir que cuando murió después de una agonía terrible y llorando, me sentía agotada.
Llena de deudas, toque fondo. Pero no hay mal que mil años dure.
En tres meses, hará cuatro años.
De nuevo he empezado a dibujar y pintar por las tardes y por la mañana me he matriculado en Historia.
Vivo esperanzada y estoy segura con fe de carbonera que lo bueno está por llegar.
Pero el destino a veces escribe con renglones torcidos.
