El desierto

Sugerencia de escritura del día
Cuenta alguna anécdota del viaje más lejano que hayas hecho.

No creo que el más lejano, pero si uno de los más curiosos, una extensión al lago Nasser, frontera con Sudan, que en árabe significa país de negros (al cual intente cruzar cuando estaba alli, pero no hubo forma).

Teníamos planeado viajar a Egipto en invierno, para evitarnos las dichosas plagas de mosquitos inquietantes, por lo que pagamos un viaje con antelación, y como somos aficionados a las extensiones, decidimos probar la del desierto en barco, sin demasiadas expectativas (ya que vivo en un desierto con mar y no me resulta novedoso).

Como vivo en Almería, una esquina del universo, siempre me toca buscar un aeropuerto y he de elegir entre Madrid y Barcelona.

Suelo elegir el segundo, porque es una ciudad fácil de manejar, he vivido allí y siempre a la ida o a la vuelta me reservo 24 o 48 horas para pasear por la ciudad y alrededores y comprobar que nada tiene que ver con la urbe que conocía, pero las ciudades como los niños cambian y hay que aceptarlo.

EL caso que compramos el viaje con demasiada antelación, pero mi marido siempre ha sido previsor con los viajes largos y este no sé si era de 22 o 25 días por las extensiones.

A mí no me gusta esa forma de previsión porque le quitas el chiste al viaje. Esto es como el amor, aquí te pillo y aquí te mato. Las cosas que mejor han salido en mi vida han sido las improvisadas, pero vivir en pareja trae esas cositas, hay que tener en cuenta el criterio del otro.

Fue pasando el tiempo, y fui preparando la maleta, creo que era febrero, que en España es invierno cerrado, en el Mediterráneo menos, pero veía a los turistas ingleses en Egipto y parecía que estaban en el Caribe.

La verdad es que Egipto desde Alejandría a Abu Simbel, hay contraste de temperatura, pero tampoco era para echar cohetes de calor en esas fechas y menos en el desierto por la noche.

Después una vecina me insistió en que si en lo que habíamos contratado se especificaba que los trayectos fueran de lujo, la verdad es que no me fije, yo creo que si, porque en el tercer mundo no hay matices y solo se puede ir a cinco estrellas.

Ya me dejo con la mosca en la oreja

El caso es que antes de iniciar nuestro periplo hubo una matanza de turistas japoneses en el templo de Hatshepshut y nos devolvieron dinero, porque los viajes cotizan (yo pensaba que era un precio fijo).

Nos sugirieron que no fuéramos y que si anulábamos no habría penalización económica. Cuando me lo ponen difícil, ya me entran más ganas, debe ser producto de la educación de una madre autoritaria, a la que siempre desobedecía por sistema.

O quizás estoy convencida como los musulmanes, que cuando nacemos llevamos escrito nuestro destino.

Obviamente no me voy de vacaciones a Ucrania, pero en el caso de Egipto, estaba segura que me esperaban días increíbles, como o así fue.

Eche ropa de entretiempo, de algodón y alguna prenda de abrigo por si las moscas (y las use), pero no seleccione hilo, como habría hecho si hubiera estado segura de pasar calor.

Egipto tiene un algodón increíble, quizás el mejor del mundo y un lino excepcional.

El viaje fue con un viento infernal y un avión con un retraso grande y llenísimo de equipaje de mano que es un incordio, parecía un zoco.

Por fin llegamos y me impacto la sala de espera del Cairo con gente de África con unas vestimentas que me dejaron con la boca abierta, todas las etnias más impensables estaban allí representadas, me habría quedado horas observándolos.

El tedioso viaje fue agradable, porque en el asiento de al lado, me toco un investigador de elite egipcio, creo que ingeniero químico que trabajaba en Barcelona, casado con una española y dos niñas pequeñas que había dejado en casa, al que le habían ofrecido un puesto en la Universidad.

Formado en Francia, Alemania y EEUU, venía a negociar las condiciones, que empezaban y terminaban porque admitieran a su mujer también investigadora.

Venía con mucha ilusión por volver a su país, pero tenía claro que su mapa era afectivo, y en Barcelona tenía un puesto de responsabilidad y estaba encantado.

Todo el camino, le fui contando Abderramán III, su madre francona, él rubio con los ojos verdes, Medina Azahara, la Mezquita de Cordoba, la convivencia con los judíos, Maimonides, , Aberroes etc. Le puse la cabeza loca. Pero estaba feliz como una perdiz.

