De buenas intenciones está empedrado el infierno.
Se me cae la baba con mis mascotas, 7 gatos y un perro que me destrozan la casa, pero me reconfortan con su presencia y ternura haciendome mejor persona.
Mi hija, antes de irse a trabajar me deja su perro de aguas, Galo, para que no este solo tantas horas y cena conmigo cuando vuelve a recogerlo.
Soy viuda desde hace tres años, y me resulta curioso que me critiquen o me tilden de trastornada, por no estar en Tinder todo el día (si estuviera, también me criticarían por promiscua, el aburrimiento es así).
Parece que, a la clase obrera, solo le queda aparearse arbitrariamente con desconocidos para acallar el desasosiego del ser. Para gustos colores.
Pero hay todo un universo de pequeñas cosas esperando, que colman de felicidad tanto y más, solo es solo cuestión de paladar y supongo de percepción.
Vivir en medio de la naturaleza proporciona paz de espíritu y la posibilidad de estar en contacto con animales que en la ciudad sería difícil.
Conocí a Red, un cachorro callejero pelirrojo, hijo de una callejera romana menuda y un gato domestico de una raza escocesa muy grande, que había sido abandonado por sus dueños ingleses que mas tarde seria envenenado de forma sádica.
Aquí hay ratas de campo y no tienen problemas de abastecimiento. Me viene a la memoria el que en Egipto los gatos eran animales sagrados porque guardaban los silos de las ratas y tras su muerte los momificaban y rendían honores.
Adopte muy pequeño a Red, mi marido entonces con una salud vulnerable, agradeció la compañía.
El felino a pesar de ser pequeño, parecía sabedor de cuanto acontecía y no se separaba de él. Cuando falleció al poco, que no fue en casa, el gato, comenzó a dejar de comer y adelgazar, y pensé que se moría de pena.
Comprendí hasta qué punto los animales se vinculan con el dueño y el gran sentimiento de apego que desarrollo, a pesar de su corta edad.
Poco después, mi vecina me alerto que en la empresa en la que trabajaba, había aparecido un gato en el espacio donde habitualmente comen, y que la encargada al enterarse, llamo a la perrera, para que les proporcionara una jaula, para atraparlo y posteriormente sacrificarlo.
Un horror más de crueldad animal que habitualmente ejercemos con los débiles.
Bombay llego a mi vida, negro con calcetines blancos, muy joven pero totalmente cubierto de cola. También me viene a la cabeza cuando los ingleses transportaron en barco esta raza desde la India.
Lo acerque al veterinario y me comento que no me alarmara, que al poco cambiaría el pelo.
Diariamente doy de comer a mis descamisados, gatos de la calle, a los que se envenena y maltrata de forma periódica sin razón alguna.
Vi a una camada blanca y me llevé uno, sin saber bien si era macho o hembra.
Al poco descubrí el genero y decidí que había que castrar a los chicos para evitar embarazos no deseados, cosa que hice.
Cuando se puso en celo, no me preocupe porque estaban castrados.
Pero alguna bala quedo en la recamara, porque a Blanquita que asi se llama, que se había criado con Jakob, mi perro, comenzó a crecerle la barriga de manera sospechosa.
De súbito, llego el día y el lugar elegido para el parto fue mi cama (horror) al lado de Jakob, mi podenco de un año entonces que miraba sorprendido cuanto acontecía alrededor.
Blanquita se quejaba casi en silencio, de vez en cuando apretaba y nacía un bebe que dejaba en la alfombra, la cama o el sofá…con su placenta incorporada al cordón umbilical.
Yo mientras observaba sorprendida cuanto acontecía, llena de emoción y asustada.
El parto fue rápido, cuatro bebes con cuatro placentas unidas a su cordón umbilical por toda la casa, mientras, la madre primeriza estaba echándose una siesta placida ajena a todo.
Llame al veterinario y le pregunte qué hacer con esta contrarieda y me dio instrucciones.
Tome entonces las tijeras de cortar las uñas, las metí en un plato, lo llene de alcohol y luego prendí la llama hasta que se consumio.
Me lave las manos con mucho esmero y realice la misma operación en cuatro ocasiones antes de cortar el cordón umbilical.
A los recién nacidos les faltaba un poco de tono y eso que el parto había sido rápido. Los masajee un ratito a cada uno para que espabilaran y después los coloque en el pecho de su madre, que se sorprendió, pero no los rechazo por suerte.
Y ahí empezó la maravillosa aventura de la vida para Glauco, Tiberio, Miércoles y Siam (no me he criado con el canal Disney). Dos machos y dos hembras que ahora tienen 8 meses y llenan la casa de alegría y luz.
Me siento bendecida por su compañía, aunque sean traviesos y utilicen la casa como campo de batalla en sus juegos, porque lo importante es la vitalidad que me aportan.
