Ana Bolena

Enrique VIII planta cara al Vaticano por ella.

Una vez que descubre que puede quebrantar las leyes divinas, las costumbres y las reglas del juego geopolítico sin sufrir represalia, no hay vuelta atrás.

Pero no es lo mismo hacerse respetar, de ahí que en el acta de sucesión de 1534 obligue a los nobles y al clero a prestar juramento a la nueva soberana, estableciendo castigos para cualquiera que hable mal del rey.

No hace falta conspirar para ser tachado de alta traición, con hablar mal es suficiente.

Al año siguiente es obligatorio renunciar a la obediencia papal lo que lleva a varios cartujos a la horca.

A eso se le suman varias malas cosechas y una epidemia de peste.

Aun así la reina tiene sus protegidos y partidarios entre reformistas e intelectuales.

Gracias a su intervención se exonera de pagar impuestos a Oxford, Cambridge, Eton y Winchester.

Concede becas a estudiantes y promueve la lectura de la Biblia en lengua vernácula con el fin de popularizarla.

Hace que el latín se incluya en el futuro plan de estudios de su hija, junto al francés, el español, el italiano, el griego y el hebreo.

Lo que muestra una reina que confía en el intelecto de las mujeres y que está lejos de considerarse a sí misma o a su hija un mero adorno cortesano.

El óptimo manejo de sus finanzas es otra muestra de su capacidad. De todas las esposas de Enrique VIII es la que más rentabilidad consigue de sus tierras y propiedades que vienen con el cargo.

Europa católica no acoge con los brazos abiertos a la consorte. El mismo día en que el parlamento aprueba el Acta de Sucesión en Londres, Clemente VII declara formalmente valido el matrimonio de Enrique VIII con su primera esposa.

Tanto él como su sucesor Paulo III, siguen tratando de convencer al rey inglés para que regrese a los brazos de Catalina y de la Iglesia.

Esto son solo palabras, pero con el apoyo de las principales potencias católicas, los acontecimientos pueden tomar un cariz más serio.

Pero ni Carlos V ni Francisco I mostraran interés en embarcarse en una guerra contra los ingleses, aunque la amenaza flota años.

Se rumorea que el emperador planea sacar del país a su prima y princesa María, para apoyarla en un conflicto armado contra su padre.

La revuelta irlandesa de 1534 proyecta una imagen exterior de fragilidad muy oportuna para los enemigos de Inglaterra.

Es descartable que Inglaterra y Francia se alíen contra Inglaterra. Para evitarlo Inglaterra trata de ganar el favor de Francia.

En su etapa de dama de honor Ana Bolena traba allí, amistades de alto nivel, cuyo apoyo se da por descontado.

Se inician negociaciones para casar a la pequeña Isabel con el delfín de Francia, pero el mensajero trae otra respuesta que es casar a María, hija de Catalina de Aragón, recién declarada ilegitima en un matrimonio nulo.

Es una afrenta, una negativa a reconocer a Ana Bolena

La oferta matrimonial para Maria es rechazada de plano, pero también se rebajan las expectativas para Isabel, para quien viendo inalcanzable al delfín, se tantea un compromiso con el duque de Angulema.

Todo esto coloca en una posición muy frágil a Ana, que queda así privada de su únicos aliados en política exterior.

Ana esta convencida de ser reina por la gracia de Dios, pero urge una señal de la providencia que convenciera escépticos.

El nacimiento de un heredero demostraría al mundo que el todopoderoso está de parte de la pareja real, pero un aborto espontaneo trunco su siguiente embarazo.

El 7 de enero de 1536 fallece Catalina seguramente de cáncer. Enrique se quita un peso de encima, ya no hay porque andar a la greña con Carlos V e incluso es posible acercar posturas.

Ana es por fin reina de Inglaterra, pero si el esperado príncipe no llega pronto, nada le impide a Enrique deshacerse de ella. De nuevo está embarazada.

El 24 de enero el rey sufre un grave accidente de equitación, a Ana le comunican la noticia con poco tacto y quizás eso hace que 5 días después de a luz un varón prematuro muerto.

Ocurre al mes de morir Catalina y sus enemigos ven una señal divina. Enrrique VIII no es un rey paciente y una reina que no le de un heredero no interesa.

Lleva tiempo haciendo la corte a Jame Seympour.

Si Ana es culta, brillante, mordaz, apasionada y temperamental, Jane es todo lo contrario, tranquila, dócil, casera, hábil con la aguja y casi iletrada. A Enrique le cansa el carácter fuerte de su segunda esposa, lo que antes le enamora, ahora le exaspera.

Ya no busca una igual con quien medirse, prefieren que lo admiren sin llevarle la contraria. Pero Jane imita a Ana, se hace de rogar y frena los avances sexuales del rey. Incansable cazador de corzas esquivas, el rey se deja cazar. Los Seymours escalan posiciones en la corte con los sectores más conservadores, y sus partidarios no tardan en reunirse con el embajador español.