Le conté las escuelas místicas del sur, Ibn Tufail, Ibn Arabi y tantos otros como influyeron en el Renacimiento Español, en los místicos y en posterior siglo de Oro.

Le mencione como la lírica musulmana dejo aquí una profunda huella, le hable de los Nasri o Nazaries, los bermejos, los pelirrojos, que eran descendientes de un general cordobés, le hable de los anteriores nabateos, los sabios del creciente fértil, que hicieron Petra y que vinieron a España, a Granada y al norte de Marruecos en forma de bereberes, que eran mucho más avanzados que los lugareños.

Prometio de vuelta visitar todos estos lugares, con independencia de que se fuera o se quedara en España y se que lo dijo de verdad.

Me confeso que era una persona de familia modesta y que había estudiado con becas siempre, y que había vivido por y para su trabajo porque la vida de un investigador es efímera.

Ahora era jefe de un equipo, pero seguía trabajando muchísimas horas y vivía entre cuatro paredes y su familia. Y me lo creo. Me pareció una mente brillante y como tal muy sensible, pero también saturado de la vida que llevaba.

Cuando llegue al primer barco que subí y el primer grupo de españoles con el que convivi unos pocos días, casi me da algo. De repente tenía que pagar excursiones que ya había pagado en España. El barco efectivamente, no podía ser más cutre, debía de ser de la época de Agatha Christie.

Lo peor no era eso, es que comíamos y cenábamos pollo y arroz hervido. Eran unos pollos pájaros, yo pensé que las hormonas que no me comía en España me las estaba comiendo aquí.

Además ni siquiera nos albergábamos en el Cairo, sino en un 5 estrellas Meridian, pero al lado del aeropuerto. Eso ya me supo a rayos y exigí tener el hotel entre extensión y extensión, en el Cairo.

Me explicaron que era bastante peligroso y que a los turistas los solían tener lejos. No podía salir de mi asombro, quitando que daba igual donde fuéramos había control de armas, en el hotel también.

Como había habido cancelaciones de todo el mundo y el país vive del turismo, el gobierno decidio poner precios bajos para que los barcos y los hoteles se llenaran de egipcios y en concreto de recién casados que eran multitud.

De mi grupo de españoles la mayoría peluqueros, ninguno hablaba ingles y se reian de una chica jovencita recién casada, a la cual ridiculizaban con el nombre de Caperucita, por el pañuelo de la cabeza.

Aburrida de tanto pollo con arroz y arroz con pollo, intime con Caperucita que hablaba ingles con acento UK y resulta que era uróloga (toma ahí) y el marido muy joven también, neumólogo.

Se acababan de casar, él vivía en EEUU y ella se iba ahora después del viaje de bodas por el Nilo. Estaba muerta de miedo por viajar a norte América porque nunca había salido de Ezgipto, pero a la vez con una gran ilusión por poder trabajar en su especialidad, estaba feliz.

La Universidad del Cairo es de gran calidad y me alegro que estas cabezas no se pierdan.

Conseguí un Sheraton en el centro del Cairo que me toco pagar, muy antiguo y mal mantenido, da igual.

Después de las excursiones, y de cambiar de barco, esta vez para mejor, fui remontando en el Nilo hasta llegar al Lago Nasser, que parece un mar, con una pareja de franceses en el Eugenia de Montijo.

Un barco de lujo con toda la tripulación pendiente de nosotros.

Llevábamos guardaespaldas de 18 años que hacían el servicio militar y llevaban unos fusiles, que para mi que eran como las bayonetas de la primera guerra mundial. Se dormían cuando dábamos paseos por el lago. Eran adolescentes.

Los cocineros nos preguntaron si queríamos comer todo tipo de viandas que llevaban el congelador o prefería que le compráramos a los pescadores locales e improvisar platos de pescado de la zona.

Los franceses que no sabían ni español ni francés dijeron que de acuerdo y nosotros también y acompañábamos a los cocineros cuando iban a comprar el pescado a lso pescadores de modestos botes.

Por las noches me sorprendía de no ver una luz más que el cielo. Así una semana.

Cuando volvimos al Cairo el maître en el comedor me dijo que estaba en un hotel de 5 estrellas, que, si tenía dinero para el menú, entendí que estaba tan curtida por el sol, que no le parecía respetable, me encanto. Me pidió perdón mil veces.

Pero lo mejor es que después de una semana por el desierto, la ciudad me pareció ruidosa, la gente chillona y el mundo extraño.

El desierto obro un inesperado milagro, me sentía felicísima, pero ajena a todo.

Fue una experiencia inolvidable que recomiendo y espero repetir.

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

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