La tradición marca que un soberano pueda tener tantas amantes y favoritas como desee. El deber de una reina es no darse por enterada y mirar a otro lado con dignidad. Así lo hace Catalina. Una soberana jamás se muestra celosa, su majestad está por encima de esas menudencias.

Pero Ana no lo hace así, no puede permitirse el lujo de la indiferencia porque su linaje no la protege. Si pierde el favor del rey lo pierde todo, así que protesta, suplica, le monta escenas de celos y atribuye su ultimo aborto al mal de amores.

A la reina no le falta perspicacia política, ve venir un cambio de rumbo en la gestión del rey, una probable alianza con España, una relajación de tensiones con el Vaticano, un enfoque religioso menos reformista y más tradicional, todo ello de manos de los Seymours y sus partidarios.

Una de las medidas que pone en práctica la reforma anglicana es expropiar los conventos que recauden menos de 200 libras al año.

Con ese dinero Ana planea abrir hospitales y escuelas, pero Cromwell, con la aprobación de Enrique ya ha previsto un destino mejor, los bolsillos del monarca.

Las preocupaciones de Ana Bolena se cristalizan en una actuación suicida, para el Domingo de Resurreccion de 1536 encarga a John Skipp su lismosnero un sermón plagado de indirectas peligrosas.

En el Antiguo Testamento, la sabia reina Esther convence al bondadoso rey Asuero de desoir un consejo de su malvado ministro Haman. El mensaje llega alto y claro a la corte Tudor, empezando por Cromwell aludido como villano.

Cromwell tiene una cita con el embajador español y Enrique VIII, que desea proponer un acuerdo con Carlos V. Se trata de una formalidad que ambos diplomáticos han formalizado ya los principales puntos con la aquiescencia de sus señores.

Inesperadamente el rey ingles estalla en un ataque de ira y dedica al emperador improperios.

En ese súbito cambio de opinión Cromwell ve la mano de la reina y sin duda recuerda como Ana Bolena precipita en su día la caída en desgracia de su antecesor el lord canciller Tomas Wosley.

Decide no arriesgase y acelera los planes para destronarla. Enrrique VIII lleva un tiempo pensando en deshacerse de Ana Bolena y buscar el anhelado heredero con Jane Seymour.

Es posible que en principio pensara en una anulación, pero es probable que Cromwell no quiera lidiar con una enemiga o el rey no quiere pasar por otro calvario de las quejas de la exmujer mientras convence al pueblo de la legitimidad de una tercera reina por lo que enviudar es la salida.

La propia Ana con su tendencia a hablar de mas, le sirve la cabeza en bandeja. En la corte de los Tudor las reglas del amor cortes permiten un coqueteo con la soberana.

En ese contexto la reina acusa juguetonamente a sir Henry Norris, asistente personal del rey de fantasear con ella y expone que si algo malo le pasara al rey le gustaría tenerla. Norrys lo niega todo pálido porque en esa época supone alta traición.

Cuando Ana comprende que se ha expuesto al peligro, en vano intenta explicarse y ablandar al monarca paseándose con la pequeña Isabel en brazos.

Pero a Enrique le interesa tomarse la impertinencia al pie de la letra.

Aun así asegurarse la antipatía del pueblo hacia la reina requiere de un crimen mas llamativo. El 1 de mayo, el rey se ausenta de repente de un torneo al que asiste toda la corte, porque recibe un mensaje, de la confesión bajo tortura de un músico al que se le atribuye una relacion con la reina, Mark Smeaton.

Con una base aun mas solida el mismo dia se detiene por el mismo delito a sir Henry Norris, sir William Brereton, sir Francis Weston e incluso a Jorge Bolena, hermano de la reina y acusado de incesto.

La evidencia contra Norris es débil contra el resto inexistente.

Los cinco son condenados a la pena máxima, ser ahorcados y aun vivos, descolgados y destripados, para morir viendo como el verdugo prende fuego a sus intestinos y a continuación los descuartiza.

Benevolente el monarca conmuta la pena por la decapitación con hacha, privando de tan colorido espectáculo a la muchedumbre reunida en Tower Hill.

Para cuando Ana comparece ante el tribunal todos sus supuestos amantes ya han caído bajo el hacha del verdugo.

El juicio es una mera pantomima con el veredicto decidido de antemano.

La reina desmonta con argumentos cada una de las acusaciones, pero de nada sirve, no cuenta con ningún amigo en el jurado y ni siquiera la ayuda su propio tio el duque de Norfolk. Se la condena a morir en la hoguera o decapitada, según prefiera el agraviado marido.

Enrique magnánimo elige la decapitación por espada y trae desde Calais al verdugo mas hábil.

Ni siquiera el embajador español, fiel a la memoria de Catalina y que aborrece con toda su alma a Ana Bolena, cree en la culpabilidad de la reina.

Observa que el monarca no se ve mancillado, humillado u afligido por el quíntuple adulterio con el que supuestamente se ha mancillado su honor.

(Extraido de Historia y Vida numero 665)

Publicado por ilabasmati

Licenciada en Bellas Artes, FilologÍa Hispánica y lIiteratura Inglesa.

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